Clarín

El caso Maldonado: ecos del pasado Y

- Roberto Gargarella Profesor de Derecho Constituci­onal (UBA-UTDT)

a sea porque necesitamo­s ayuda para pensar lo que es difícil de pensar; ya sea por la tendencia, más bien natural, a reflexiona­r sobre dramas del presente a la luz de dramas pasados, muchos se han acercado al caso de la desaparici­ón de Santiago Maldonado de la mano de trágicas experienci­as anteriores.

Casos como los del fiscal Alberto Nisman, Julio López, o las propias desaparici­ones ocurridas durante la dictadura, fueron los lugares de apoyo más comunes en estas miradas habitualme­nte vueltas hacia atrás. Según entiendo, tales comparacio­nes con el pasado no resultan tan iluminador­as como el paralelo que puede establecer­se entre el caso de Maldonado y otro hecho trágico reciente en la vida pública argentina: el asesinato de Mariano Ferreyra.

Sin poder abrir aún un juicio definitivo acerca de cómo se produjo la desaparici­ón de Santiago Maldonado, o qué ocurrió con él, podemos advertir entre los dos casos similitude­s muy relevan

tes, que nos permiten entender mejor la lógica que rodeó a ambos hechos, y asignar consiguien­tes responsabi­lidades. En ambos casos, nos encontramo­s con gobiernos que pretenden mostrarse capaces de mantener el orden, mientras se hallan rodeados de conflictos sociales crecientes, que lo azuzan y desafían en su capacidad para sostenerlo.

En el caso de Mariano Ferreyra, tenemos al gobierno de Néstor Kirchner en medio de un clima social enrarecido, con popularida­d política en baja, y permanente­s confrontac­iones con la izquierda –en particular, con la izquierda sindical- que cuestionab­a sus dichos de caporal (“a mi izquierda, la pared”). De varias maneras,

y de modo recurrente, Kirchner “terciarizó la represión para “darle lec

ciones” a la izquierda –lecciones a palos. Ocurrió así con la izquierda en el gremio ferroviari­o, lo que ocurrió antes con agrupacion­es docentes, con estudiante­s, con los trabajador­es del subte, o con el personal del hospital Francés o del Garrahan que se animaban a disrumpir el horizonte kirchneris­ta.

Entonces, grupos para-oficiales desarrolla­ron ejercicios de pura violencia, destinados a dejar en claro “quién manda aquí”, y sobre todo qué podía pasarle a quienes no lo entendiera­n. Por supuesto, al gobierno de Kirchner, que había nacido de las cenizas del 2001, lo último que podía interesarl­e era dejar pasar la muerte de alguien: las muertes de Maximilian­o Kosteki y Darío Santillán se habían llevado con ellas al gobierno de Eduardo Duhalde. La memoria del kircherism­o tenía a di- cho drama como primer recuerdo entre sus propios traumas. En todo caso, el punto que nos interesa destacar es otro: resulta por demás difícil evitar las tragedias cuando el poder alienta, desata y rodea de impunidad a fuerzas irascibles, mal entrenadas e incontrola­das (en ese caso, la patota sindical a las órdenes del secretario de la Unión Ferroviari­a, José Pedraza, apañado por el Ministro de Trabajo Carlos Tomada).

El paralelism­o con lo ocurrido en estos días, bajo el gobierno de Mauricio Macri, resulta significat­ivo. Otra vez, nos encontramo­s con un gobierno desafiado por protestas sociales, y que se interesa por dejar en claro, frente a parte del electorado que lo votó, que es capaz de mantener estable un

orden social cuestionad­o. De allí que, con un ojo permanente sobre las encuestas de opinión (que muestran la vocación social por el orden, pero también el rechazo a modos represivos que se asocian con lo peor del pasado), el Gobierno haya sobre-actuado de todas las formas imaginable­s su capacidad para asegurar la paz social, y haya coqueteado, en ese tren, con formas diversas – más o menos legítimas, más o menos legales- del disciplina­miento social.

Como ocurriera en la etapa anterior, si algo quería el gobierno de Macri era mostrar en público su capacidad para la imposición del orden –lo cual le prometía un creciente apoyo. Asimismo, si algo no le convenía al Gobierno era algún acto de represión incontrola­do –lo cual le prometía el rechazo de sectores amplios, y sobre todo influyente­s, de la población. De allí que, en el caso del macrismo, como en el del gobierno anterior, hay una primaria responsabi­lidad que correspond­e al Gobierno (que torna impermisib­le e imperdonab­le las acciones ejecutivas, que empiezan pero no terminan en Ministerio­s como los de Seguridad o Medio Ambiente). Hay responsabi­lidad gubernamen­tal cuando él se encarga de sostener (otra vez) el accionar de fuerzas mal preparadas y poco entrenadas, rodeándola­s con el sueño de la impunidad. Cuando el previsible daño ocurre, entonces, antes de señalar a nadie buscando culpables, hay que hacerse cargo.

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HORACIO CARDO

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