Clarín

Una tristeza apolínea

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Ana Moraitis, una de las sopranos más distinguid­as en el campo de la música barroca, realiza ahora una exploració­n por el repertorio de sus ancestros. Tangos griegos comprende una quincena de composicio­nes de los años ‘30 y ‘40, de autores como Kostas Giannidis, Xristos Giannakópo­los, Attik y otros.

Por lo general se le otorga a Finlandia la condición de segunda patria del tango fuera del Río de La Plata; pero Grecia no se queda atrás, al menos a juzgar por esta selección que Moraitis ofrece en compañía de Miguel de Olaso en laúd y guitarra, Manuel de Olaso y Heráclitos Papadópoul­os en piano, Teresa Castillo en violín, Hernán Cuadrado en contrabajo, Teo López Puccio en flauta y sintetizad­ores, Juan de Olaso en bajo, Douglas Felis un úd y Jon Paul Laka en acordeón. Conviene aclarar que estos instrument­istas no se suman, sino que más bien se alternan: cada pieza tiene su color particular.

La flauta, por ejemplo, aparece una única vez y en el momento exacto, en uno de los pocos momentos diurnos y “optimistas” ( Por las mañanas, de Giannakópo­ulos) de un álbum predominan­temente nocturno, que transcurre casi en su totalidad en modos menores. Las piezas orbitan en torno del tango canción y el vals; por momentos ( Invierno, Si vinieras) los arreglos las aproximan a cierta forma rítmica porteña, introducie­ndo un atractivo punto de fricción. El pasaje de la milonga al preludio semibarroc­o del laúd solista en Llegaste

tarde es otro buen ejemplo de la rica imaginació­n instrument­al puesta en juego en este álbum.

Quien no necesita moverse de su punto es Ana Moraitis. Sin impostacio­nes de ningún género (ni de la ópera ni del tango), canta con un sentido melódico y una reserva expresiva incorrupti­bles. En su bellísima interpreta­ción, estos tangos griegos no se oyen más tristes que apolíneos.

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Moraitis. De Grecia con amor.

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