Clarín

Una ciudad todavía conmociona­da, que intenta recuperar su ritmo

Relato. Todos en la ciudad tienen una historia para contar sobre el poderoso sismo del martes de 7,1 grados, que dejó al menos 230 muertos y centenares de heridos.

- MEXICO DF. ENVIADO ESPECIAL Francisco de Zárate fdezarate@clarin.com

“Ya va a llover, está caliente”, dice Julián minutos antes de que el primer gotón caiga sobre el parabrisas de su taxi. “¿Y los que se quedaron sin casa con el terremoto se van a mojar?”, le pregunta

Clarín. “Hay refugios. Son de tela, pero buenos, cerrados”. Con refugios en auditorios y parques para los damnificad­os, la ciudad de México trataba de recuperar ayer su ritmo, un día después del terremoto de magnitud 7,1 que, por el momento, se ha cobrado la vida de 230 mexicanos y provocado el derrumbe de casi 50 construcci­ones. Para los que no tienen gente cercana ni pérdidas materiales

que lamentar, lo ocurrido el martes muy pronto se convertirá en otra historia que contar. “Yo estaba en el estacionam­iento del aeropuerto, primero fue como si el suelo se moviera hacia un lado y hacia otro, luego vino la sacudida, que yo creo que fue la que rompió la inercia de los edificios”, cuenta Julián.

No será una historia más para contar para las familias de los 21 niños

que murieron aplastados con 5 adultos en la escuela Enrique Rebsamen, al sur de la ciudad de México, y los 30 desapareci­dos. Empleado en un estacionam­iento de la colonia (barrio) Tabacalera, Gustavo contó a Clarín que él también tenía a sus gemelas de 12 años en la escuela cuando ocurrió el temblor. “Pasó, salí corriendo de casa, no me podía comunicar con nadie, se cayó todo, el teléfono, la electricid­ad... pero cuando llegué ya estaban en el patio, con la maestra”.

Sus hijos, como todos los niños en edad escolar en ciudad de México, no tuvieron clases ayer. Cuenta Gustavo que segurament­e ayudó en la evacuación de sus hijas que poco antes habían hecho los simulacros por el aniversari­o del terremoto de 1985 (en el que murieron unas 10 mil personas), y los niños tenían fresco el procedimie­nto: “Escucharon la alarma y pensaron que era otro ensayo, pero luego vieron que les temblaba el suelo y se asustaron, claro”.

En aquel terremoto de 1985, los mexicanos desarrolla­ron un protocolo de actuación voluntaria que ayer pusieron en práctica. Gran parte de la ciudad no durmió en la noche del lunes. Por las calles podía verse a las camionetas trasladand­o agua, alimentos y remedios para asistir a las víctimas y a socorrista­s equipados con palas y picos y a voluntario­s armados solo de mascarilla contra el polvo que hacían cadenas humanas para retirar los escombros y los trasladaba­n

en changuitos de supermerca­do.

“No se puede meter maquinaria”, explicó a los periodista­s esa noche Osorio Chong. El trabajo debe hacerse con picos, a mano, y en el mayor silencio posible para escuchar y no dañar a los sobrevivie­ntes. Cada vez que uno aparece con vida, aplausos para abrirle el camino.

De 20 plantas, un hotel de la colonia tabacalera “se movió como si tuviera un elástico”, cuenta Sania, una de sus empleadas que estaba en el piso 12 en ese momento. “Me recosté contra la pared central, porque esa es la zona segura en este hotel, y cuando unos turistas salieron de sus habitacion­es les dije que hicieran lo mismo”. Luego del terremoto de magnitud 7,1, el Servicio Sismológic­o Nacional informó que el mismo martes se habían registrado 22 réplicas. “¿Miedo a una réplica? No... ¿Puede haber? Pues espero que no”, decía ayer Julián con resignació­n.

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