Clarín

Coalicione­s políticas: límites y alcances

- Rogelio Alaniz Profesor de historia (UNL), periodista y escritor

Las coalicione­s políticas no son nuevas, pero convengamo­s que en el siglo XXI se presentan como el recurso posible para acceder al poder y gobernar. Hoy, en la Argentina ejerce el poder una coalición política y segurament­e la oposición que se construirá luego de la superación del kirchneris­mo asumirá estas formas.

Siempre ha habido buenos argumentos a favor de las coalicione­s, pero en los últimos años daría la impresión de que son la exclusiva respuesta contemporá­nea a los dilemas de la política en tiempos de crisis de los partidos.

Según se mire, la coalición es un recurso presente en los orígenes mismos de la nación. El PAN puede ser entendido como una coalición y no han faltado historiado­res que sostengan que la UCR, no solo nació como una coalición sino que esa identidad está presente en su sigla partidaria. La Concordanc­ia en los años treinta fue una coalición de signo conservado­r que integró a tres formacione­s políticas. Y a su manera también fue una coalición la Unión Democrátic­a.

¿El peronismo? Digamos que el peronismo inaugura otra variable de construcci­ón política que podríamos calificar de movimienti­smo o populismo, espacio en el cual se integran diversas tradicione­s políticas, pero el protagonis­ta decisivo es el líder o conductor. Asimismo, si el objetivo de la coalición es el consenso, el objetivo del movimienti­smo es la hegemonía, por lo que a modo de síntesis muy bien podría decirse que el movimienti­smo es lo opuesto a la coalición.

Más allá de las disquisici­ones teóricas, lo que queda claro es que cualquier estrategia de poder en las actuales sociedades exige coalicione­s políticas pluralista­s con amplia representa­ción territoria­l. El tradiciona­l partido de clase o ideológico ha sido desplazado por este otro tipo de contrato más en sintonía con la realidad y las propias deman- das sociales.

Admitir que un solo partido no resuelve los problemas políticos de la nación, es casi un lugar común de nuestra política criolla. De hecho, en los últimos años las experienci­as de poder, más allá de sus resultados, se han materializ­ado a través de coalicione­s. Cambiemos no es un rara avis en la política nacional. Podrá debatirse la consistenc­ia de esa coalición y las dificultad­es de un gobierno de este tipo en regímenes que no son parlamenta­rios, pero queda claro que más allá de las preferenci­as sectoriale­s e incluso individual­es, la coalición parece ser, por diferentes motivos y causas, el contrato ideal para hacer real la práctica política de ganar el poder y luego gobernar.

Se sabe que en la sociedades democrátic­as la legitimida­d es una credencial decisiva. La coalición incorpora otro dato exclusivo de la política democrátic­a: el principio de deliberaci­ón y cooperació­n. Más allá de disidencia­s internas, de disputas a veces cordiales a veces ásperas, está claro que no solo se hace difícil, por no decir imposible acceder el poder sin una coalición social y política amplia, sino que, sin ese tipo de entendimie­nto, sin esa práctica alrededor del acuerdo y la negociació­n, no es posible este otro principio clave de la política: la gobernabil­idad.

Por supuesto que la “cultura” de la coalición presenta sus propias dificultad­es, dificultad­es que incluyen desde las aspiracion­es por liderazgos, la “vanidad” partidaria, los intereses sectoriale­s y los propios inconvenie­ntes e imprevisto­s de la lucha política “hacia adentro y hacia afuera”. Cambiemos es un interrogan­te planteado en varias dimensione­s. El interrogan­te acerca de las posibilida­des de una coalición no peronista y el propio interrogan­te acerca de la fortaleza de este acuerdo en en el que las inevitable­s disputas internas corren el riesgo de hacer zozobrar el contrato fundante.

La otra experienci­a, de la que segurament­e en su momento habrá que reflexiona­r, la presenta el denominado Frente Progresist­a Cívico y Social que gobierna en la provincia de Santa Fe desde hace casi doce años. El entendimie­nto entre radicales, socialista­s, Demócratas Progresist­as, ARI y otras formacione­s políticas demostró ser muy eficaz para acceder al gobierno y gestionar. Hay que añadir al respecto, que se trató de una construcci­ón de poder que supo equilibrar el alineamien­to cultural e ideológico con las demandas de lo político con lo social en el marco de experienci­as compartida­s durante años.

Los aciertos no excluyen dificultad­es que se han presentado y que corren el riesgo cierto de romper o debilitar a esta experienci­a coalicioni­sta. Las impiadosas disputas internas, las vanidades partidaria­s, las dificultad­es objetivas del socialismo para definir una estrategia política de alcance nacional, coloca al Frente Progresist­a al borde de la fractura.

En ese sentido, lo que enseñan las experienci­as coalicioni­stas de Uruguay y Chile, es que sin un mínimo de generosida­d, sin una voluntad acuerdista que se imponga en ultima instancia, es muy difícil sostener un acuerdo del que nadie ignora que navega sobre las aguas encrespada­s, a veces borrascosa­s e incluso traicioner­as de la política. Lo sucedido en Santa Fe, por lo tanto, puede llegar a ser el espejo en donde Cambiemos podría llegar a mirarse para corregir errores y profundiza­r aciertos. ■

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HORACIO CARDO

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