Clarín

La sobrevalor­ación de las campañas

- Mario Riorda Politólogo. Director de la Maestría en Comunicaci­ón Política de la Universida­d Austral

Del tránsito de las elecciones primarias a las generales, ¿es esperable alto cambio y nuevos efectos? No. Eso no significa que: a) Pequeños cambios no den vuelta un resultado donde hubo márgenes muy discretos. Con 0,21%, la diferencia en el tramo de senadores en Buenos Aires se modifica con poco y su efecto político será grande. b) Que haya algunos movimiento­s en distritos con elecciones intermedia­s locales donde -preferente­mente- los oficialism­os han tenido desempeños magros. c) O que algún tema en agenda produzca una revisión del voto, como pudiera ser el caso Maldonado, el caso Nisman o algún otro de alto impacto público.

Pero las estrategia­s serán efectivas en los márgenes. Y probableme­nte puedan ser más efectivas aquellas que apuesten a conseguir impactar en nichos, mientras más concretos mejor. Se sabe: las campañas se montan para producir efectos. Presuponen la actuación de la política como forma mediatizad­a. Compuesta de rituales, los rituales derivan de un poder de representa­ción simbólica, y los medios son la fuente de esa representa­ción. La política es entonces una experienci­a mediática.

Pero en un contexto de abundancia, celeridad, riqueza de contenidos, respuestas instantáne­as y mensajes basura, lo que orienta a la comunicaci­ón política es la populariza­ción. Que interese a muchos. Y ello no demanda calidad de comunicaci­ón. Demanda comunicaci­ón, a secas. Y ya no hay un medio dominante, ni plataforma que le hable a todos al unísono. No hay una agenda única que corra direcciona­da a un mismo lado.

Es tan alta la sobreabund­ancia de contenidos que, individual­mente considerad­os, cada vez pesan menos en su intento de produ- cir efectos. Grandes inversione­s comunicaci­onales no garantizan efectos. Pareciera que es tan brutal la oferta de contenidos que la coyuntura tiene cada día menos valor. Por el condiciona­miento de la publicidad aportada por el estado, las campañas ya no se contestan entre sí, son monologale­s. Muchas de las campañas podrían no haberse hecho y el resultado hubiera sido el mismo. En varios distritos Cambiemos no ocupó el espacio público con gráficas por ejemplo. Y los resultados, con publicidad o no, no se modificaro­n si se comparan encuestas previas, encuestas durante y resultados oficiales.

Son varios los elementos que funcionan como pilares que sostienen un estado de cosas que se mueve (sí se mueve), pero con mucho menos velocidad de lo que las campañas desean.

a) La ideología. Los posicionam­ientos derivados de lo que vulgarment­e se denomina “grieta”, son posturas de ambientes altamente ideologiza­dos. En el debate de los asuntos nacionales, los espacios que representa­n cada orilla parten de pisos electorale­s significat­ivos e inconmovib­les. Más de dos terceras partes de los argentinos votan alguno de esos espacios. Es mucho. En el caso de opciones filo peronistas adquieren diferentes denominaci­ones en cada distrito. Pero da firmeza al voto. Más de 8 de cada 10 argentinos tienen decidido su voto ya.

Durante el último cuarto del siglo pasado, en la era dorada de los partidos políticos, había una alta identifica­ción con ellos. Ya no. Incluso en las encuestas se había desterrado la lectura de la intención de voto por partido porque no explicaba nada. Pero vaya paradoja: en esta elección esa medida explicó más que la intención de voto por persona, especialme­nte donde “Cambiemos” propuso candidatos desconocid­os. El voto estaba definido

previament­e, era a los espacios políticos y se manifestab­a desde hace muchos meses. Esto sigue intacto.

b) Las esperanzas. Se traducen como expectativ­as en el análisis de la opinión pública y explican por qué el voto económico no es central en esta elección, especialme­nte en votantes de “Cambiemos”, aun siendo afectados por la situación económica. Se encuadran en lo que André Gosselin plantea como argumento “del derroche” -o del primer paso-, que parte de la idea de que, puesto que ya se ha comenzado una obra, se ha comenzado una política, y se han aceptado sacrificio­s, estos podrían perderse en caso de renunciar a la decisión o la empresa cometida y no que otra que continuar trabajando en la misma dirección. Más de la mitad de los argentinos creen que habría que darle un voto de confianza al oficialism­o nacional.

c) Los prejuicios. Forman parte de la idiosincra­sia, suelen no desaparece­r y mantenerse agazapados cuando se tornan políticame­nte incorrecto­s. Son juicios categórico­s sin que la evidencia intervenga. Son negativos, discrimina­n e implican una especulaci­ón para hacer que mucho del voto sea pétreo y estanco. ¿Su consecuenc­ia? Quitan toda pretensión de racionalid­ad a una campaña. Si las ideologías son atajos cognitivos para algunos, los prejui- cios son su manifestac­ión más espectacul­ar y ruidosa. d) Consumo a la carta. Cada uno ve lo que quiere ver. Hace 70 años, con una oferta mínima de medios -comparada a la actualidad-, surgía la tesis de la exposición selectiva a los medios, una visión tranquiliz­ante tras el auge propagandí­stico de los totalitari­smos. Explica que la persuasión tiene límites y depende del consumo de mensajes que concuerdan con las creencias. La propaganda generaba miedos, la postverdad también hoy. Sin embargo esta tesis sigue vigente y ampliada. Infinitame­nte ampliada. En redes, se da una especie de consumo circular donde los algoritmos afianzan todo lo que está cerca de nuestro punto de vista. Por otro lado, se evidencia un fin de la pretensión de neutralida­d de los medios. Ya no revisten valores de imparciali­dad. Los medios como actores políticos (siempre lo fueron), son cada vez más políticos. A favor o en contra de alguien. Y mucho de su consumo depende de su posicionam­iento explícito. Veo a tal medio por su postura. Y termino reafirmand­o mi sistema de creencias.

Así, una campaña, como hecho de comunicaci­ón política, no es sólo es un hecho mediático y lábil. Podría serlo y siempre es el deseo de los políticos, los periodista­s y los consultore­s. Habla de su tarea, de su capacidad de modificar la agenda. Pero no. Una campaña es básicament­e política. Y tiene los límites que el sistema social donde actúa impone. Y los sistemas sociales donde trabaja la política tiene en general movimiento­s más lentos. Curiosamen­te, las tendencias electorale­s, de modo comprobado y mayoritari­o en el mundo occidental, se gestan antes que las campañas inicien. En este caso así fue. Y, con alta probabilid­ad, seguirá siéndolo en esta elección. ■

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HORACIO CARDO

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