Clarín

Una pareja gay con humor inglés

La sitcom británica muestra la convivenci­a de Freddie y Stuart. Gran duelo actoral de McKellen y Jacobi.

- Diego Jemio Especial para Clarín

Las sitcoms británicas crearon un estilo. La lista de programas y personajes es larga y da cuenta de una tradición de humor. Podría arrancar con Benny Hill allá lejos y hace tiempo en los años ‘50, pasando por Mr. Bean en los ‘90 y The Office a partir de 2005. Ésta última luego tuvo su versión en la televisión estadounid­ense y varios “hijos” artísticos que se le parecieron mucho.

Vicious (viernes a las 21, por Film & Arts) se enmarca en ese formato de la manera más clásica, con dos grandes actores: Ian McKellen ( El señor de los anillos, X-Men y Dioses y monstruos) y Derek Jacobi ( Gosford Park y El discurso del rey). Ellos interpreta­n a Freddie y Stuart, una pareja gay que convive desde hace 48 años, en Londres. En la ficción, el primero fue un actor con un ego grandísimo, que tuvo pequeños chispazos de talento hace ya algunas décadas; su compañero fue dueño de un bar y ahora vive para su amado. Y para intentar mantener con vida a Balthazar, su maltrecho perro de 20 años. Frances de la Tour (Violet) y Iwan Rheon (Ash) completan el elenco de la serie, que comenzó a transmitir­se en 2013 en el canal británico ITV1 y ahora se puede ver en las pantallas argentinas.

Freddie y Stuart reciben constantes visitas en su casa de paredes empapelada­s, decoración recargada y es- calera pretencios­a. Ésa es la atmósfera en la que ocurren los hechos en Vicious, pero nada de lo que pasa importa demasiado, porque la comedia de situación está hecha de chistes y risas que, a diferencia de los clásicos del género, no son enlatadas. En este caso, los capítulos fueron grabados con una audiencia en vivo para lograr una puesta casi teatral. En ese contexto y en el género, la construcci­ón de una historia contundent­e nunca es la principal preocupaci­ón.

Los “viejos” en cuestión son un encanto peleándose por el menor detalle, que puede ser la apariencia, el intelecto o los modales del otro. En algunos momentos logran ser tiernos, pero la gran mayoría del tiempo no se soportan. Y el espectador agradece el más puro juego de contrapunt­o actoral, que casi siempre se desarrolla en el living o en la cocina de la casa. Freddie y Stuart están hechos de palabras y, sobre todo, de gestos. Cada remate y línea es acompañado por un floreo gestual de McKellen y Jacobi.

Quizás el punto más flojo viene de un guión que no está a la altura de los intérprete­s. Los creadores Mark Ravenhill y Gary Janetti ( Family Guy y Will and Grace) apenas logran escapar de los clichés gays en algunos de los episodios, que tienen una duración de 25 minutos.

En uno de ellos, por ejemplo, Freddie está obsesionad­o por saber cuál es la preferenci­a sexual de su vecino Ash. Y da mil rodeos -poco graciosos- para saberlo. Eso logra que la comedia parezca vieja, que las risas suenen a subrayado obvio de algún apuntador y que los ancianos cáusticos apenas consigan rescatar, a fuerza de un gran talento, este particular estilo de comedia que sobrevive en la televisión moderna. ■

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Delicias de la vida conyugal. Freddie (Ian McKellen) y Stuart (Derek Jacobi) se sacan chispas en TV.

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