Clarín

Un sector silencioso pero visible: los catalanes del no a la secesión

Puntos de vista. No se los escucha, no hacen marchas y suelen expresar su posición moviendo la cabeza. Son los que no quieren que la comunidad rompa con España.

- Marina Artusa martusa@clarin.com

Un no con la cabeza. Los catalanes que se oponen al referéndum del domingo 1 de octubre para decidir si Cataluña se convertirá o no en una república separada de España prefieren el silencio.

“No hablo de política”, es la frase recurrente entre muchos de los vecinos de L’ Hospitalet de Llobregat, la ciudad pegadita a Barcelona que fue bautizada en honor al pequeño hospital para pobres que recibía a los viajeros enfermos entre el siglo XII y XIII.

Hospitalet no figura entre el 60 por ciento de municipios catalanes que ya se han comprometi­do a abrir los centros de votación para el primero de octubre. La alcaldesa de Hospitalet, que es la segunda ciudad más grande de Cataluña y la más densamente poblada de España, se llama Núria Marín. Es la número dos del partido socialista catalán y, con voz ronca a lo Adriana Varela, ella sí habla de política y no tiene pelos en la lengua: ha dicho abiertamen­te que no cederá locales para el referéndum porque no sería legal hacerlo. “No podemos ceder los espacios porque el tribunal constituci­onal ha suspendido la ley que aprobó el Parlament sobre el referéndum. No podemos ceder esos espacios ni jurídica ni legalmente”, explica Marín.

Hace unas semanas se cruzó en una ceremonia con el presidente de la Generalita­t, Carles Puigdemont, y le soltó: “A ver si dejáis tranquilos a los alcaldes”.

El límite entre Barcelona y Hospitalet es la Carretera de Collbanc, una calle angosta y de una sola mano que, como todo confín, licúa las diferencia­s. En un balcón de un tercer piso penden dos banderas catalanas y una con el logo del sí.

El único mojón visible es el puesto de diarios que don Jaime abrió en 1973 en la plazoleta de cemento que separa Barcelona de Hospitalet, justo a la salida del estación Collblanc de la línea 5 del subte.

A dos días de la consulta popular que desvela a los españoles, el kiosco de don Jaime es una tertulia precaria donde los vecinos pasan a comprar el diario y se quedan a opinar, en voz baja, sobre lo que están viviendo. “No le voy a decir qué votaría ni tam- poco si iría a votar”, se ataja rápido don Jaime.

“La gente tiene miedo -dice Rosy desde su puesto en el mercado de Collblanc- Y se nota hasta en las compras. Están comprando un poco de más porque temen lo que pueda suceder durante y después del 1° de octubre.”

En uno de los 215 puestos que abren en el mercado todos los días, de 7 a 14, Rosy vende huevos frescos traídos de Tarragona: media docena por un euro. “Que hagan lo que quieran, votar o no votar, pero dentro de España. España es una sola”, se suelta Abudio Blanco Sidad, el más conversado­r del racimo de jubilados que tiene abono fijo en el banco de una de las peatonales que rodean al mercado local.

En estos momentos, entre los 260.000 habitantes de Hospitalet reina la prudencia excesiva. La “amenaza” del referéndum ha rociado un silencio tenso en el ambiente que los líderes de la oposición prefieren definir con eufemismos: se refieren a este mutismo del “no” como una “mayoría silenciosa”.

Algo parecido a lo que se respira en La Canonja, un municipio de 5.800 habitantes de la provincia de Tarragona donde un vecino se atrevió a colgar una bandera con un “no” y se convirtió en el centro de las miradas.

“Todo esto es un engaño, dicen que con la independen­cia será todo boni-

“La gente tiene miedo... Compra un poco de más porque temen lo que pueda suceder”.

to, un camino de rosas. Pero será muy complicado, tendremos más gastos y ya veremos qué pasa con la economía, las empresas, las pensiones”, dice Luis Figlueras, el vecino audaz.

El no parece amordazado. El sí, mientras tanto, alza la voz cada vez más: ayer por la tarde, el presidente de la Generalita­t, Carles Puigdemont, se reunió con directores de institutos y escuelas catalanas que se comprometi­eron a ceder esas estructura­s para que se realice en ellas la votación del domingo. Antes de despedirse, se saludaron con un guiño: los directores le entregaron al presidente de la Generalita­t una llave como símbolo de que el domingo los centros de votación estarán activos. Y convirtier­on el “¡Votaremos!” que los estudiante­s aúllan por las calles en un “¡Abrieremos!”. El gran desafío es que ahora la propia justicia catalana ordenó que tal cosa no ocurra y que sea la policía local y de la Guardia Nacionla que se ocupe de evitarlo. ■

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AFP Saludo. Un manifestan­te contra el referéndum participa de un acto, ayer, frente a Radio Cataluña.

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