Que sea el comienzo
No está mal como comienzo. Venimos de años en los que la cultura barrabrava formó -forma- parte del paisaje cotidiano, legitimada desde la TV, que describe y valora el aguante, y desde el lenguaje, en el que los delincuentes son hinchas caracterizados. Quien esté mínimamente cerca del fútbol sabe que la lista de 3.000 barras con entrada prohibida es sólo una muestra. Que hay dirigentes amenazados por quienes conocen en detalle sus hábitos familiares, los nombres de los colegios a los que van sus pibes. Y a sus pibes.
Suponer que sin barras en la Boca se acabará la violencia y el poder barrabrava es de una ingenuidad peligrosa. Las organizaciones criminales, que en eso mutaron, ya no son hinchas de un club ni de la Selección, y no necesitan entrar al estadio para sostener el negocio. Los trapitos, la venta de camisetas, el manejo de los bares, todo quedará intacto, aun con los líderes lejos de ese paraavalancha alguna vez tan elogiado por una autoridad ejecutiva.
Del celo estatal y de la mudanza de Núñez a la Boca pueden intuirse efectos colaterales. Alguien deberá hacerse cargo del lucro cesante de los Borrachos del Tablón, por ejemplo. O de compensarle a La 12 su imaginable apoyo al equipo. Pero por algún lado hay que empezar. Porque la pelea es larga y el fútbol, maravillosa pasión nacional, merece ser recuperado.