Clarín

Cómo no tratar una desaparici­ón

- Ricardo Roa

Hay política de la peor, testigos falsos y testigos que se contradice­n, pruebas que no son pruebas, buscas, internas entre fuerzas de seguridad y un aparato del Estado que se muestra incapaz de resolver casos complejos. En estos 43 días nada faltó y sobró de todo alrededor de la desaparici­ón de Santiago Maldonado.

Cada cual puede sacar sus conclusion­es como quien mira un álbum de fotos. Deteniéndo­se en unas y salteando otras:

Con precisione­s imprecisas se denuncia la desaparici­ón. El Ministerio de Seguridad reacciona tarde. Sólo repite lo que repite la Gendarmerí­a: no hubo detenidos en el desalojo de la ruta cortada por activistas de la Resis-

tencia Ancestral Mapuche (RAM).

A la demora del Ministerio de Seguridad la Justicia responde de apuro y presionada por el cristinism­o: caratula la denuncia como de

saparición forzada. Es decir, lesa humanidad. Es decir: lo hizo el Gobierno.

El gendarme a cargo del operativo desaparece en la parte clave del operativo. Explica por tevé: tenía que ir al baño y tenía que buscar un lugar con señal para informar por celular a sus superiores. Dice que fue con una subalférez. Dice que no puede estar seguro de qué pasó cuando no estuvo.

Un diputado cristinist­a porteño, Gustavo Vera, que fue y ahora es menos amigo del Papa y que aún se presenta como amigo del Papa aparece y aprieta a ese jefe de los gendarmes. Presenta o hace circular un papel anónimo de la Policía Federal inculpando a la Gendarmerí­a. El documento es falso.

Testigos encapuchad­os son tomados como testigos hábiles por la Procuvin, que dirige el fiscal cristinist­a Félix Crous y que también aparece por allí. Procuvin opera por cuenta y orden de la cristinist­a jefa de los fis- cales Gils Carbó.

Uno de esos testigos se descapucha ante el juez Otranto. Integra el RAM. Dice que vio desde arriba de un caballo y con binoculare­s cómo la Gendarmerí­a metía a Maldonado en una camioneta. Dice que perdió los binocula

res. No se encuentran en esa camioneta prue- bas de ADN de Maldonado.

Un profesor, que más bien es un busca, el ingeniero Ariel Garbacz, se suma a la escena. Dice que un celular de Maldonado fue activado el 2 de agosto, un día después que desapareci­era. Garbacz es conocido por visitar a funcionari­os para advertirle­s que sus teléfonos

están pinchados y para ofrecerles, factura mediante, protección. En 2001 el entonces juez Cavallo pidió que fuera investigad­o por falso testimonio y estafa. Lo procesaron.

El juez Otranto frena los allanamien­tos a “territorio­s sagrados” declarados así por los RAM. Dice que es para evitar choques con esos activistas que son violentos . El juez y la fiscal son agredidos por miembros de organizaci­ones de derechos humanos que apoyan a

los RAM. Los gendarmes que declaran salen del juzgado disfrazado­s de policías federales.

Un gendarme declara que les tiró piedras a los RAM y que pudo haber herido a uno. Otros dicen que no vieron a ningun gendarme tirar piedras. Otro dice que hubo un disparo con bala de goma.

Secuestran un documento a los RAM que habla de montar un “golpe de prensa” para liberar a su jefe Jones Huala, detenido por un pedido de extradició­n de Chile.

La seriedad del caso contrasta con la falta de seriedad con que se lo trata. A Maldonado se lo sigue maltratand­o como se maltrata la sensibilid­ad de muchísima gente.

Lo que se hace alrededor de Maldonado es el perfecto antimanual de lo que se debería hacer.

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