Clarín

No nos une el amor sino el femicidio

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

En México hay una campaña que hermana a las mujeres. No las une el amor, según esa frase que acuñó Borges y que es tan buen comodín: las une el espanto. El asesinato las une.

Es así: en los muros de Facebook de amigas

mexicanas apareció este texto: "Amigas, si algún día van a una fiesta, tienen trabajo y se les hizo tarde o cualquier circunstan­cia que no les permita llegar a tiempo a su casa o si el regreso de alguna actividad resulta peligroso o inseguro, pueden escribirme y con gusto, sin importar el día y la hora, las recibo en mi casa con un buen café o té. O acudo a su llamado para llevarlas a su casa. O estaría pendiente si me envían su ubicación, en caso de que decidan tomar algún medio de transporte (Ya lo han hecho amigas por mi, lo he hecho por mis compas y sé que lo seguiremos haciendo) Es mejor quitarnos la pena que permitir que nos quiten la vida." Y tien eel hashtag #MiCasaEsTu­Casa. Ya no es esta o aquella: sos mujer, entonces mi casa es tu casa. Es cuestión de vida o muerte.

Por lo mismo, en estos días le creció la demanda a Laudrive, una aplicación parecida a Uber: el 8 de este mes Mara Castilla, una chica de 19 años, pidió un coche de Cabify (otra aplicación semejante) y el conductor la violó y la estranguló. ¿Un loquito? ¿Un caso aislado? ¿Un exceso? Mmm... la BBC informó que POR LO MENOS siete mujeres son asesinadas en México cada día. No está de más lo de la campaña: amigas, si tienen miedo, vengan a casa. Una constelaci­ón de casas de mujeres abiertas a otras mujeres en defensa propia. Suena difícil, pero no sería mala idea.

"#SiMeMatan es porque me gustaba salir de noche y tomar mucha cerveza" había tuiteado Mara en mayo, consciente de la transgresi­ón de andar sola por el mundo portando ovarios. En la Argentina no estamos más tranquilas: el año pasado hubo 254 asesinatos y las chicas arman operativos de inteligenc­ia para volver en taxi.

Quizá este clima opresivo en el que vivimos haya tenido algo que ver con el éxito de la serie

The handmaid's tale (El cuento de la criada). La serie no llegó oficialmen­te al país (aunque la red son porosas) pero la novela de Margaret At- wood en que se basa es de 1985 y hace mucho que tenía fanáticos por estas pampas.

La historia de partida ya da escalofrío­s: con la excusa de un atentado islámico que no ha sido tal, una dictadura religiosa cristiana se hace con el poder. Se establece una sociedad -la República de Gilead- donde los varones son amos totales de las mujeres. Por la contaminac­ión, hay pocas mujeres fértiles y esas pocas son elegidas como "criadas", es decir, máquinas de parir. A los hombres poderosos les asignan una con ese objetivo: son prácticame­nte esclavas y el señor puede enviarlas a territorio­s contaminad­os donde morirán si no está satisfecho con su comportami­ento. Además, los señores tienen esposas que participan del acto sexual de procreació­n sentadas detrás de la criada y que, si el embarazo prospera, recibirán el bebé.

Pero lo peor no es esa ficción que no permite dormir sin un nudo en la panza. Lo peor es lo que ha contado su autora: que desde el principio, como un juego, había decidido no poner en el libro nada que no hubiera ocurrido alguna vez en la historia real. La república de Gilead, dice, "está basada en las raíces puritanas del siglo XVII que siempre estuvieron bajo el Estados Unidos moderno que creemos conocer".

Hay más. Gilead, agrega la autora, está ubicada en Cambridge, Massachuse­tts, donde está la Universida­d de Harvard, que supo ser un seminario teológico puritano. ¿A alguien lo ofende -pregunta Atwood- que se use un muro de la universida­d como lugar de exhibición de los cuerpos de los ejecutados, como se hace en la ficción? Bueno, así fue.

Hay un precedente bíblico para eso de que una mujer "fabrique" un hijo para una pareja. Jacob está casado con las hermanas Lea y Raquel pero Raquel, la más amada, no puede tener hijos. Entonces una esclava toma su lugar. Y luego una esclava de Lea hace lo mismo.

En Gilead las mujeres no pueden caminar solas por la calle. Ni que hablar de tomar un taxi, quién les dice, aparecen violadas y asesinadas.

El año pasado hubo 254 asesinatos y, de noche, las chicas arman operativos para poder volver en taxi.

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