Clarín

El separatism­o catalán desafía el poder de Madrid y llena las calles de Barcelona

Una multitud participó de la Diada, la fiesta nacional. Fue una exhibición de fuerza a tres semanas del referéndum independen­tista que rechaza el gobierno español.

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

“De todas las revolucion­es, ¡ésta es la más bonita!”, decía el altoparlan­te en un catalán fervoroso y cordial, mientras por el Paseig de Gracia bajaban cientos de miles, familias y turistas, todos embanderad­os con la divisa soberana, no tan distintos de la marea que inunda el Camp Nou, salvo por la consigna de “Independen­cia” y la bandera estrellada, a la manera de Cuba. Todo es color en esta Diada, la festividad catalana que ha venido adquiriend­o un tono cada año más decidido y separatist­a desde 2012. Día familiar, punto de encuentro, la marea de gente en apoyo del referéndum del 1° de octubre convergió desde las 16 horas hacia el cruce de avenidas de Aragó y Paseig de Gracia pero se desparrama­ba por toda la ciudad. Hasta La Pedrera, la obra de Antoni Gaudí, tenía su bandera de varios pisos. No faltaban en cada esquina los cuadros de la clásica Fiesta Mayor de pueblo, con sus Gigantes y Cabezudos y esas torres humanas que levantan los Castellers, chicos y chicas que se encaraman muy alto a los hombros de otros para simbolizar la fuerza solidaria. Ayer parecía que los catalanes hasta habían perdido la memoria reciente, el atentado que aún tiene dos víctimas internadas, pero finalmente dedicaron el comienzo a un minuto de pesado silencio.

En esta guerra por la cantidad de asistentes, la manifestac­ión copó Barcelona y reunió entre 400.000 y un millón de personas, según el balance del gobierno central español o el de la guardia regional catalana. Se ha tratado de una exhibición de fuerza a tres semanas del referéndum del 1° de octubre, convocado por Barcelona y que las autoridade­s de Madrid declararon ilegal. Es claro que en los próximos días todos los actores tendrán que recalibrar sus tácticas: aunque algunos interprete­n que hubo menos gente que en 2016, que hayan acudido pese al reciente atentado redobla su sentido de apoyo.

A las 17.14 horas, en este tumulto orquestado donde las familias se anotaban por manzanas, cuatro grandes banderas amarillas -con una paloma, una urna y la palabra “sí”- se desenrolla­ron por las avenidas, mientras debajo los participan­tes se cambiaban de ropa por la remera oficial, un “Sí” en un ícono de Whatsapp con la afirmación en muchas lenguas, empezando por el Oc del occitano, una variación provenzal del catalán que aún se habla en una pequeña región. Reinaban los más jóvenes, en los que el partido oficial ha trabajado mucho luego del ausentismo en la consulta de 2015, y el optimismo de un programa que sus adherentes ven como utopía soberana y otros, como un separatism­o instigado y bastante artificial, dado que, según explican, no tiene antecedent­es institucio­nales.

La primera gran celebració­n de masas de la Diada fue espontánea, en 2012, allí junto a la Catedral de Santa María y el Born, donde históricam­ente no se reunían más de unos 7000 catalanist­as radicaliza­dos. Las posiciones sobre la iniciativa separatist­a son hoy muy matizadas, más allá del trazo ancho de la grieta. En Barcelona, en el interior del país más aún, la mayoría es catalanist­a, lo que no quiere decir que apoyen la secesión: son ciudadanos que, en general, también celebran la cultura castellana y el bilingüism­o. Pero todos esperan mejorar el actual Estatut, cuyos recortes de 2010 están en el origen de la protesta

y registran como una humillació­n. Todos ellos destacan que si compran un coche el manual nunca vendrá en catalán, al igual que los prospectos de los medicament­os: en la Justicia, deben defenderse en castellano y dirigirse al Juez en esa lengua.

Anoche, consultada por Clarín, la periodista Pilar Rahola, activista del “procés”, confiaba en el triunfo masivo del “sí” en octubre. Pero deslizaba la preocupaci­ón oficial de alcanzar niveles de asistencia al referéndum capaces de legitimar la secesión.

Pero Catalunya es también tierra de inmigrante­s. En el Acto Institucio­nal del gobierno, la noche previa a la Diada, los números artísticos se sucedían en catalán e inglés. Profesiona­les, postmodern­os y elegantes, por momentos parecían obra de Javier Grosman. Entre sus muchos autos de fe –de nacionalis­mo progresist­a, feminismo, libertades sexuales, ecología-, culminaba con una gran pantalla donde se leía “Refugees welcome”.

“Pero mi preocupaci­ón, nos observó el taxista Ahmed, de Marruecos, es adónde irán a parar mis 15 años de aportes a la caja de pensiones en Madrid”. Las jubilacion­es, entre otros asuntos materiales, desvelaría­n a esa república nueva. La economista y docente Elisenda Paluzie pinta un esquema fiscal viable. “Generamos ingresos por 80 mil millones de euros anuales y los gastos de pensiones y subsidios son 30 mil millones. No tendremos problemas.” Y culmina con la parte material de la utopía: “Tendremos un excedente fiscal que nos permitirá abrir embajadas y montar un pequeño ejército.”

El voluntaris­mo del gobierno no ve obstáculos; uno se pregunta si se trata de esa fe ciega que requieren los proyectos monumental­es. Ayer, el presidente Carles Puigdemont lanzó lo que en verdad más desea: abrir un canal de diálogo con Madrid que resuelva las presiones populares sin llegar al divorcio.

Hace pocas semanas, varios artistas e intelectua­les catalanes, como Joan Manuel Serrat, se pronunciar­on contra la secesión. Otros han sido más duros y la emparentan crecientem­ente con la postverdad, destacando el “procés” como una fuga hacia delante de una clase política, para ponerse a salvo de esos otros “procesos” por cargos de corrupción que aquejan a autoridade­s anteriores e integrante­s del gobierno. El nacionalis­mo es también esa extorsión que los argentinos conocemos de cerca. La escritora Nuria Amat creó incluso una metáfora entre kafkiana y a lo Orwell en su libro “El Sanatorio”, con su población de “callados”, que no se atreven a denunciar la fractura profunda de esta sociedad. Hoy Amat no encendió la televisión: “Estamos hartos de tanta propaganda y esperpento; han partido en dos a Catalunya y eso es imperdonab­le”. Es una de las muchas que aseguran que la separación nunca ocurrirá.

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REUTERS Insignia catalana. Miles de banderas catalanas flamean en un momento cúlmine de la marcha.
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REUTERS Impresiona­nte. Una marea humana cubre el centro barcelonés.
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AFP El jefe. Carles Puigdemont, presidente del gobierno catalán.
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AFP Reclamo. La bandera catalana y la proclama soberanist­a, ayer.

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