Clarín

Que una serie de fracasos no nos haga yetas

- Miguel Jurado mjurado@clarin.com

Siempre fue un apasionado de los negocios. Pero estaba convencido de que todo dependía de saber venderse bien y tomar contacto con los poderosos de verdad. Tenía la virtud de contar con contagioso entusiasmo lo potencialm­ente bueno y hacer olvidar lo malo.

Según él, fue el primero que vio el “bum” de las puntocom en los 90, que después se conoció como la “burbuja de las puntocom”. Andu- vo manejando inversione­s chinas millonaria­s en campos de arroz, justo antes de que los orientales se volcaran a la soja. Llegó a representa­r fondos árabes que iban a traer miles de millones, pero había que conseguir un garante nacional. Con el tiempo, la falta de resultados lo obligó a cambiar de estrategia comunicaci­onal y de herramient­as para la construcci­ón de su imagen. Comenzó a anotarse como víctima de los fracasos de otros. Empezó a decir que el corralito le “comió” casi un palo.

Aseguraba que en el 2008 la caída de la Lehman Brothers le había hecho perder un negocio de millones. El banquero Madoff, que esta- fó a cientos de millonario­s, también se “había quedado con plata de él”. Su fama de emprendedo­r fue mutando a la de un hombre de negocios al que la situación no lo ayudaba. Terminó comprando su propio personaje y empezó a predicar un neoliberal­ismo en el que, aseguraba, los empresario­s tendrían oportunida­d. En su papel de víctima del sistema, perjudicad­o por cada quiebra importante y afectado por todas las medidas intervenci­onistas del Estado, al final, consiguió que gente importante lo escuchaba. El problema fue que, con tantos acontecimi­entos adversos, terminaron pensando que era yeta.

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