La historieta del Indio: el futuro ya llegó
Una parte de un relato ya mítico que está escribiendo el ex líder de los Redondos se publica, y con dibujos.
Todo lo que ronda al Indio Solari acaba, más tarde o más temprano, siendo carne de mitología. Sus años hippies en la Costa Atlántica, integrando una enigmática comunidad artístico-lisérgica. El insondable boca a boca sobre el que cabalgó el ascenso a la gloria de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, desde los húmedos garitos del downtown porteño hasta los grandes estadios, siempre de espaldas a la Gran Bestia de la industria cultural y sus artefactos mediáticos. Los motivos nunca bien pronunciados del críptico final de la banda de rock más grande que ha visto este país nuestro. Su posterior existencia ermitaña en un palacete del oeste del conurbano, donde al parecer pasa los días custodiado por un ejército de mastines inmortales y es alimentado en la boca por ramilletes de jóvenes vestales…
Da igual lo que haga o deje de hacer Solari. Es un Rey Midas de la autoficción, todo lo que toca dispara leyendas urbanas de manera instantánea. Y entre todas ellas hay una particularmente impenetrable: la de una novela que presuntamente el Indio viene escribiendo desde hace más de 30 años. Delito americano es el título de esta fábula en permanente estado de expansión, cuyo mito (al menos parte de él) acaba de cobrar cuerpo en formato de cómic, editado por Sudamericana como Escenas del delito americano.
Según se anuncia, la historieta abarca sólo un fragmento de la novela aún inconclusa del Indio. Y narra el devenir de El Peregrino, un personaje que aparece caracterizado como el Solari de los años 80, con barbita y unas gafas estilo Lennon, aquel de Palladium y Cemento (“quedó más parecido a mí de lo que me hubiera gustado”, se lamenta el ex líder de los Redondos).
A lo largo del libro, el viaje de El Peregrino va revelando un mundo poblado de científicos locos, predicadores mesiánicos, corporaciones despiadadas, rebeldes contraculturales y máquinas oníricas. Un combo de muchos de los santos y señas de la ciencia ficción, resignificados dentro del territorio expresivo de Solari.
Escenas del delito americano no está planteado como una narración clásica que transcurra en el reconocible ciclo de inicio, nudo y desenlace. Sería una obviedad que el Indio –bebedor de los poetas beatniks, de la escritura instantánea, de la literatura del ácido -no se perdonaría nunca. Se trata, más bien, de una sucesión de episodios, una playlist de momentos gráficos y textuales con intensidad propia. Cada doble página es un universo narrativo en sí mismo y el libro casi podría leerse de forma aleatoria sin que eso interfiriera en la comprensión de una obra que se ofrece como un rompecabezas conceptual para ser armado por los lectores.
Aunque no hay citas muy literales, la poética ricotera anda dando vueltas: esas Nuevas Romas orwellianas, los climas épicos posnucleares que destilan canciones como “Nuestro amo juega al esclavo”, unos cuantos marines de los mandarines por aquí y por allá imponiendo el orden a bastonazos… Y, por sobre todo, esa manera de decir las cosas de los buenos poetas del rock, en la que la sonori- dad de las palabras importa más que su significado. El relato de “Escenas del delito americano” plasma un futuro de aires vintage donde nunca ocurrió la revolución digital y las sociedades viven bajo diferentes variantes de totalitarismo de estilo norcoreano. Una imaginería forjada por el cómic y parte del cine de las décadas de 1970 y 1980, expresada aquí por la revista Fierro y allá afuera por publicaciones de la talla de Metal Hurlant, donde la rompieron próceres de la fantasía futurista como Moebius, Enki Bilal y los argentinos Horacio Altuna y Juan Giménez, en los que es imposible dejar de pensar cuando se pasan las páginas del libro.
Para darle costuras de novela gráfica a su relato, el Indio convocó al dibujante Serafín y al guionista Matías Santellán, ganadores –allá por 2012del Premio Ñ de Historieta con su obra conjunta Reparador de sueños. La elección no es casual: ambos son maestros en la elaboración de universos distópicos, ambientes opresivos, mundos hipercontrolados y personajes que van y vienen entre los planos de lo real y lo onírico. Ellos fueron los encargados de adaptar la prosa de Solari al lenguaje del cómic y el resultado emparenta a Delito americano con clásicos contemporáneos de la historieta argentina como La Burbuja de Bertold, de los celebradísimos Agrimbau e Ippóliti, con el que comparte uno de los conceptos centrales de la mejor tradición de la ciencia ficción: el futuro es un lugar imperfecto y los peores delirios de la especie humana son fantasías hasta el momento en que dejan de serlo.