La grieta llegó al Riachuelo y frenó al transbordador
Mientras Larreta reinaguraba el puente, el intendente K de Avellaneda hizo un acto, justo enfrente.
El gobierno macrista rehabilitó el transporte que une Capital y Avellaneda por el Riachuelo. Pero el intendente Ferraresi, del kirchnerismo, hizo su propio acto en la otra orilla. En el primer viaje, la barquilla llegó hasta la mitad del río y regresó.
En una orilla, un escenario montado con andamios grises, una pantalla gigante, una bandera argentina, muchos hombres, muchas mujeres, ne- nes de jardín y un intendente kirchnerista: Jorge Ferraresi. En la otra orilla, muchas mujeres, muchos hombres, más cámaras, ningún escenario, un corralito hecho con cintas y adentro, dos funcionarios macristas: Horacio Rodríguez Larreta y Die- go Santilli. Todo en simultáneo, pero separado por el Riachuelo. Dos actos políticos, uno en cada costa.
La reinauguración del transbordador Nicolás Avellaneda de La Boca fue tragado por la campaña electoral. Lo que iba a ser un viaje con 30 vecinos, el primero tras casi 60 años, terminó en una muestra más de la Argentina modo grieta. Uno tan poderoso, tan absurdo, que fue en contra de los alcances de la ingeniería civil. Es que el puente centenario no pudo cumplir con el propósito para el que fue restaurado en los últimos seis años. No unió La Boca e Isla Maciel.
La barquilla, una especie de canasta en la que viajan los pasajeros, recorrió sólo la mitad del trayecto por temor a conflictos al llegar a la isla, en Avellaneda. Tenía que vincular 60 metros de agua -algo así como el an- cho de la Bombonera- pero la política se interpuso.
El ánimo de competencia empezó a notarse minutos antes de las 15. En La Boca aún se estaba organizando el inicio del acto, los funcionarios porteños no habían llegado pero ya se usaba Signos o De Música Ligera de Soda Stereo para tapar los sonidos que traía el viento desde la costa de Isla Maciel. Ahí empezaba “Porque un río no es una grieta, nosotros también celebramos”, un festival organizado por el Municipio de Avellaneda, que incluyó shows en vivo, espectáculos de circo y magia. La isla -diez minutos de auto desde la Casa de Gobierno, $ 5 de bote desde La Boca- pertenece al distrito que maneja Ferraresi.
Durante seis días, más de 7.000 vecinos se anotaron para subir al Transbordador. Quince personas - con un acompañante- quedaron seleccionadas a través de un sorteo que encabezó el Gobierno de la Ciudad. Después de las 15 se los hizo pasar a un corralito hecho con cintas, como las que se usan en una fila ante una caja de banco, y ya no se los pudo entrevistar. “No pueden salir tienen que quedarse parados ahí porque ya empieza el acto”, dijeron desde la organización. Las personas como escenografía.
Fueron estrictos: los periodistas, afuera del corralito. Una delimitación rigurosa en un sentido, pero no en el obvio. Horacio Rodríguez Larreta habló durante 40 segundos y salió apurado del acto porque integrantes de 30 familias, que quedaron en la calle después de un incendio en un conventillo (ver Apuran...) a pocas cuadras se le vinieron encima y lo siguieron hasta su auto.
Así, el acto porteño se cerró de golpe, las cámaras de televisión apuntaron a las familias que decían estar sin respuesta desde hace dos meses y los vecinos elegidos por sorteo pasaron a la barquilla. La banda musical de Prefectura Naval Argentina empezó a tocar, hasta a los músicos se los veía confundidos, al otro lado del río empezaron a tapar la marcha con canciones de Los Palmeras.
Recién cuando el escenario empezaba a ser desmontado en Isla Maciel ocurrió el segundo viaje. Ese sí completo. Con 25 extranjeros integrantes de un consorcio que agrupa los ocho transbordadores que quedan en el mundo. Después de cuatro minutos, el tiempo que demora en unir un margen con otro, hubo aplausos, algunos corearon “Sí, se puede”. La argentina, segmentada y con el Riachuelo podrido en el medio. ■