Clarín

PASIONES ARGENTINAS

Los simuladore­s que aspiran a llegar a cracks

- Miguel Jurado mjurado@clarin.com

Por su puesto que nunca le salió una rabona. Una vuelta, quiso tirarla y se hizo una zancadilla el mismo, terminó en el piso. Un papelón. Encima, trató de que le cobraran penal y estaba claro que nadie lo había tocado. Es que lo que le faltaba de fútbol, le sobraba de televisión. Es de los tipos que aprenden a jugar mirando “Paso a Paso”.

Todos los domingos estudiaba obsesiva- mente los movimiento­s de los jugadores en la pantalla y grababa los partidos para sacarle los secretos. Pero por más que miró y miró, nunca aprendió a bajar la pelota con el empeine, ni a pegarle de bolea, con efecto o de cortada. Nunca supo hacer un caño. Que digo un caño, no podía devolver una pelota redonda.

Lo que sí se le contagiaro­n fueron todos los vicios de los jugadores profesiona­les. Conocía perfectame­nte cómo tirarse de palomita en el área, desparrama­rse ante cualquier roce y pedir amarilla después de cada revolcón.

Cada vez que erraba un gol (y los erraba todos), juntaba las dos manos como implorando a Dios y después, con el índice de la mano derecha en alto y mirando al cielo, hacía la mímica de “te pido una, una sola”.

Si le pifiaba a una pelota, miraba el piso como extrañado o le recriminab­a al compañero como si le hubiera hecho mal el pase. La simulación se le había hecho tan natural que ni él sabía cuándo estaba fingiendo.

La última fantochada que le vi hacer en una cancha fue retorcerse en el piso con la mano en el tobillo cuando no llegó a una pelota que parecía ir la red y pasó. Obvio que nadie lo había tocado, pero lo peor es que estaba jugando tenis.

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