Mujer soltera busca
Una treintañera le dice a su pareja que lo nota distante desde que se comprometieron. A menos de un mes del casamiento, la respuesta de él es que ya no la ama y se separan. Pero la desilusionada Michal no quiere saber nada con volver a la soltería y decide mantener la fecha de la boda, por más que ahora necesite encontrar un nuevo novio. Rama Burshtein, directora de La
esposa prometida, vuelve a aportarle algo de diversidad a la cartelera al mostrar, con una boda como excusa, la intimidad del universo judío ortodoxo. Al igual que en aquel debut, Un
novio para mi boda plantea un dilema existencial a resolver por la caris- mática protagonista en la víspera de un casamiento.
Si en La esposa prometida la protagonista dudaba ante un matrimonio arreglado, ahora la única incertidumbre es la identidad de un novio que esté a la altura de los planes de Michal.
La mirada de Burshtein incluye una critica al rol que ocupa la mujer en su religión y por eso presenta a su protagonista protestando por las limitaciones femeninas durante la soltería. El matrimonio es su máxima aspiración personal y también social para Michal. La protagonista siente que su boda es una cuestión de fe porque cree que Dios le proveerá un marido en tiempo y forma si es que quiere verla feliz. Llena de esperanza, la joven sale en la búsqueda de variopintos candidatos, hasta darse cuenta de que encontrar al novio ideal en tan poco tiempo puede ser milagroso.
A medida de que se profundiza la crisis de Michal, la película comienza a dejar de lado esa pátina cómica y el rostro de Noa Koler es efectivo a la hora de transmitir esos cambios de humor que atraviesa su personaje.
Un novio para mi boda parece terminar por obligación en la fiesta de casamiento que disparó el conflicto interno de la protagonista, y la película cierra con un exagerado moño ese largo proceso espiritual de aceptación que había recorrido Michal a lo largo de toda la narración.