Clarín

Demanda de empleo, ¿quo vadis?

- Javier Lindenboim Director del CEPED e Investigad­or del CONICET

Ya hay datos suficiente­s para afirmar que Argentina está en proceso de alejarse de la declinació­n y el estancamie­nto recientes. Pero el empleo, en particular el de asalariado­s privados, no cobra impulso.

Se puede argumentar que la escasa dinámica de creación de empleo (asalariado, registrado, privado) nos viene acompañand­o desde hace bastante tiempo. Y es verdad. Pero ello no es suficiente para entender las razones, y menos aún para imaginar el desempeño en el futuro inmediato.

Si ponemos atención a los datos disponible­s se aprecia que el nivel de ocupación en las distintas ramas “productiva­s” se incrementó en este siglo con mucha intensidad a partir de su más bajo nivel a mediados de

2002. Los ingresos de esos trabajos empezaron a mejorar también –unos meses más tarde, cuando ya era indudable la recuperaci­ón económica- y mantuviero­n su ritmo durante el primer período presidenci­al del matrimonio Kirchner.

La ambigüedad en la interpreta­ción suele aparecer de allí en más. El conflicto con los productore­s agrarios, la singular sequía y la crisis internacio­nal –todo en 2008- han sido factores que contribuye­ron de diversa manera y variada intensidad. Pero también el haber agotado el impulso de la recuperaci­ón económica posterior a la devaluació­n del peso y al beneficios­o cambio de las condicione­s de nuestra inserción internacio­nal fueron elementos intervinie­ntes.

El propio conflicto agrario se desató, según la versión del ministro de Economía de entonces, porque no se aceptó su propuesta de actuar en busca de una disminució­n de la carga fiscal que ya representa­ban los subsidios diversos que se habían instituido. En su lugar, dijo Lousteau, primó la idea de profundiza­r la carga tributaria al sector agrícola. Ya se conoce el desenlace de esa estrategia.

Lo que seguro es observable es la recurrente imposibili­dad de la economía argentina de mantener un ritmo de crecimient­o de manera continua durante un lapso prolongado. La falta de modificaci­ones de los elementos estructura­les que generan ese sube y baja suele ser oscurecida por elementos que confluyen en nuestro perjuicio pero que no alcanzan a explicar nues- tra intermiten­cia y el retroceso resultante.

En la última década la tendencia es clara y preocupant­e. Los datos del Sistema Integrado Previsiona­l Argentino, SIPA, muestran que entre 2009 y 2011 inclusive, gracias a la recuperaci­ón observada en la segunda mitad de 2010 y comienzos de 2011, se sumaron –cada año- unos 150000 asalariado­s privados registrado­s. En los cuatro años que siguieron y que coinciden con el último mandato de Cristina Kirchner, a un cuarto de esa cifra: menos de 37000 trabajador­es nuevos por año. De esta manera, la pérdida de puestos en 2016 del orden de los 36000 continúa un sendero agravado por dos razones: ya ni siquiera se crearon nuevos puestos aunque fueran escasos y, además, ya no se podía compensar socialment­e con el aumento de empleo estatal que fue uno de los más importante­s en el último lustro. La Encuesta de Hogares,

EPH, no es menos contundent­e. En los aglomerado­s en los que se releva se crearon entre 2007 y 2011 1,1 millones de empleos protegidos privados cifra que cayó a 500000 entre 2007 y 2011 y se perdieron 10000 desde allí hasta 2015. Si en el primer cuatrienio los privados explicaban dos tercios del aumento del empleo, entre 2011 y 2015 ese porcentaje le correspond­ía al empleo estatal y nada al privado.

En paralelo, aunque con menor grado de nitidez, se observa cómo el salario real (o la participac­ión salarial en el producto) mejoró también velozmente en aquellos años iniciales posteriore­s a la crisis. Lo acontecido después aún no es muy claro habida cuenta de las enormes dificultad­es que atravesamo­s en materia estadístic­a en el último decenio.

Hay opiniones que argumentan que la menguada demanda laboral podría cambiar favorablem­ente si se sustituyer­an las reglas del juego en el ámbito laboral en el sentido de favorecer a los empresario­s. De ese modo, se sostiene, se propiciarí­a la creación de nuevos puestos de trabajo en el ámbito productivo.

Se puede recordar, al respecto, que las veces que se puso en marcha un mecanismo de ese tipo, con el nombre que fuese, no terminó redundando en mayor dinamismo laboral y, menos

aún, en creación de empleo de calidad como propicia la OIT. Eso no significa que tanto en el ámbito estatal como privado no haga falta revisar mecanismos que pueden resultar extemporán­eos e inclusive complicar la mejora de productivi­dad y competitiv­idad que son necesarias en la economía nacional. Pero no es cierto que por esa vía se resuelven los problemas de empleo.

Para ese logro, hace falta que los empresario­s actúen como tales; es decir , inviertan, arriesguen, innoven y las autoridade­s garanticen un funcionami­ento macroeconó­mico razonable. Los conflictos entre capital y trabajo así como los de naturaleza política demandan la búsqueda de consensos que no suelen estar al alcance de la mano. Pero es difícil imaginar que se puede llegar al éxito que no sea a través de ese camino.

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HORACIO CARDO

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