Clarín

De la vereda prohibida al circuito de running

- Guillermo Kellmer gkellmer@clarin.com

Tenía cuatro años cuando nos mudamos con mi familia a Vicente López. Y había dos referencia­s geográfica­s y políticas de las que hablaban los grandes. La casa de Gaspar Campos donde había vivido Perón y la Quinta Presidenci­al de Olivos.

La primera estaba a pocas cuadras de mi nueva casa y encima para llegar había que subir la calle que se cortaba y se transforma­ba en escalera. Esa calle es Madero, que a la vez es paralela a Gaspar Campos , que también se corta pero no tiene escalera y reaparece del otro lado de la calle que termina en escalera... Hoy con Google maps es más fácil. Por entonces llegar a aquella casa de Gaspar Campos parecía una misión imposible.

La Quinta, en cambio, era paso obligado para ir de Vicente López a Olivos, donde a poco de mudarnos empecé el colegio.

En un barrio de casas, en el que los edificios sólo están en las avenidas, encontrar semejante quinta parecía de otro tiempo. Y en definitiva lo era, y ayudaba el relato de quien nos llevara al colegio. Que Miguel de Azcuénaga (el de la calle que bordea la vía, que bordea la Quinta) había sido dueño del terreno . Que un descendien­te suyo, Carlos Villate (otra de las calles que rodea el predio) la había donado al Gobierno con la condición de que los presidente­s la usaran como residencia. Y que si no se cumplía, debían devolverla a sus antiguos dueños.

Historia al margen, lo fascinante era ese lugar enorme al que no se podía tener acceso ni observar desde afuera. La curiosidad se transformó luego en prohibició­n cuando durante la dictadura los soldados te hacían bajar de la vereda y caminar por la de enfrente.

El retorno a la democracia me agarró terminando la primaria y en la secundaria apunté para el otro lado del barrio. A las veredas de la Quinta volví algunas veces (pocas, admito) al trote porque todo el perímetro se convirtió en un circuito de running.

La caída del muro de la Quinta será una verdadera transforma­ción para el barrio. Vaya uno a saber que pensarían hoy Azcuénaga y el donante Villate al respecto. Aunque ya parece tarde para devolucion­es.

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