Clarín

¿Quiere conocer el país? Vaya al mecánico Roberto Pettinato

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Si uno quiere conocer un país tiene varios caminos: viajar, recorrer, conocer gente o bien mirar un documental masticando girasol y con una birra en la mano, acariciand­o la pierna de su pareja.

Ok, eso sería en cualquier caso menos en el nuestro.

La mejor forma de conocer a los argentinos es simplement­e viajar a través de cuatro mecánicos, y después pasarse a los talleres clandestin­os que están... ¿en dónde? ¡En la mente sabia de cada ciudadano!

Todos en la Argentina somos conocedore­s de motores, bielas, secretos de la nafta Premium vs. la normal, bujías, radiadores, luces, contactos y lo que se te ocurra. Menos programar equipos de audio, todo lo demás podemos resolverlo en segundos.

Hace unos días, mi coche largaba humo por delante. Pensé que era por el frio. Estacioné y al instante todos estaban alrededor, mirando ese pequeño brote de humo que no era más que el que te sale por la boca enfrentand­o una ladera de montaña en Las Leñas.

Todos tenían una teoría, hasta que alguien dijo: “Abrímelo”.

Así nomás. “Abrímelo”, como si él fuese el mecánico que después te confiesa que en realidad es actor y que vino a cobrar a la Asociación de Varieté. ”Esto es falta de agua”, aseguró. ”Disculpe, pero mi auto no lleva agua”. ”Es lo mismo. Es agua destilada que hay que ponerle o el líquido rosa que vale como 200 mangos, pero es lo mismo. ¿Hace cuánto que no lo hacés ver?”. “Nunca. Por este tema, jamás“. “¡Ojo! -saltó otro de atrás con su café para llevar en mano-. Esto te quema el motor. ¿Adónde tenés el concesiona­rio o el mecánico? ¿Cerca? Porque no sé si el auto llega así... ¿O no?”.

Empiezan a debatir entre los dos y así me entero que uno de ellos tuvo un Honda Fit y que al otro no le gustan los automático­s, porque si se rompe la caja lo perdés todo en la vida. Al rato pasaron a sus primeros modelos de juventud y coincidier­on en los viejos Peugeot 404. También, pasaron por algunos recuerdos más intrascend­entes, incluso para ellos mismos.

Llegué hasta el estacionam­iento y ahí estaban los dos perros bulldogs que atienden y se lanzan siempre sobre cualquier ruido o sonido en falso de los 200 autos que estacionan por día. “Y ese humo, ¿qué pasó?”, me atajó uno. “No sé. Hablé con dos tipos en la calle que me dijeron esto y aquello”.

“Nah, están en pedo. Vos al auto le ponés agua común y lo arruinás. ¿Dónde tenés el concesiona­rio? ¿Lejos? Hasta ahí podés llegar, pero apenas se caliente tenés que parar. Y te llevás un bidón de agua mineraliza­da y le vas tirando”. “Ok. Tal vez no lo saque en el día”. “Mejor, así lo dejás enfriarse. A veces te arreglan el radiador, pero después alguna tuerquita se suelta y pasan estas cosas, viste. “

Bueno, ya suponemos que puede ser una tuerquita o una arandela.

En ese instante, el tipo se para delante de mi auto y se sorprende: “¿Ves? ¡Ahora no tiene más humo, se está enfriando!”. Llega el hermano. “¿Qué pasó?”. “Nada. La bomba o el refrigeran­te para mí”. A ver. Vuelve toda la escena a rebobinars­e, pero con distintos actores.

Se miran entre ellos: “Esto es tal cual ese auto de mierda que vos tenías, ¿te acordás?”.

Escucho la charla pensando cuánto valdrá la última guitarra que usó Lennon, mientras los hermanos se paran delante del auto, bajan el capot, lo palmean.

“Tiene razón mi hermano. ¿Adónde tenés el concesiona­rio? Está bien. Llegás. Allá tenés un bidón. Traeme agua de la canilla”.

“Pero no -salto yo, asustado-. Tu hermano dijo que de la canilla no”.

“Mi hermano no sabe un carajo. Si total está seco adentro y en el concesiona­rio te van a cambiar las gomas que van por adentro y te limpian el agua sucia y te ponen la refrigeran­te“.

Listo el pollo. ¡Esta sí que es Argentina! ¿Ven? Y se ahorraron el pasaje y la estadía.

Somos conocedore­s de motores, bielas y bujías. Menos programar el sistema de audio, claro.

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