Clarín

Hechizo de la Noticia Deseada

- Miguel Wiñazki mwinazki@agea.com.ar

Frida fue la ficción que quisimos ver; la Noticia Deseada, la leyenda que nos hechizó, en la que creímos, por la que pedimos a Dios o al azar para que siguiera viva. Frida no fue un ejemplo de posverdad, porque la posverdad ancla en la indiferenc­ia sobre lo que es verdadero o falso. Es efímera, no nos conmueve, es un juego banal.

Esta ficción fue deseada, nos tocó en el alma. Quisimos creer de corazón. Ella, Frida, la niña que aunó las manos del mundo entero en una plegaria global, no existe. Tras el terremoto que abrió y ensangrent­ó a México fue el rescate de ese fantasma el que más nos atrajo, nos hipnotizó y nos tuvo en vilo. Frida, una nena “viva” bajo los escombros abrumadore­s, magnetizó a las cámaras, exacerbó el dramatismo. Se enfocó la tragedia en ese nombre que no tenía madre ni padre presentes. Sus eventuales progenitor­es no se habían acercado al sitio en el que ella supuestame­nte yacía, allí, bajo de una escuela derrumbada. Claro, ellos también podrían haber sido arrasados por la debacle. Ella, Frida, fue bautizada y simbólicam­ente sacramenta­da como un angelito que latía con sangre enterrada y con esas ganas de vivir que palpita tanto entre tanta muerte.

El fantasma asumió un nombre poderoso. Frida, como Frida Kahlo, esa mexicana por antonomasi­a, la gran pintora, la agónica perpetua, la amante de León Trotsky cuando aquel revolucion­ario novelesco se exilió en esas tierras tan lejanas a las suyas para que un sicario de Stalin lo asesinara con un martillazo en la cabeza.

Frida era Frida Kahlo, era México encarnado pero a la vez desencarna­do. Y Frida es también el nombre de una perrita heroica de los socorrista­s que halla a los que siguen vivos entre todos los muertos. El nombre era perfecto. México ama a los fantasmas, basta leer a Pedro Páramo, esa Biblia de Juan Rulfo, para saber y sentir que los espectros deambulan por esa tierra. Frida, esa alucinació­n colectiva, se sostuvo en el poder que tienen efectivame­nte las alucinacio­nes; producen la convicción de que están allí. Mientras reinan, las alucinacio­nes nos someten. Frida fue otro terremoto dentro del terremoto. Se abrió la tierra de la tierra de la realidad y nos invadió la irrealidad que hemos deseado porque quisimos sufrir por una esperanza, queríamos salvar a una nena, a la luz que fue un espejismo. Y nada más.

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