Clarín

Lorenzetti será el árbitro de la transición después de la elección

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Dentro de tres meses, Ricardo Lorenzetti va a completar 11 años al frente de la Corte Suprema de Justicia. Y aunque para un país que interrumpi­ó en siete ocasiones su funcionami­ento democrátic­o este período ya es todo un record, su mayor mérito es haberlo hecho a través de dos gobiernos constituci­onales de signo político dife

rente. Lorenzetti fue designado en la Corte en 2004 y promovido a presidente del cuerpo dos años después por Néstor Kirchner; fue ratificado en ese mismo cargo por Cristina y se mantiene allí, desde hace dos años, conviviend­o con Mauricio Macri en la Casa Rosada.

El mes de septiembre, crucial entre las PASO del 13 de agosto y las elecciones legislativ­as del 22 de octubre, lo encuentra a Lorenzetti disfrutand­o de una primavera sin mayores contratiem­pos. Ya se ha dicho en esta columna que sus enemigos políticos lo llaman “El Faraón” para asociar su larga permanenci­a en la Corte con aquel reinado de Egipto que duró más de tres mil años. Pero, aunque las comparacio­nes siempre caen en el pecado de la exageració­n, lo cierto es que el jurista de Rafaela ha resistido con éxito los desafíos desestabil­izadores que le han presentado el kirchneris­mo primero; el cristinism­o después, y ahora el macrismo, que busca consolidar­se bajo esa marca en ascenso que es el Frente Cambiemos.

Dicen que Lorenzetti no alberga mayores dudas sobre le triunfo del oficialism­o en octubre. Y que también está convencido sobre la inminente derrota que se avecina para Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires. “Está terminada”, es la frase que le han escuchado quienes lo frecuentan en su despacho del cuarto piso del Palacio de Tribunales. Su cabeza está ocupada por la arquitec- tura institucio­nal que tendrá la economía argentina tras las elecciones y donde varios fallos de la Corte Suprema tendrán una incidencia fundamenta­l.

La discusión que acaba de comenzar por el Presupuest­o Nacional del 2018; la prolongaci­ón de la ley de Emergencia Económica; la promesa eterna de una reforma impositiva que empiece con cambios al Impuesto al Cheque y el fuego ardiente de la ley para reponer el Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense son los cuatro pilares que, a juicio de Lorenzetti, dirán si la Argentina recupera o no la dinámica del federalism­o que perdió con el kirchneris­mo. Aquel verticalis­mo del miedo que impusieron Néstor y Cristina Kirchner parece estar virando a un esquema de consenso permanente entre Mauricio Macri y los gobernador­es peronistas. El furor del año electoral y la

Llegó a la Corte en 2002. En 2004 Néstor Kirchner lo promovió a presidente del cuerpo donde fue ratificado por Cristina y por Mauricio Macri.

profundiza­ción de la grieta política congelaron este año la construcci­ón de leyes que había funcionado en el 2016, pero el Gobierno y los caudillos peronistas ya están negociando des

de hace varias semanas cómo será la convivenci­a en un país con una ex presidenta mucho más debilitada.

La Corte que preside Lorenzetti tiene que fallar antes de fin de año sobre el dinero que reclama la provincia de Buenos Aires. Todos sus miembros, incluyendo a Lorenzetti, ya conocen el empeño que María Eugenia Vidal le está poniendo a la cuestión porque la Gobernador­a se ha reunido con cada uno de ellos para explicarle sus argumentos. Son los 650 millones de

dólares que Carlos Menem le concedió a Eduardo Duhalde a fines de los ’90 y que se congelaron después de la pesificaci­ón de 2002. El reclamo bonaerense llevará esa cifra a unos 60 mil millones de pesos que el resto de las provincias perderían de la coparticip­ación federal. “Alguien tiene que pagar toda esa plata”, les ha dicho Lorenzetti a los gobernador­es. Y ellos deben presentar en las próximas semanas un proyecto que responda esa pregunta crucial. El plan B de las provincias se está diseñando en torno a una reforma del impuesto al cheque. De la evaluación de esos cálculos y de los que haga el Gobierno saldrá el fallo de la Corte que va a declarar inconstitu­cional el tope coparticip­able que sufren los bonaerense­s desde hace 15 años pero que alumbrará segurament­e otra ecuación salomónica.

Es que ese es el papel que Lorenzetti le ha impreso a la Corte Suprema que preside. La ha convertido en un árbitro de la transición que intenta regular las explosione­s internas en el

poder. Su relación con Macri es mucho más amigable que la tensión que lo separaba de Cristina. Viene de aquellos encuentros furtivos que ambos mantenían en secreto para no despertar la ira de la ex presidenta cuando todavía estaba en la Casa Rosada. El fallo adverso para el macrismo sobre las tarifas energética­s le marcó la cancha al gobierno flamante pero la relación ha ingresado en un sendero más previsible. La Corte Suprema parece estar estabiliza­da

en cinco miembros. Lorenzetti y Elena Highton de Nolasco, los dos elegidos durante el kirchneris­mo. Carlos Rosenkrant­z y Horacio Rosatti, llegados por decreto y de la mano de Macri. Y completa el quinteto Juan Carlos Maqueda, el único sobrevivie­nte de un peronismo que acompañó a Duhalde y dejó pocas huellas meritorias.

A ellos les toca administra­r una Justicia en decadencia, que las encuestas muestran en el fondo del ranking de confianza entre todas las institucio­nes. La muerte sospechosa de Nisman, la desaparici­ón sin respuestas de Maldonado y la lentitud extrema para resolver los cientos de casos de corrupción en el poder muestran con crueldad que no les será fácil salir a tiempo de ese laberinto.

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