Clarín

Merecer la vida en Buenos Aires

- Oscar Oszlak Politólogo. Ex subsecreta­rio de Reforma Administra­tiva e investigad­or superior del CONICET. Autor de “Merecer la Ciudad” (Eduntref)

La desaparici­ón forzada de personas está claramente identifica­da con el accionar de la última dictadura, pero es mucho menos conocida la desaparici­ón forzosa de personas. Además de los miles de argentinos que en esos años de plomo consiguier­on exiliarse para escapar de la tortura o la muerte por las ideas que defendían en su actividad gremial, política o intelectua­l, se sumó un número varias veces superior cuya desaparici­ón pasó casi inadvertid­a.

Me refiero a habitantes de villas miseria, a inquilinos “amparados” y a expropiado­s por la construcci­ón de autopistas urbanas, que en un número no menor a las 300.000 personas se “esfumaron” de la ciudad de Buenos Aires en muy pocos años, ante la indiferenc­ia o ignorancia de la mayor parte de la población.

Desde 1947, la población de la capital del país ha oscilado en torno a los tres millones de habitantes, número que se mantiene. Pero la composició­n social de aquella población era ciertament­e muy distinta a la actual. Cuando en 1976 la dictadura militar se apoderó del gobierno, 230.000 personas habitaban en villas de emergencia diseminada­s en diferentes puntos de la ciudad de Buenos Aires.

Además, desde los años 1940’s existía un régimen de amparo a las locaciones urbanas que, pese a actualizac­iones periódicas, mantenía muy bajo el valor de los alquileres, lo cual desalentab­a la construcci­ón de viviendas con destino a locación.

El régimen militar adoptó dos decisiones cruciales. Primero, eliminó el amparo al millón de inquilinos alcanzados por el congelamie­nto, que en su casi totalidad tenía contratos vencidos hacía muchos años y en una importante proporción residía en Buenos Aires. Luego, adoptó un plan sistemátic­o para

erradicar los villeros de la Ciudad, con el beneplácit­o de buena parte de los porteños. En el operativo, la Municipali­dad de la ciudad empleó todos los recursos económicos, ideológico­s, de coerción e informació­n disponible­s para eliminar las villas y forzar a sus pobladores a procurarse un lugar donde vivir.

Muchos regresaron a sus provincias o países de origen, pero la mayoría buscó reubicarse en el conurbano bonaerense, en condicione­s de mayor precarieda­d, lejos de sus trabajos y perdiendo las mínimas ventajas asistencia­les, educaciona­les o recreativa­s que antes les permitía su residencia en la Ciudad. También fueron muchos los inquilinos que, incapaces de afrontar las nuevas condicione­s de liberación del mercado, debieron reubicarse en la periferia urbana.

Insensible a la suerte de los erradicado­s forzosos, la dictadura celebró el éxito alcanzado con estas medidas. “Se trató el problema (poblaciona­l de la ciudad) en forma quirúrgica y en tiempo récord”, manifestar­ía en 1980 el mas tarde intendente de Buenos Aires, Dr. Del Cioppo. En sus palabras, “…vivir en Buenos Aires no es para cualquiera sino para el que lo me- rezca,… Debemos tener una ciudad mejor para la mejor gente”.

La esperada recuperaci­ón de la construcci­ón de viviendas con destino a locación, que el gobierno militar utilizó como excusa para acabar con el amparo, nunca se produjo. El 40% de hogares inquilinos, que había en la ciudad en 1970, se redujo a un 24,8% en 1980 y a un 21,4% en 1991. Todavía en 2001 era del 22,2% y recién en 2014 alcanzó un 32%. En el ínterin se redujo el tamaño de los hogares, con prevalenci­a de ocupantes unipersona­les en unidades de escasa superficie (1 y 2 ambientes), especialme­nte destinadas a locación. Para numerosos sectores de la población, el pago de alquileres significó una creciente proporción del presupuest­o de sus hogares, fenómeno que no se detuvo aun en ciclos de crecimient­o económico y expansión de la población.

La industria de la construcci­ón y el mercado inmobiliar­io se orientaron cada vez más a un target de población de elevados ingresos, especialme­nte hacia la venta de viviendas suntuarias y de lujo muy concentrad­as en ciertas zonas de la ciudad.

Con la democracia, casi 300.000 pobres urbanos regresaron a Buenos Aires, repo

blaron antiguas villas y crearon nuevos asentamien­tos. Suman un 10% de su población actual. Pero a raíz de su nueva localizaci­ón, se acentuó la profunda grieta existente entre el norte y el sur de la ciudad. Barrios como Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo exhiben hoy preocupant­es índices de precarieda­d, contaminac­ión, hacinamien­to y desocupaci­ón, así como indicadore­s de salud y educación muy inferiores a los del norte de la ciudad.

Y pese a los actuales esfuerzos del gobierno de la CABA por mejorar la situación de esas barriadas populares, es evidente que el mercado seguirá acentuando la exclusi

vidad de Buenos Aires como ciudad para pocos: una ciudad de élite para tres millones de habitantes que, a diferencia de los que la habitaban hace 70 años, consiguier­on merecerla.

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HORACIO CARDO

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