Clarín

La arrogancia de los ciclistas con auriculare­s

- Horacio Convertini hconvertin­i@clarin.com

El ciclista cruza Mario Bravo como Usain Bolt tras el oro olímpico. Tiene dos actitudes cancheras que admiro profundame­nte: manos en los bolsillos de su buzo deportivo (es decir, manubrio libre), auriculare­s gigantes tapando los oídos (es decir, no puede escuchar ni los bocinazos ni los insultos). Pasa con el semáforo de amarillo a rojo, pero se trata de un detalle menor.

Qué reprocharl­e a alguien que se encuentra, en ese mismo instante, por el influjo de su pedaleo veloz, destapando arterias, liberando endorfinas, en fin, haciendo un culto de la vida atlética que tanto recomienda­n los médicos de la tele para tener cinco años más de jubilación mínima.

Desde la revolucion­aria construcci­ón de bicisendas, Buenos Aires se convirtió en una ciudad “bike friendly”. Igual a Amsterdam, aunque no somos Amsterdam. No importa, lo que vale es la pretensión, como Doman cuando se calzaba chupines.

Uno, desde la ignorancia más supina, se pregunta si será correcto estimular el transporte individual, que eso es la bicicleta, en una megalópoli­s como la nuestra, pero los urbanistas modernos suelen equivocars­e poco al copiar fórmulas de otras sociedades. En todo caso, aunque sea una política incorrecta, no deja de ser cool. Y sana, claro.

Este cronista sospecha que el ciclista que acaba de cruzar Mario Bravo, de persistir en la cancheread­a, corre el riesgo de terminar estampado en la trompa de un colectivo en la primera bocacalle, pero qué maravilla entregar al camillero del SAME un cuerpo de arterias limpias y pletórico de endorfinas.

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