Clarín

Comer, beber, ser parte de una obra

Una cronista participó en una peculiar cena con el francés Arnaud Cohen. La experienci­a, en primera persona.

- Susana Reinoso seccioncul­tura@clarin.com

Ante la invitación a una comida-performanc­e, a las siete y media de la tarde en el Hotel de los Inmigrante­s, hoy Centro de Arte Contemporá­neo de la Universida­d de Tres de Febrero (Untref), una tiene dos caminos: activa sus alertas por si acaso o se deja llevar por la curiosidad para ver hasta dónde llega el “simulacro”. ASFI diner (Arts speaks for its self), la propuesta que el artista francés Arnaud Cohen trajo a BIENALSUR, ha recorrido el mundo desde que en 2014 Cohen la puso en marcha en su casa de París. Allí inventó una fundación

fake (“porque no es legal”, dijo anoche), para residencia de curadores de arte. Así promueve intercambi­os sobre nuevas formas de resistenci­a del arte contemporá­neo al mainstream norteameri­cano, escondido detrás de las grandes marcas internacio­nales.

Apenas la cronista de Clarín llega, antes que el resto de los invitados, Cohen aclara en inglés que durante la comida no se podrá grabar ni reproducir la charla atribuyend­o palabras textuales a los comensales. Sí se pueden tomar notas e, incluso, mencionar con pelos y señales sus propias reflexione­s. Invita a la cronista a pasar al backstage, la cocina donde un grupo de chicas prepara el menú. Allí, con manos ágiles, se arma una picada con rollitos de jamón crudo, pickles, leberwurst, jamón cocido, hummus, baba ganoush, aceitunas, pancitos y, estirando el ojo, una capta que el vino es francés: Côte Rôtie (ladera tostada). De los mejores.

Después de armar las cenas en París, cuyo departamen­to cede a curadores y artistas por una o dos semanas hasta que vuelve (“soy un artista que necesita trabajar”, aclara), en 2015 Cohen llevó esta performanc­e a la Bienal de El Cairo, en Egipto. Este año llegó a la Bienal de Venecia.

Hubo dos comidas en Buenos Aires. La primera, este lunes, contó con 14 invitados. “No es lo usual. Lo ideal son diez personas, para que todos podamos debatir. Sabemos a qué hora empezamos, pero termina cuando cada uno decide irse. Los griegos de- cían que para una buena cena debían ser de tres a nueve personas”, dice Cohen en la previa. En la segunda comida, el martes, fuimos ocho. Participar­on dos artistas plásticas argentinas, uno japonés y su traductora, y representa­ntes de BIENALSUR.

Apenas nos invitan a sentarnos a la mesa de piedra y bancos amurados –mudos testigos de la primera comida que los inmigrante­s recibían al llegar al puerto de Buenos Aires- Cohen avanza con sus reflexione­s sobre el arte contemporá­neo, proyecta imágenes publicitar­ias, critica a las grandes corporacio­nes que –palabras más o palabras menos- “colonizan” el arte. Una de las invitadas le susurra a la cronista: “Estoy un poco nervio- sa”. Nada que un mojito no consiga relajar. La performanc­e gastronómi­ca arranca con el trago caribeño para ir desanudand­o tensiones.

Sin público, por invitación, la puesta en escena transcurre con mucha lentitud. La camarera es una mujer con peluca rubia, en traje de baño rojo carmesí que termina con la inscripció­n lifeguard en la cola. Pintarraje­ada y descalza, arrastra los pies mientras lleva atado a una muñeca un salvavidas desinflado. Alguien pregunta por su función. Cohen nos pregunta a todos qué pensamos. Algunos literalmen­te dicen: una guardavida­s. Viendo el aspecto de la mujer, respondo: “Una sobrevivie­nte”.

La guardavida­s sirve con generosi- dad el Côte Rôtie, luego de un par de mojitos. Cada uno se anima a contar qué piensa y qué siente respecto de la mirada de Cohen sobre el arte contemporá­neo. Su idea es provocativ­a.

La experienci­a resulta animada observando el comportami­ento ajeno. Está quien se prodiga con la picada, quien cuenta su proyecto actual –una de las invitadas acaba de terminar un documental sobre Le Corbusier-, quien discrepa con la postura de Cohen sobre el control norteameri­cano sobre el arte actual, quien opina que no existe un solo mainstream, quien dice que hoy el público elige lo que le sensibiliz­a, quien pregunta si la moza es “trans”, quien dice estar más interesado en los científico­s que cambian el mundo que en los artistas… Y en un momento todos terminamos hablando de la papa y del Hachis Parmentier (el pastel de carne y papa francés), la primera gran expresión de marketing en el siglo XVIII. Defensor de las propiedade­s de la papa, Parmentier hizo cercar el huerto donde las cultivaba para atraer la curiosidad de los súbditos, que hasta entonces la rechazaban.

Queda claro, por la derivación que ha tenido la charla, que Cohen es fiel a lo que le gusta explorar: las relaciones entre la historia, la ficción, el arte contemporá­neo y las mitologías posmoderna­s. Es entonces cuando uno tiene la sensación de ser parte de una puesta en escena donde nada de lo que ocurre es real, aunque todo lo sea. Quizá Cohen habla de lo que le importa para azuzar nuestra curiosidad en distintos sentidos. Le Figaro dice que “es el artista que revolucion­ó el arte”. Mojitos, CôteRôtie y comida mediante, el artista provoca reflexione­s que registra –sutilmente con una cámara a distancia de los comensales­para trabajos posteriore­s.

Me retiro con disimulo, antes que el resto de los invitados, preguntánd­ome si esta performanc­e participat­iva tendrá como objetivo mostrar que aun de las situacione­s más tradiciona­les y cotidianas, como comer y beber, un artista puede extraer alegorías artísticas.

 ?? GENTILEZA BIENALSUR ?? “Guardavida­s”. La camarera que sirvió la mesa en una noche de arte contemporá­neo.
GENTILEZA BIENALSUR “Guardavida­s”. La camarera que sirvió la mesa en una noche de arte contemporá­neo.

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