Clarín

Un reclamo apropiado por los violentos

- Alberto Amato alberamato@gmail.com.com

El martes pasado el juez Guido Otranto y la fiscal Silvina Ávila, que investigan, con deficienci­as ya harto señaladas, la desaparici­ón de Santiago Maldonado, fueron sitiados por un grupo de sesenta manifestan­tes, enmascarad­os la mayoría, a la salida de los juzgados de Esquel. A la fiscal la persiguier­on por las calles, a duras penas contenidos por la custodia, y atacaron a pedradas la camioneta en la que buscó un milagroso refu

gio. Al juez también intentaron golpearlo y la Policía debió protegerlo con el uso, contra los manifestan­tes, de gas pimienta. Los violentos, que llegaron de El Bolsón y Bariloche a sumarse a los de Esquel, dijeron ser amigos y conocidos del artesano desapareci­do, cuyo destino, esto es sabido pero no está de más repetirlo, debe ser esclarecid­o por el Estado.

Hay una rara tradición social en la Argentina que exhibe dos aristas que son al menos cuestionab­les. La primera dice que una demanda justa ampara un legítimo reclamo violento; la segunda: cuanto más violento es el reclamo, más garantías hay de buenos resultados. Las dos son falsas, o al menos no llevan a los resultados que propone la tesis. No basta sino mirar con atención y espíritu crítico la historia de las últimas décadas, para comprobar la dramática y muchas veces trágica negación de esos planteos.

Los justos reclamos sociales que desde hace más de un cuarto de siglo cercenan el tránsito y ponen fuego a calles y rutas, exhiben un muy magro resultado en la satisfacci­ón de sus demandas, no importa cuál Gobierno se haya visto impelido a cumplirlas. Por el contrario, la evidente politizaci­ón de esas demandas o su no menos evidente utilizació­n política, no importa cuál Gobierno las haya padecido, las dejó vacías de contenido.

Hay una idea equivocada, o alimentada por el cinismo, que expresa que el apriete y el asedio, el insulto y la pedrea a los funcionari­os públicos encargados de investigar la desaparici­ón de Maldonado, los va a hacer

trabajar más, de modo más veloz y con mejores resultados. Es un disparate. Al mismo tiempo, la evidente y creciente politizaci­ón del caso, amenaza también con vaciarlo de sustento y proyección.

Las demandas por el destino del muchacho desapareci­do son justas y progresiva­s en un país que aún agita el fantasma de las

desaparici­ones. Pero no pueden por eso ser vistas y juzgadas al margen de su correlació­n con otras demandas y con otras fuerzas, porque de esa forma se borra la base de una crítica que permitiría mejorar la calidad humana y social de esos y de otros reclamos.

También es una cuestión estratégic­a: quienes aspiran a un cambio, deberían exhibir un modelo de sociedad mejor que el que intentan cambiar. Y ya hay más de tres generacion­es de argentinos educados en la idea equivocada de que la única forma de mejora y de conquista social llega sólo a través de la violencia.

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