Una comunidad con estrictas normas sociales
La particular forma de compor
tarse y de vestir de los Haredim –que varía según su procedencia– tiende a generar fricciones con el resto de la población, especialmente en ciudades ultralaicas como Tel Aviv, en donde viven confinados en barrios que recuerdan a los guettos de antaño. Apenas se les ve por el centro y sólo acuden a una playa acotada para ellos, siendo tres días reservados para hombres, otros tres para mujeres y un útimo para las familias. En cambio, en ciudades en las que hay una mayor paridad de fuerzas como Jerusalén han logrado ir expandiéndose por los barrios del centro y expulsando gradualmente a los laicos hacia la periferia. Ataviados con sus típicos atuendos religiosos (kipá o sombrero, tefilim, tiztzit) y dejándose crecer las patillas de acuerdo a la tradición, tienden a ser bastante machistas. La mujer juega un papel totalmente secundario en la familia y practican la segregación de género no sólo en los espacios de culto, sino también en transportes y lugares públicos. También se caracterizan por estar en contra de la homosexualidad, lo que también los hace incompatibles con un amplio espectro social que se enorgullece de su laxitud y que hace que el Día del Orgullo Gay de Tel Aviv se haya convertido en una referencia mundial. Hace pocos días que un diputado del Shas se vio obligado a dimitir por acudir a la boda homosexual de un sobrino suyo al
que osó dar su bendición. La dirección espiritual del movimiento sefardí solicitó la revocación de su acta y le excluyó del grupo parlamentario. Un ejemplo de lo estrictas que son las normas que imperan en la comunidad hasta el punto de que hay organizaciones dedicadas a facilitar su reinserción social si deciden dar el paso de salirse de la comunidad.