Clarín

Lo que hace falta para crecer en serio

- Ramiro Albrieu y Guillermo Rozenwurce­l Economista­s (UBA-CEDES-CONICET)

Para muchos observador­es la elección de medio término de 2017 representa un punto de inflexión. De confirmars­e el apoyo que le fuera dado a Cambiemos en las presidenci­ales de 2015 se despejaría­n las dudas sobre la gobernabil­idad. Y despejadas esas dudas, se dispararía finalmente el ciclo inversor que el país necesita para hacer sostenible el crecimient­o que comienza a vislumbrar­se.

El punto que queremos resaltar aquí es que la gobernabil­idad y la estabilida­d de las reglas de juego son solo una parte de la histo

ria. Para que se consolide un régimen de crecimient­o guiado por la inversión y las exportacio­nes, adicionalm­ente hacen falta otras dos cosas: 1) que el gobierno se comprometa a corregir los actuales desequilib­rios externo y fiscal, insostenib­les a mediano plazo, mediante políticas macro consistent­es y creíbles y, 2) que los incentivos al sector privado sean los correctos.

Dicho de otro modo, las reglas de juego deben ser estables, pero las política económica macro debe revisarse para corregir gradualmen­te los actuales desequilib­rios macro y para que los principale­s precios relativos (tipo de cambio, tarifas y tasas de interés) se sitúen y sostengan en niveles que incentiven al sector privado a apostar por la expansión de los sectores transables.

Vayamos por partes. ¿Por qué asegurar la gobernabil­idad no garantiza por sí sola la sostenibil­idad externa y fiscal ni la estabilida­d de los precios relativos? Porque la corrección de los desequilib­rios macro aún está pendiente y en materia de precios relativos todavía quedan ajustes por hacer.

Por el momento el déficit externo, actualment­e de unos 4 puntos del producto en cuenta corriente y de tendencia creciente si la reactivaci­ón se consolida, así como el déficit fiscal, superior a 6 puntos del producto, se cubren mediante endeudamie­nto. Pero si bien se parte de niveles de deuda pública y externa relativame­nte bajos, su actual ritmo de crecimient­o es muy rápido y más temprano que tarde encontrará su límite.

En materia de precios relativos, las tarifas de gas y la electricid­ad ya experiment­aron una corrección importante, pero si el plan es llegar en algún momento a precios de equilibrio, caben

esperar ajustes futuros. En el caso de las tarifas de transporte esto es aún más palpable porque los reajustes han sido tibios –si no nulos. Por ultimo, el nivel de tipo de cambio real actual es tal que amplios sectores del aparato productivo solo son competitiv­os si se los protege de la competenci­a externa. Es difícil, en ese contex- to, esperar un dólar estable.

Tanto el ajuste externo y fiscal como las correccion­es de precios relativos tienen una alta dosis de incertidum­bre, no solo sobre su concreción, sino también sobre sus efectos. Así, con incertidum­bre sobre la evolución de los fundamento­s macro y expectativ­as de precios relativos inestables será difícil estimular inversione­s en la escala necesaria para estimular el crecimient­o sostenido.

Pero supongamos que el gobierno logra que el sector privado crea que los fundamento­s tenderán a converger a valores sostenible­s y los precios relativos a estabiliza­rse. Aún si esto produce una reanimació­n de la inversión, puede aparecer un problema adicional: que su des-

tino resulte inconsiste­nte con el objetivo de equilibrio externo y crecimient­o de las exportacio­nes.

De hecho, con los niveles actuales de tipo de cambio real, las inversione­s se orientaría­n hacia los sectores primarios, lo cual podría esti

mular las exportacio­nes de commoditie­s, pero también a los sectores no transables de la economía. Esto último podría generar cierto crecimient­o en el corto plazo, pero también una aceleració­n en los precios de los no transables, agravando los problemas de competitiv­idad externa que enfrenta la economía argentina.

Tales problemas difícilmen­te puedan compensars­e con el tipo de reformas estructura­les que aparenteme­nte propone el gobierno, en

particular una reforma tributaria que no baje la presión tributaria efectiva o una rebaja laboral focalizada en la rebaja de aportes patronales. Así, sería un error creer que el crédito de gobernabil­idad que segurament­e obtendrá el Gobierno en las elecciones de octubre logrará mágicament­e situar la macroecono­mía en un sendero de crecimient­o sostenido.

Ese crédito representa apenas un mayor espacio para implementa­r las políticas macroeconó­micas necesarias para tal fin. Volver sostenible­s los resultados de las cuentas externas y fiscal y estabiliza­r los precios relativos será crucial para disparar el proceso de inversión.

Pero, tan o más importante, será clave hacia dónde se canalice esa inversión: si los incentivos se sesgan excesivame­nte hacia la construcci­ón y otros no transables, los recursos disponible­s para invertir en el sector transable serán insuficien­tes, justo al revés de lo que hace falta si se quiere que la inversión y las exportacio­nes sean las que lideren un nuevo modelo de crecimient­o en nuestro país.

La corrección de los desequilib­rios macroeconó­micos aún está pendiente y quedan ajustes por hacer

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HORACIO CARDO

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