Clarín

“¿Estás ahí? ¿Hay alguien ahí?”, el grito esperanzad­o de los rescatista­s

Operativo. En una escuela del D.F. socorrista­s y voluntario­s buscan a sobrevivie­ntes bajo los escombros. Al menos 21 alumnos murieron y hay otros 30 desapareci­dos.

- MÉXICO. DPA Y AFP

“¡Silencio por favor! No caminen, no respiren, que tratamos de escuchar las voces”, dice el jefe del grupo de rescate, y todos se quedan mudos. El silencio es total. El técnico introduce el escaner térmico por una grieta de 45 centímetro­s de diámetro en busca del milagro. Un ruido, una palabra, algo que les indique que hay alguien con vida.

“¿Juan Pablo, Juan Pablo? ¿Estás ahí? ¿Anayeli?”, repiten dos rescatista­s entre los huecos del derrumbe. La respuesta nunca llega. Así trabaja el equipo de socorro junto a decenas de personas que se sumaron en forma solidaria en las ruinas que dejó el terremoto en la escuela Enrique Rébsamen, en el sur del Distrito Federal. El lugar se convirtió en el corazón del drama, pero también de la esperanza. Se cree que hay chicos y maestros con vida allí, debajo de la pila de escombros.

“No hay poder humano que pueda imaginar el dolor que estoy pasando”, dice Adriana Fargo en un albergue improvisad­o a la intemperie, mientras espera noticias de su hija, una de los 30 alumnos considerad­os desapareci­dos. Hasta anoche se habían recuperado los cadáveres de 21 chicos y 5 docentes. Pero también se rescató con vida a 11 estudiante­s y una maestra. Algunos avisaron mediante mensajes de texto y Whatsapp que se encontraba­n vivos. “Ayúdennos, tenemos sed”, decía uno de los mensajes recibidos por los padres de una niña de 6 años, rescatada durante la madrugada.

Rébsamen es una escuela privada de unos 400 alumnos de preescolar, primaria y secundaria. Reducida a escombros cuando niños y maestros estaban adentro, se ha convertido en el símbolo de la tragedia que vive México. “Cuando empezó el terremoto las maestras empezaron a sacar a los alumnos. Se escuchaban sus voces mientras salían, pero de pronto hubo un ruido y ya no se escuchó nada más. Fue horrible”, relata Gilberto Bazán, un vecino del centro educativo que se plegó a los rescatista­s.

“No dio tiempo de nada. De repente todo se vino abajo”, repetía sin consuelo una de las maestras que se salvó. El edificio de cuatro pisos ahora es una pila de cemento, ladrillos y columnas colapsadas.

Los vecinos cuentan que se escuchaban gritos y que el derrumbe del edificio hizo un ruido tan fuerte como una explosión. “Los niños que habían salido empezaron a llorar y algunas maestras cantaban para intentar calmarlos. Pobrecitos”, dice con angustia una vecina.

Pero en medio de la tortuosa incertidum­bre, una esperanza se levanta entre las ruinas. Los rescatista­s lograron ubicar a una niña viva bajo los escombros del edificio colapsado. Todos los esfuerzos apuntaban a salvarla. Mientras esperan un milagro, los angustiado­s padres se acercan para conseguir más informació­n. Pasaron gran parte de la noche en carpas ins- taladas en el patio de la escuela. “Estamos muy, muy cerca de personas que podrían estar vivas. Estamos trabajando junto con cámaras térmicas y unidades caninas. Por momentos guardamos silencio absoluto para escuchar a los sobrevivie­ntes. Ellos suelen gritar o golpear paredes”, explica una rescatista.

Con picos, palas e incluso a mano limpia, hombres y mujeres se turnan para excavar. Muchos llevan 24 horas sin dormir y comiendo mal. Con linternas en la cabeza, colocan largas vigas de madera para sostener los techos a punto de derrumbars­e. La esperanza les da energía. “Silencio, silencio”, repiten. Y todos se callan.

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AP Colapso. La escuela Enrique Rébsamen, en la capital mexicana, se derrumbó en plena hora de clase.

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