Una jornada triste para todos, en la que no hubo vencedores ni vencidos
Balance. El gobierno español ha manejado con torpeza el reclamo catalán. Y Barcelona armó una consulta que es ilegal.
El referéndum ilegal celebrado ayer en Barcelona, alentado por la Generalitat y su coalición demócratacristiana y anarquista (Junts pel Sí, que aglutina al antiguo partido de Jordi Pujol y al viejo partido Esquerra Republicana, en coalición con la CUP, que manda en esa amalgama) no tuvo ni vencedores ni vencidos porque todos perdieron.
Perdió el Gobierno español, que ha manejado con una torpeza histórica la demanda catalana de mayor autogobierno y, en este caso, de votar para reclamar, mediante un referéndum, la eventual separación de España. Y perdió la Generalitat, el gobierno todavía autónomo de Cataluña, que organizó una consulta sin garantías, basada además en mentiras: ni las or-
ganizaciones internacionales de los derechos humanos abona la tesis de que Cataluña es una colonia ni Europa está apoyando un reingreso automático de la región entre sus socios.
La torpeza del Gobierno español tiene su origen en un pasado que los catalanes que piden la independencia, y no sólo, consideran ofensivo: el Partido Popular, que ahora gobierna desde hace ocho años, demandó el nuevo Estatut aprobado por los catalanes y por el Parlament de Cataluña, y eso fue una avería grave para las esperanzas del catalanismo que todavía no abraza el objetivo de la independencia .
Esa oposición de la derecha de Rajoy al Estatut ocurrió cuando el PP estaba en la oposición, en 2006. Después, ya en el Gobierno, el PP consiguió el apoyo de los catalanes que ahora han reclamado el referéndum, pero fue un corto idilio. En 2012 el partido que fundó Pujol y que entonces
dirigía Artur Mas rompió puentes con el PP y ahora, ya en manos de Carles Puigdemont, un periodista que fue alcalde de Girona, la coalición formada para separarse de España convocó el referéndum ilegal que ayer se dilucidó.
Los jueces mandaron a la policía, ésta terminó siendo la Guardia Civil, de pasado tan marcado por los poemas de Lorca sobre ese cuerpo y los gitanos en las épocas más negras de España. Esa combinación y la contundencia con la que esa policía reprimió las votaciones que la justicia declaró ilegítimas convirtieron el día 1° de octubre en una jornada verdaderamente negra para Cataluña, para España y para los dos gobiernos, el español y el catalán, condenados ahora, independientemente de los resultados irrelevantes de esta reyerta electoral fallida, a buscar caminos que o bien den con la independencia como fin o conviertan a Cataluña en
un aliado más fuerte en una España que muchos ya han dicho que no quieren ver ni en pintura.
Todos perdieron el partido, pues nadie puede reclamar orgullo alguno del enorme deterioro que se ha conseguido imponer en las relaciones Estado-Cataluña. Y ahora ya no hay puentes que tengan a los dos protagonistas mayores del disenso, Rajoy, al que ahora dicen que se le ha puesto cara de Cameron, y Puigdemont, que lanzó a los suyos, políticos y votantes, a una guerra que ha ter-
minado sin gloria.
Perdieron el partido hasta en el fútbol: el Barça, emblema tan querido y decisivo de los catalanes, y no sólo, que tenía que competir en la tarde del referéndum, decidió al final jugar ante un estadio vacío. Que ese partido, en el que el equipo de Messi competía con la UD Las Palmas que fue de Carnevali, se jugara a puerta cerrada da una metáfora justa de la tristeza en la que acabó un día que la Generalitat había prometido como de flores y sonrisas.