Ciudad de nobles corazones
En el Luna Park, uno, y en La Trastienda el otro, estrenaron material y certificaron que el presente les juega a favor.
“Viva el rock argentino”. Así se despedía Fernando Ruíz Díaz del escenario del Luna Park, el sábado, después de ponerle vértigo a Para vestirte hoy, en la recta final del primer Luna Park de Lisandro Aristimuño. Mientras, a pocos minutos de allí, los Ratones Paranoicos cantaban su regreso en el Hipódromo de Palermo; un poco más lejos, en Vélez, Bon Jovi aportaba la cuota anglo del fin de semana; y ahí nomás, en la Trastienda, Richard Coleman estrenaba su audaz F-A-C-I-L Que también habrá tiempo y espacio, para hablar de eso.
Sólo que ahora se trata de que nada podía ser más justo y atinado que el grito del Catupecu Machu, después de casi dos horas de muchas de las canciones que instalaron a Aristimuño en el podio local del género.
Canciones construidas capa sobre capa, textura sobre textura, con rasgos de folclore y sello de trovador, pero que el sábado, más que nunca, sonaron a rock de acá. Por actitud; por los arreglos -es notable la evolución del septeto que capitanea el cantautor patagónico-, en los que las dosis eléctrica y acústica están balanceadas con inteligencia; y por las influencias que se adivinan en el repertorio.
Pero sobre todo, porque Aristimuño logró, y en eso mucho tiene que ver su más reciente trabajo, Conste
laciones, sintetizar una poética alejada de la vulgaridad y la obviedad con un soporte melódico y rítmico que invita a sumarse como coro a la voz cantante, o a mover el cuerpo.
Entonces, a contramano de la habitual vocación por el aburrimiento que no pocos cansautores blanden como bandera, Lisandro propuso el sábado un ida y vuelta que manejó con frescura, nobleza y una indisimulada emoción.
Con Tu corazón, Voy con vos (con Hilda Lizarazu Fabiana Cantilo como invitadas de ocasión), la harrisoniana Hoy hoy hoy, la folclórica Azúcar
del estero y la ya clásica Es todo lo que tengo y es todo lo que hay abrió las puertas al canto colectivo. Del mismo modo que se dejó llevar por el bajo sabio de Javier Malosetti en Good Morning Life, se desgarró en versos
en Una flor -“Yo quiero besar sin tener que amar/quiero besar sin tener que matar”-, navegó sobre riffs de violines y eléctricas, loops y acoples en En mí, Pozo y Elefantes . “Nunca te traiciones/Sigue tu camino “, cantó al final. Y a juzgar por la ovación que selló el encuentro, habrá que pensar que tiene razón.
Y acaso sea ese una de las tantas líneas de conexión con lo que un rato después Coleman ensayaba, con honestidad casi brutal, como falsa despedida -” Nuestra tarea también es incomodar”-, dijo, palabras más pala- bras menos, frente a una Trastienda que celebró la falta de complacencia que enmarca su nuevo material, de pulso bailable, a la que dedicó la primera parte de la trasnoche. F-A-C-I-L, Días futuros, Cuarto se- creto, la disquísima I Feel Love (Donna Summer y Giorgio Moroder) y Sin un plan. “Flotar, dejarse llevar/Pla
near sin un plan”, cantó sobre la rítmica que construyeron con envidiable solidez el eterno Dani Castro al bajo, y Diego Cariola en la batería.
Con semejante base, todo se hizo más...sí, fácil, para que Coleman -dio una gran interpretación en solitario de Cuestión de tiempo- y Gonzálo Córdoba -más el ex Fricción Roly Ureta en Enjaulados y Perdiendo el contacto
hicieran dialogar a sus guitarras en variadas dosis de esencia rockera en las potentes Fuego y Turbio elixir; en las cantables Como la música lenta y
Hamacándote; en Caravana, de Gustavo Cerati; y en una furiosa versión de Memoria, broche de oro de una noche que desafió con argumentos eso de que el rock ha muerto. Es que, al menos en la ciudad de la furia, está vivo y goza de muy buena salud.