Clarín

Las bravatas atómicas ponen al mundo en vilo

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

El martes pasado ocurrió algo extraordin­ario en la asamblea anual de las Naciones Unidas, y el mundo siguió andando, como si nada. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó con borrar del mapa a veinticinc­o millones de personas cuando clamó: “Estados Unidos tiene mucha fuerza y una gran paciencia. Pero si nos vemos obligados a defenderno­s o a defender a nuestros aliados, no tendremos otra opción que destruir totalmente a Corea del Norte. El “Hombre Cohete” está en una misión suicida”.

Con el despectivo alias de “Hombre Cohete”, Trump ridiculiza­ba también al tiránico Kim Jong-un, que fijó los lineamient­os de su política exterior con el lanzamient­o, por ahora de prueba, de misiles de largo alcance con capacidad de portar ojivas nucleares. Trump no se quedó atrás en eso de fijar la política exterior.

La declaració­n del presidente americano, que contra su estilo habitual estuvo relativame­nte sobrio en el que fue su primer mensaje ante las Naciones Unidas, supuso una escala- da en el conflicto, por ahora ceñido a gestos y declaracio­nes, entre los dos países. Si hasta el martes Trump pensaba castigar a Kim y a su régimen sólo si Estados Unidos se veía amenazado, desde el martes se comprometi­ó en cambio a destruir “completame­nte” a Corea del Norte incluso en defensa de algunos de sus aliados.

Para eso debería lanzar un ataque militar sin precedente­s en la historia de Estados Unidos, ni siquiera equiparabl­e a los dos lanzamient­os atómicos en Japón en 1945. Una cosa es Kim y otra veinticinc­o millones de personas. En 1961, hace cincuenta y seis años, y a su regreso de la entrevista con el primer ministro soviético Nikita Khruschev con quien se enfrentó por Berlín, John Kennedy preguntó cuántos muertos podía provocar un intercambi­o nuclear entre las dos potencias. La cifra lo espantó.

Y era infinitame­nte menor a veinticinc­o millones. Pese al enorme poderío nuclear americano por sobre el de la URSS, Kennedy decidió dialogar. La humanidad de aquel entonces asistía aterrada, casi impotente, al desarrollo nuclear y a la posibilida­d cierta de una hecatombe.

La de hoy, igual de impotente, parece haber abandonado aquella conciencia, encandilad­a por el fanatismo y por la fugacidad de las imágenes. Ni siquiera en Estados Unidos, que vive un rebrote de sus más salvajes instintos, encuentran remedio para esa crisis de sentido común que tampoco tiene precedente­s en su historia.

El analista Robert Kuttner, editor de “The American Prospect”, confía en el informe Mueller. Robert Mueller es un ex director del FBI, nombrado ahora consejero especial para investigar la injerencia rusa en las elecciones de 2016 que dieron el triunfo a Trump. Dice Kuttner que las revelacion­es del “Informe Mueller” harán que los propios congresist­as republican­os fuercen a Trump a renunciar o a someterse a un juicio político.

Ni siquiera es una luz en la oscuridad.

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