Murió Liliane Bettencourt, dueña de L’Oréal, la mujer más rica del mundo
Tenía 94 años. Estuvo involucrada en un escándalo por financiación de partidos políticos.
Madame Liliane Bettencourt ha muerto. La mujer más rica del mundo y heredera de la empresa de cosmética francesa L’Oréal, cuya vida, sordera, salud y fortuna se convirtieron en sus últimos años en una triste telenovela familiar y judicial, falleció en la noche del miércoles en su petit hotel de Neuilly sur Seine, en los suburbios de París. Habría cumplido 95 años el próximo 21 de octubre.
“Mi madre ha partido tranquilamente”, escribió Françoise Bettencourt Mayers, su hija, en un comunicado. “En este momento doloroso para nosotros, yo expreso, en nombre de mi familia, nuestro entero compromiso y fidelidad a L’Oréal y a la renovación hecha en toda confianza por su presidente Jean Paul Agon y sus equipos en el mundo entero”, precisó.
Madame Bettencourt había heredado el grupo de cosméticos L’Oréal tras la muerte de su padre, Eugenie Schueller, en 1957.
La vida, la discreción y los secretos de esta viuda millonaria y sus horrendos y tortuosos vínculos con su pequeña familia estallaron cuando la radio, la televisión, las revistas y las comidas mundanas se ocuparon de la apasionante relación entre esta señora elegante, refinada y hasta entonces muy aburrida, con un “gigoló” francés, gay, fotógrafo, irascible, déspota, y dandy, François Marie Banier, que la entretenía, viajaba con ella y la hacía reír y llorar.
Ante el horror de su hija Françoise, de su yerno Jean Pierre Meyers y la sorpresa de sus nietos Jean Víctor y Nicolás, Madame Bettencourt cubrió de regalos a su “gigoló” oficial hasta llegar a 1.000 millones de euros. Departamentos, obras de arte, seguros, fondos de inversión, ante la furia y los celos de Françoise, tan cer- ca de su papá Andrés y tan lejos de su mamá, históricamente.
Sola, sin demasiado contacto familiar, con su avión privado y una legión de mayordomos, mucamas, secretarias y chefs, Madame Bettencourt pasaba su año al sol y nadando. Oscilaba entre su suntuosa casa en el muy chic suburbio de Neuilly sur Seine, la casa con una enorme piscina que ha- bía construido su padre en Bretaña en 1920, su casa en Mallorca sobre el mar, y una aislada isla en Seychelles, que su compañero Banier odiaba visitar “porque hay tiburones”.
Ella había decidido donar toda su fortuna a su hija Françoise, que recibiría un interés mensual de 34 millones de euros. Hasta que se inició un escándalo motivado por sus celos, el financiamiento ilegal de partidos políticos franceses y el destino de una heredera millonaria, con una cierta demencia senil, que oficialmente sus médicos se negaban a diagnosticar.
Los discretísimos negocios del matrimonio Bettencourt se hicieron trizas cuando la policía comenzó a investigar una donación en efectivo ilegal a Nicolás Sarkozy para su campaña presidencial, vía el tesorero partidario Eric Woerth.
Mónica Waitzfekder acusó a L’Oréal de haber recibido oro robado durante el nazismo y haber adquirido su mansión, que había sido ilegalmente incautada durante la guerra. Luego llegó el juicio de su hija Françoise al fotógrafo Banier, el allanamiento de la mansión de la millonaria, la intempestiva revisación médica a la hora de su desayuno, en su cama, para determinar su senilidad.
El imperio cosmético había comenzado cuando Eugène Schueller inventó una tintura para el cabello llamada Aureale, en 1907. Con ello se inició la fortuna de este hijo de un panadero. Después de haber sido citado 10 veces por valentía en la batalla de Verdum, Schueller comenzó a comprar compañías de belleza, un Rolls Royce, un departamento en la Rive Gauche y su casa en Bretaña. Su posicionamiento social en la sociedad francesa estaba en marcha.
La casa de los Bettencourt se transforma en un centro para el “Tout Paris” intelectual, artístico y político. Pero los vínculos familiares entre la mamá y su hija fueron siempre helados y difíciles, con ella educada por su “nanny” británica.
Françoise Meyers denunció y persiguió en los tribunales franceses al fotógrafo Banier, hasta que apenas unas tres semanas atrás, llegaron a un acuerdo extrajudicial secreto. Mientras tanto Banier había recibido departamentos en París, en Mónaco, la isla de Seychelles, seguros de vida, inversiones de manos de Madame Bettencourt, que su hija consideraba “abuso de confianza ante su senilidad y Alzheimer”.
Quién era Madame Bettencourt será un secreto, que se llevó a su tumba mientras su familia se distribuye sus 34.000 millones de euros. Detrás deja una hija, secretarias, mucamos, enfermeras, managers, notarios, banqueros, que quisieron explicar quién era y cuál era el rol de Banier en la manipulación de su fortuna.