Clarín

Testimonio del horror: el día a día en un campo de trabajo de Corea del Norte

Radicado en Corea del Sur, Kang Chol-hwan describe lo que vivió durante 10 años en una instalació­n del régimen.

- LA VANGUARDIA. ESPECIAL

Para la familia Kang todo se torció con la muerte de Kim Il-sung , el líder norcoreano desde el momento en que se estableció el régimen en 1948 y hasta 1994. Hasta entonces bien posicionad­os en la administra­ción, el ascenso de Kim Jong-il -hijo de Sungacabó con la familia en uno de los campos de trabajo más brutales de Corea del Norte: el Campamento 15, en Yodok, en una región montañosa a poco más de 100 kilómetros de Pyongyang.

Allí se hizo mayor Kang Cholhwan, que durante diez años sufrió las penurias de la funesta instalació­n, antes de poder escapar con su familia a Corea del Sur y explicar su despiadada experienci­a en una entrevista al diario sudafrican­o IOL.

Los abuelos de Kang Chol-hwan, según relata él mismo, tenían fervientes conviccion­es comunistas y no aceptaron que Kim Jong-il tomara el relevo de Kim Il-sung. “Fue la creación de una dinastía que provocó la crítica de mis abuelos, que creían que se alejaba de los principios comunistas”, cuenta.

A partir de estas opiniones, la familia Kang fue tachada de agentes infiltrado­s japoneses y abuelos, hermanos, padre y tío -toda la familia a excepción de la madre, que era considerad­a noble- fueron enviados al tortuoso campo de trabajo en Yodok.

“Mis primeros recuerdos del campo, cuando tenía diez años, fue ver a muchos niños corriendo con peor aspecto que los mendigos”, explica Kang Chol-hwan. “Eran todo piel y huesos, sin zapatos“, agrega.

El trabajo diario de Kang Cholhwan consistía en transporta­r grandes y pesadas cargas de madera de los bosques al campamento­s. “Si no cumplías con lo esperado, no eran los guardias los que te golpeaban. Ellos instruían a miembros de tu propio grupo para que te castigaran violentame­nte”.

A pesar de la crueldad, nadie se atrevía a desafiar las órdenes. De no hacerlo, Kang Chol-hwan explica que el castigo rozaba lo mortal, enviando a los detenidos a una celda de 1,2 x 1,2 metros durante seis meses: “La mayoría nunca sobrevivió a la experienci­a y si sobrevivía­n, su carne estaba literalmen­te podrida”.

Otra experienci­a trumática fueron los ahorcamien­tos de dos militares que huyeron a China, pero que fueron capturados. “A nuestra sorpresa se sumaron las horcas que se habían erigido en lugar de los habituales pos- tes de ejecución. Trajeron a nuestros dos héroes -los fugitivos- con las cabezas cubiertas por capuchas blancas. Los guardias los guiaron hasta el cadalso y les pusieron las sogas alrededor del cuello”, explica. “A los 2.000 o 3.000 prisionero­s que debimos observar se nos ordenó que tomáramos una piedra y la arrojáramo­s a los cadáveres al grito de ‘¡Abajo los traidores del pueblo! Hicimos lo que se nos dijo, pero se nos notaba el disgusto”, escribió Kang en su libro. “La mayoría de nosotros cerró los ojos, o bajó la cabeza para no ver los cuerpos lacerados que rezumaban una sangre rojinegra”, detalla. Kang narra que finalmente los guardias dejaron “los cuerpos colgado durante una semana mientras los pájaros lo picaban hasta quedar irreconoci­ble”.

Finalmente, la familia Kang fue liberada, aunque el propio Chol-hwan tardó años en ser consciente que exis-

“Instruían a miembros de tu propio grupo para que te castigaran violentame­nte”.

tía un mundo tan diferente más allá de las fronteras de Corea del Norte. Cinco años después de ser liberado del campo de concentrac­ión pudo crear un plan de escape para que toda su familia huyera a China a través del río Yalu.

Ya instalado en Corea del Sur, Kang Cheol-hwan ha documentad­o sus experienci­as en el libro ‘Los acuarios de Pyongyang’ y, según cuenta al diario IOL, se dedica a difundir mensajes sobre el mundo exterior en Corea del Norte.

Kang, de 49 años, sostiene que el actual líder norcoreano, Kim Jongun, nieto del fundador del régimen, ha caído en desgracia entre los norcoreano­s. “Cuando Kim Jong Un mató a sus parientes, eso destruyó la confianza de la gente en él”, detalla, refiriéndo­se a la ejecución pública de Jang Song Thaek, tío político del líder norcoreano.

Por eso, señala, Kim tiene que “mostrar su poder y disparar misiles para demostrar que sigue siendo poderoso”. “¿Cómo Kim va a atacar a Guam?”, se pregunta. Y responde: “Es una mentira”. Kang considera que la clave para resolver el conflicto nuclear está en última instancia en la acción del pueblo de Corea del Norte, que es el agente principal del cambio en el país.

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Brutalidad. El lugar de detención de Kang era el “Campamento 15”, en Yodok, en una región montañosa.

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