Ecos de París en el Hipódromo de Palermo
Al Hipódromo Argentino de Palermo no se va a apostar nomás. Hace rato que hay recitales, ferias y otras movidas. Tiene restaurantes y un outlet top. Y mañana se sumará una visita guiada gratuita para redescubrirlo como joya patrimonial. Imponente, decorado con esculturas – Diana
Cazadora y La Primavera, en la entrada a la Tribuna Oficial, están entre las más lindas–, rodeado por jardines cuidados, se convirtió en emblema de “Buenos Aires, la París latinoamericana”. No es casual que su recorrido integre la
programación de la semana de eventos Viví Francia.
Tiene aires de palacio. Micaela López Prieto, guía del Ente de Turismo porteño, recuerda a
Clarín que lo construyó, a comienzos del siglo XX, el arquitecto francés Louis Faure Dujarric (1875-1943), dandy que andaba en Rolls Royce y que diseñó mansiones -para los Unzué, por ejemplo- y la cancha central del complejo parisino donde se juega Roland Garros.
Pero su historia arranca antes. “La Comisión del Parque Tres de Febrero lo encargó en 1875 y, sobre planos de Eugenio Paris, lo terminaron en un año”, indica López Prieto. “Tenía una tribuna de madera y ladrillos y techo de zinc para 1.600 personas y palcos para 40 familias”. El día de la apertura, 7 de mayo de 1876, es de leyen- da. Ni los tranvías ni los trenes, con 50 vagones extra, dieron abasto e igual se calcula que 10.000 personas vieron cómo el caballo Resbaloso ganaba la carrera inaugural. El Hipódromo Argentino –llamado de Palermo desde 1953– tuvo antecedentes en Barracas y en lo que hoy es la estación Rivadavia del Belgrano. Y apenas inauguró, abrió otro, el Nacional (1887-1913), en la zona de la cancha de River. Contaba con una tribuna Paddok, “novedad y necesidad del de Palermo, donde cuidadores y animales esperaban a la intemperie”. Sin embargo, en unos años, llegarían Dujarric y más reformas, y el Argentino absorbería al Nacional. Ofrecería la gran pista de 2.400 metros y un sistema de drenaje muy elogiado. La confitería París -ahora en refacción-, donde las damas tomaban el té entre caballe- ros con bombín. En 1947, aparecería el photochart, sistema electrónico clave para definir finales cabeza a cabeza. En el 67, las puertas gateras. Y en el 71, la iluminación para competencias nocturnas. Ojo: al Hipódromo de la Belle
Époque porteña no iba sólo “la aristocracia a mostrarse”, dice López Prieto. Estaban los de la tribuna “pelús” (de pelouse, césped en francés) y los de la “perrera”. Ex presidentes y, en los alrededores, los “arbolitos” pioneros (en vez de vender dólares, levantaban apuestas). Y estaba Gardel. “Lo recordamos siempre en las visitas, como al jockey Leguisamo”, apunta la guía. Y dice que sí, que cuando lo nombran no es raro que alguien empieza a tararear Por una cabeza. w La visita sale a las 15 de Libertador y Dorrego. Sin inscripción. Hay que llegar 10 minutos antes.