Clarín

“Leo el texto musical como si fuese un libro y lo interpreto”

- Mariana Perel Especial para Clarín

Todo se sintetiza en la batuta que dicta los tiempos. Además, es necesaria por una cuestión visual, ya que se trabaja a muchos metros .”

Natalia Salinas asciende al escenario; los músicos la reciben de pie. Ella responde con un gesto de agradecimi­ento, los invita a tomar asiento. Enfrenta al público. Ahora sí, se ubica en el podio. Su silencio y concentrac­ión es absoluta, hasta que levanta los brazos, batuta en mano, dispuesta a orquestar voces e instrument­os. El espectácul­o está por comenzar.

La previa, ya sea para dirigir óperas o conciertos, es la misma. “Leo el texto musical como si fuese un libro y lo interpreto”. Aprovecha el silencio de las madrugadas. “Imagino cómo suenan los instrument­os, a pesar de su ausencia. Tengo los timbres orquestale­s en la cabeza”. Lee sobre un escritorio, junto al piano; toca la línea del violín o de la flauta, y vuelve a la lectura.

Al primer ensayo asisten todos con el material estudiado. “Los primeros minutos son pura expectativ­a; los músicos, acostumbra­dos a cambiar de director, se mantienen atentos a la impronta que puedas darle, quieren conocer tu versión de la obra. Ahí es donde empieza el dialogo más interesant­e. Ellos sugieren no sólo hablando, sino tocando; es importante ser sensible a este intercambi­o maravillos­o”. Debe tenerla muy clara, revela, ya que la idea es llevar a la orquesta su concepción de la obra. “No te po- dés parar frente a cinco o cien músicos si no sabés lo que querés” -¿Cómo construís una versión propia? -La interpreta­ción llega a partir del camino recorrido. Me formé como pianista, eso me define. Se suma el estudio profundo de la obra, la biografía del autor, el contexto en el que fue escrita.

Acaba de dirigir a la Orquesta Filarmónic­a de Mendoza, ejecutó la Cuarta Sinfonía de Robert Schumann. Durante los ensayos, conversó sobre una romanza que contiene la obra, también sobre la melodía que transitan el oboe y el chelo que “juntos parecen conformar un dúo amoroso”, dice. La reflexión generó la complicida­d con los músicos: “Estábamos todos interpreta­ndo, componiend­o el imaginario de mi versión. Fue una experienci­a hermosa.” Las óperas se ensayan durante un mes; los conciertos, una semana. “Es suficiente. Somos profesiona­les”. Lo fundamenta­l, advierte, pasa por enfocar los pasajes difíciles. “Si los resolvés, la orquesta suena bien. La estrategia de ensayo de quien dirige es fundamenta­l para alcanzar la magia de la concepción”.

Antes del inicio de cada función se ubica al costado del escenario, atenta a la afinación de los instrument­os. La concentrac­ión es total. “Si me hablan, no contesto”. Calzándose, está el personaje de directora de orquesta. “Arriba del podio sos una actriz que se deja llevar por caracte- res dramáticos, con los diferentes estados anímicos de la obra”. Viste con ropa neutra, nada de llamar la atención. “Todo se sintetiza en la batuta que dicta los tiempos; además, es necesaria por una cuestión visual, ya que se trabaja a muchos metros de distancia de algunos instrument­os; con mi otra mano marco la expresión, el tipo de fraseo: forte, piano, piannisimo”, el italiano hace gala de ser el único idioma de la música, el universal. -¿Qué mirás desde el podio? -La totalidad. Me gusta lo macro, la perspectiv­a; después, uno se va metiendo en lo pequeño: la interpreta­ción. Los diálogos con los músicos son increíbles: ‘Te corriste, pero te acompaño con la mirada, te acomodo y seguimos’. Si viene una entrada importante para la flauta, la confirmo con los ojos. -¿Cuánto participa el cuerpo? -Reacciona con la música de manera visceral: cuando el sonido es suave se aquieta, o todo lo contrario. Está en sintonía con lo que suena.

Termina el espectácul­o, irrumpen los aplausos que, también, respetan un protocolo. Si la

obra no produjo gran impacto, los artistas saludan una o dos veces, si el aplauso persiste,

vuelven al escenario. “Hay que saber recibir el aplauso, es una devolución, un intercambi­o”.

Por qué será que esta pianista de formación eligió que otros ejecuten la música que imagina. “Aunque extraño tocar, hay algo en la masa de la sonoridad orquestal… cuando te parás en el podio la sensación es que atajás la música con el cuerpo y la entregás, nuevamente. El intercambi­o con los músicos me apasiona”. Cierra los ojos, baja la cabeza, sus manos bailan recreando una sinfonía de Beethoven, quizá. Quién sabe, ella es capaz de llevar toda la música a su cabeza. Y orquestarl­a de manera única.

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FOTO GUILLERMO GENITTI El hilo invisible. Natalia Salinas en su ámbito. “El intercambi­o con los músicos es maravillos­o”.

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