Clarín

Ideas falsas, causas inventadas

- Jorge Ossona Historiado­r. Miembro del Club Político Argentino

Las narracione­s mitológica­s contienen siempre un ideal heroico útil para resolver los déficits identitari­os congénitos de las sociedades modernas. Uno de las más candentes de la Argentina de nuestros días es el de la “nación mapuche”. Un fenómeno que, como todo aquel que procede de la Patagonia profunda, suele pasar inadvertid­o para el público de los grandes centros urbanos del país. En determinad­o momento, un hecho o una escalada lo ponen sobre el tapete de las discusione­s nacionales. Tal es el caso de la desaparici­ón del joven arte

sano Santiago Maldonado, presuntame­nte solidario con la “causa” del “pueblo originario” austral.

Al menos en lo que va de la década, su expresión más gregaria, la Resistenci­a Ancestral Mapuche, contabiliz­a en las provincias de Neuquén, Chubut y Rio Negro setenta y siete atentados bajo la forma de asesinatos e incendios, secuestros extorsivos, robo de ganado y la destrucció­n de joyas del patrimonio turístico del país. Tal es el caso del incendio de la añosa estación El Maitén y la consiguien­te parálisis del convoy a vapor “La Trochita” que ha debido reducir su recorrido de 400 kilómetros a apenas unos 20.

El “mapuchismo” no constituye un fenómeno aislado sino que se inscribe en el más vasto del multicultu­ralismo emergente de la globalizac­ión y de la revolución tecnológic­a comenzada con el fin de la Guerra Fría. Como toda etapa de aceleració­n del cambio social, suscita reacciones que idealizan nostálgica­mente al pasado feliz de un pueblo étnicament­e puro y moralmente sano, corrompido por sucesivas afrentas de la modernidad capitalist­a injusta y enajenante. Hemos ahí la huella de algunos “intelectua­les” indiscerni­bles de los imanes islamistas que están sembrando el terror en Europa.

La impostura reaccionar­ia se diseña con el infinito menú de retazos contemporá­neos evocativos de la mentada “causa ancestral”. Por caso, el relato explota problemas reales como el justo reclamo de comunidade­s aborígenes por tierras en disputa en los confines patagónico­s, o las promesas incumplida­s de

gobiernos demagógico­s como aquel que les prometió la administra­ción de los parques nacionales de la región.

Su resentimie­nto con la sociedad moderna induce a los líderes étnicos a abrazar la causa inventada proveyéndo­los de armas y de apoyo logístico en contra del “enemigo”. En los pliegues de la “pureza”, sin embargo, también se ocultan algunos designios inconfesab­les como el robo de tierras o el tráfico de drogas a ambos lados de la frontera. Los conocen; pero también los toleran como insumo inevitable del “cuanto peor, mejor”.

Los ideólogos no son, obviamente, “originario­s”. A lo sumo, abusan de algunos valo-

No resulta difícil detectar en la impostura la sombra de viejos pensadores y su ideal de “violencia redentora”

res culturales de las comunidade­s estratégic­amente elegidas fraguando la conversión a sus también inventados “valores milenarios”. Reproducen, sin embargo, un conjunto de repertorio­s extraídos de la modernidad occidental como la revolución, la anarquía y el antiimperi­alismo.

No resulta difícil detectar en la impostura la sombra de viejos pensadores europeos decimonóni­cos que, como Georges Sorel y su ideal de “violencia redentora”, dejaron su huella indeleble en las pesadillas del XX.

Con esos ingredient­es pretéritos amalga- man una causa contemporá­nea que recurre a la Historia para trazar las líneas de la guerra entre “el bien” y “el mal”. De un lado de la trinchera, la conquista española, el imperialis­mo ingles del siglo XIX, los Estados Nacionales “genocidas” hasta el neoliberal­ismo global de nuestros días. Del otro, los antiguos “araucanos” desagregad­os en sus diversas variantes tribales hasta llegar a los mapuches actuales. Valdivia, Roca, Benetton y Macri de un lado; Calfucura, Catriel y Facundo Jones Huala, del otro. Coleccione­s indiscerni­bles del Cambalache discepolia­no. Hay otro escenario menos visible pero crucial del combate entre “el bien” y la pérfida razón moderna: las aulas. Sus destinatar­ios son jóvenes ávidos de una identidad sólida que los convierta en parte de un colectivo justiciero. Pululan por allí los apóstoles de los ideólogos enseñando el mensaje liberador e induciendo a los estudiante­s a la violencia irredenta en las calles contra la policía, el “Estado represor”, y el “sistema”; ogro fantasmagó­rico de sus trillados repertorio­s conspi

rativos. Los más extremos, incluso, los invitan a confratern­izar con los “pueblos originario­s” selectos sumándose a su lucha directa.

El resultado sobre los jóvenes “laburados”, lejos de su pretendido igualitari­smo, destaca significat­ivamente la diferencia

elitista. Se auto-perciben como los elegidos, dotados de un falso sentimient­o de superiorid­ad cultivado en el activismo fraterno entre pares de otras causas análogas: desde el género y la sexualidad hasta un neo-hippismo artístico de indumentar­ia snob y prácticas entre naturistas y espiritual­istas asociadas al consumo de alucinógen­os. El resultado: miles de chicos que terminan, como poco, contagiado­s de la frustració­n y el resentimie­nto de sus formadores “setentista­s”.

Desactivar este proceso silencioso y gregario que en nombre de la democracia y de la libertad atenta en su contra, constituye uno de los grandes desafíos de los próximos años. Tan difícil como la gobernabil­idad de sus estragos culturales desintegra­dores.

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HORACIO CARDO

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