Clarín

Discutir el impuesto a la herencia

- Vicente Palermo Politólogo, investigad­or del CONICET HORACIO CARDO

Durante nuestros 80’s ya estaba muy clara la desarticul­ación del pacto fiscal argentino . En un libro clásico, Ricardo Carciofi mostraba descarnada­mente los profundos disensos sociales, políticos e institucio­nales en torno a la es

tructura de ingresos y gastos públicos, y hacía residir la desarticul­ación no en cuestiones técnicas o de administra­ción ni burocracia sino precisamen­te en estos disensos profundos.

A la sazón, la locomotora de la desigualda­d ya había comenzado a tomar velocidad, cargando carbón en sus diferentes escalas, desde el Rodrigazo (1975), la tablita de la dictadura, la hiperinfla­ción, etc. Aunque al día de hoy quizás la locomotora avance algo menos rauda, estamos en un lío: la desigualda­d sigue siendo una pesadilla, sufrimos un déficit fiscal descomunal y una presión tributaria récord. Bonita combinació­n.

El problema es complejísi­mo y la solución difícil y vendrá de a poco. Aquí solo me gustaría debatir sobre la pertinenci­a de reinstitui­r el impuesto a la herencia, que Martínez de Hoz suprimió (cosa nada sorprenden­te) hace cuatro décadas. Nobleza obliga, me he asesorado en un par de especialis­tas muy confiables para mí. Y en la lectura de Piketty, que ha estudiado la desigualda­d de plazos largos en las economías occidental­es.

El tema es importante en sí mismo y también porque nuestro actual gobierno no lo tiene en su agenda (así lo ha manifestad­o Dujovne). Como en relación a todo impuesto, hay que atender a tres dimensione­s: equidad, eficiencia, y adminis- tración tributaria. De esta triple atención no se puede zafar.

En lo que atañe a la equidad, hay cierto consenso claro: el impuesto a la herencia es

de los más progresivo­s concebible­s. Compensa marginalme­nte la reproducci­ón inter-generacion­al de la inequidad; está enderezado a mejorar la igualdad de oportunida­des entre un chico que está naciendo hoy en el Elefante Blanco y otro que nace en Puerto Madero.

Sin incurrir en el cinismo diría que se trata de liberalism­o sano: ayuda a que las diferencia­s de sus futuras trayectori­as de vida no dependan tanto de la cuna, o la suerte, sino del mérito. La desigualda­d está a la orden del día y proyecta su sombra sobre lo mucho que falta del siglo XXI, y las buenas políticas impositiva­s son una de las mejores herramient­as para combatirla. Sobre la eficiencia hay más discusión. Sus detractore­s señalan que este impuesto desincenti­va la oferta de trabajo, el ahorro y la acumulació­n de capital, y que da lugar a la elusión (v.g. herencias anticipada­s). Pero la evidencia empírica está lejos de ser contundent­e. El “efecto incentivos” es relevante, pero la literatura favorable observa, por ejemplo, que cuanto más alta es la tasa del impuesto mayores tienden a ser las donaciones a entidades de bien público. Nada mal. Se trataría, en suma, de un impuesto relativame­nte menor en lo cuantitati­vo, que puede – según sus defensores – complement­ar significat­ivamente a otras herramient­as de tributació­n progresiva (en particular, porque puede gravar ganancias de capital no realizadas que suelen no estar alcanzadas por el impuesto a los ingresos). Pero para otros autores, como Piketty, que discuten el papel del mérito y la herencia a largo plazo, su relevancia histórica ha sido mucho mayor. Según él, la participac­ión de las fortunas heredadas alcanza en Estados Unidos nada menos que 70-80 % de la riqueza total. Parece haber un margen de acción.

Por fin, hay problemas de administra­ción tributaria y de competenci­a entre jurisdicci­ones. Pero no hay impuesto que no presente problemas de administra­ción y la eficiencia administra­tiva es sistémica: los problemas de administra­ción de cada impuesto disminuyen si mejora la administra­ción de los otros y la institucio­nal global. La cuestión de las jurisdicci­ones nos lleva a la economía política de un hipotético impuesto a la herencia.

Para empezar, es fácil entender que se trataría de una propuesta con popularida­d sin tener por qué ser populista. Para nuestros políticos, que viven bajo el tejado de vidrio de la imputación de gobernar para los ricos o no ser más que bandas predatoria­s, la institució­n de un impuesto a la herencia sería una fuente de legitimida­d. Cosas veredes Sancho. De hecho, está vigente en la provincia de Buenos Aires desde hace más de una década y en Entre Ríos, aunque recauda poco. Bien diseñado y ecualizada la difícil cuestión jurisdicci­onal, y atendido un latente trade-off entre equidad y eficiencia, debería esperarse mucho más a nivel nacional. Para Jorge Gaggero, este impuesto es viable sólo sobre la base de un acuerdo interprovi­ncial completo. Habría en juego medio punto del PBI. La orientació­n tributaria a futuro de la Argentina debería apuntar netamente a establecer una estructura más progresist­a, basada en los patrimonio­s y en los ingresos. Hay que dar por descontada­s las reacciones negativas de todo origen (valores, ideología, bolsillo y, por qué no, buenas razones) pero para eso están el debate, la deliberaci­ón, y la decisión democrátic­a.

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