Clarín

Marionetas, paisajes oníricos y sueños rotos

La muestra reúne 220 dibujos creados en coautoría y un cuadro construído con 82 mil clavos e hilos de plata.

- Verónica Abdala vabdala@clarin.com

La metodologí­a –o, más bien, un rito, consensuad­o entre amigos- consistió en reunirse dos o tres veces por semana, poner música, y dejarse llevar por las imágenes que irrumpiera­n en la imaginació­n, para después volcarlas en el papel: uno iniciaba un dibujo, que luego –al estilo de la práctica del “cadáver exquisito” literarior­otaba por la mesa para que los demás integrante­s del trío virtuoso añadieran, a su vez, sus ocurrencia­s. Hubo, además, una condición irreductib­le: respetar “la libertad absoluta”, como única consigna creativa.

Los protagonis­tas de esta aventura, que se extendió durante un año y medio, son el colectivo Mondongo – conformado en la actualidad por el matrimonio que integran Juliana Laffitte y a Manuel Mendanha- y el escritor Sergio Bizzio. “La única restricció­n era la paleta de colores -recuerda Laffitte-, planteada con rojos, grises, negro, algún toque de dorado.”

Así, el grupo compuso en el taller de los Mondongo, unos veinte dibujos por sesión: 440 en total, de los cuales seleccionó la mitad. Esas pe- queñas y preciosas piezas de papel son las que componen un libro y la muestra “Tres”, que ahora se despliega en tres salas de la galería Barro, de La Boca.

En los dibujos se ven delicadas figuras humanas delineadas en tinta china, escenas sexuales, postes de luz, palabras sueltas: motivos y símbolos que se superponen y combinan de manera impredecib­le, como en los sueños.

La serie tiene una estética onírica, una belleza extraña y un poco salvaje. Aunque no tan exótica como otras de las obras de Mondongo, que ya compuso con hilos, galletitas, caramelos, clavos, , espejos, plastilina, balas, telas, acrílicos, chicles, madera, galletitas, clavos.

Los dibujos que ahora exhiben en Barro, responden a otra estética. Más bien recuerdan al Sumi-e, una técnica ancestral que se desarrolló en China en el siglo V y luego retomaron los japoneses, a partir del siglo XVII: los artistas dejaban que las imágenes afloraran e iban plasmándol­as a mano alzada, con finas líneas de tinta sobre papel de arroz. Había una aspiración efímera, una ligereza que nacía de la pincelada espontánea. “Hay algo de eso en esta serie”, admite Bizzio a Clarín, sobre estos dibujos en los que el vacío significa, igual que la forma.

“No creemos en la idea de autoríadef­ine, por su parte, Mendanha-. Nos interesa la obra que resulta del encuentro, la creación colectiva, por eso siempre buscamos con quien compartir lo que hacemos, y trabajar con Sergio, que acuerda con estos principios, fue un placer. El es un amigo de la casa”, explica.

Los Mondongo aseguran que “cuando las individual­idades se desdibujan y surge una entidad nueva. En este caso, lo que más nos interesaba era ver dónde nos conducía el inconscien­te: cuando uno respeta esa falta de lógica, o esa lógica diferente, aparecen cosas asombrosas. También nos llamaba la atención que en- tre los tres hacíamos, muy velozmente, obras muy complejas, como si cuestiones ocultas en nuestras mentes pudieran irrumpir de golpe”.

La “versión onírica del Kamasutra” fue uno de los disparador­es que ensayaron para inspirarse, pero estos fueron de lo más variados: otro fue “los postes de luz”. De modo que hay un poco de todo. “No hay una temática predominan­te” –confirma Bizzio, autor de Rabia, Era el cielo, Borgestein-.“Nos atrajo que surgieran universos oníricos, algunas imágenes de carácter sexual, pero la mecánica fue la del trabajo libre”.

Los títulos de los dibujos, más de 200, se decidieron en una sola tarde, y son tan extraños como estos: “Una ducha de sobremesa”, “De esta fuente bebieron los mejores turistas del mundo”, o “¿Dónde podré arrancar la florcita que me haga olvidarte?”

En la sala, hay también un dólar hecho con clavos -82 mil en total-, unidos con hilo de lúrex de plata. Es una suerte de cama de faquir, frente a la que sangra una figura maniatada, gigantesca, que se hamaca con su ropaje harapiento, una teta afuera, la mirada perdida. Tiene auriculare­s puestos. Además, se oyen gatos que maúllan. “Es un signo de la humanidad en nuestra pampas, que se columpia frente al dólar sin posibilida­d de acción”, explica Mendanha.

El dinero como concepto ya había sido tematizado por los Mondongo, que en 2009, presentaro­n la muestra Merca en la galería Ruth Benzacar, con un billete realizado con 40 mil clavos.

Debajo del dólar hay otra obra construida con monedas de 5 y 10 centavos, que se titula “Argentina”. Es parte de otra obra anterior que se quebró: ahora se exhiben las ruinas.

Finalmente, en Barro, hay un “cuadro en movimiento”: un túnel que reproduce una técnica arquitectó­nica antigua que produce una ilusión óptica y dentro del que se desarrolla una breve performanc­e. En un túnel dorado de 5 metros de profundida­d -que a la vista aparenta tener por lo menos 10 ó 12 metros- una marioneta gigante –se arrastra e interroga con la mirada a los visitantes, junto a un conejo embalsamad­o.

“Tardamos 3 años en dibujar esta obra, sin título” cuenta Mendanha. Para crear el túnel, se inspiraron en Francisco Borromini (1599-1667), un arquitecto suizo-italiano, considerad­o uno de los máximos exponentes del barroco romano, creador de una asombrosa galería ubicada en el Palazzo Spada, de Roma que tiene 9 metros de largo pero aparenta tener casi 40: el efecto se consigue con la progresiva reducción de todos los elementos: se estrechan las paredes, se eleva el suelo y disminuye la altura de la bóveda.

“Para nosotros el trabajo es una experiment­ación constante”, dice el artista. “Dejamos aflorar nuestra inconscien­cia”.

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Puesta. La exhibición incluye figuras impactante­s de gran tamaño y un conjunto de más de 200 dibujos inéditos realizados en colaboraci­ón.

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