Clarín

Murió el legendario editor de Vogue, Vanity Fair y The New Yorker

Dirigió la división de revistas de Condé Nast, a la que convirtió en una empresa de medios internacio­nal.

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“Yo no soy editor. Me maravilla cuando la gente me pregunta: ‘¿A qué te dedicas entonces?’”, solía decir el presidente emérito de la editorial Condé Nast, Samuel Irving “Si” Newhouse, quien murió ayer a los 89 años después de una larga enfermedad.

Newhouse presidió durante 40 años la división de revistas de Condé Nast, que abarca dos docenas de publicacio­nes abanderada­s del concepto de glamour, entre ellas Vogue, Vanity Fair, The New Yorker y Architectu­ral Digest. Una de sus grandes virtudes fue hacer crecer una pequeña editorial de pocos títulos en una empresa internacio­nal que hoy cuenta con 128 publicacio­nes en 27 mercados de todo el planeta.

Es verdad que tuvo allanado el camino cuando él y su hermano Donald heredaron un imperio editorial de su padre, Sam Newhouse. Pero ellos fueron quienes lo transforma­ron en una de las mayores fortunas privadas de Estados Unidos –valorada en 12 mil millones de dólares al comienzo del siglo XXI–. También fue un periodista muy meticuloso: a las 4 de la mañana llegaba a su oficina y leía todas las revistas y diarios .

“Quien se haya reunido con él sabe que no importa lo pronto que llegaras, él ya se había leído todos los periódicos, todas los títulos y ya tenía tres páginas de notas”, recordó David O’Brasky, actual director de Vanity Fair en la necrológic­a que publicada ayer en Vogue. En esa revista se había formado durante varios años –también en Glamour–, bajo la tutela de quien sería su consejero artístico y amigo, Alexander Liberman, quien asumió el cargo de director editorial de la compañía en 1962.

A lo largo de su carrera, Newhouse elevó a la fama a algunos de los editores más carismátic­os de las últimas décadas, como Diana Vreeland y Anna Wintour, de Vogue, y Tina Brown, que contribuyó a la resurrecci­ón de Vanity Fair en 1981.

Wintour destacó que Newhouse “seguía sus instintos y esperaba lo mismo de sus editores” y que su personalid­ad humilde y meticulosa “dio forma a la compañía entera”, a pesar de tratarse de una entidad mediática global. “Cada vez que veía con antelación la última entrega de Vogue con él, me animaba a ir a por la portada menos esperada, la imagen más cautivador­a”, recordó la también directora artística de Condé Nast.

En 1985, adquirió The New Yorker cuando estaba a punto de no salir más a la calle. Pensaba que el semanario “tenía que estar en manos de sus editores, escritores y artistas” y esa “distancia” que mantenía suponía una “rareza en el periodismo mo- derno estadounid­ense”, escribió el premio Pulitzer David Remnick, editor de esa revista desde 1998.

En una entrevista concedida a The New York Times en 1989, aseguró que una de las claves de su éxito era, precisamen­te, no ser un editor: “Titubeo cuando la gente me pregunta: ‘¿Qué harías?’. Sentimos que, casi de cualquier manera que suceda, mientras no se haga algo chiflado, puedes construir una revista en la dirección que tome un editor”, afirmó.

Newhouse, además, fue presidente de Advance Publicatio­ns, una compañía fundada por su padre y que tenía como complement­o a sus labores de Condé Nast, con publicacio­nes en unas 25 ciudades de Estados Unidos.

También tenía un costado solidario. Gracias a una donación de su padre, fundó en 1964 el instituto S.I. Newhouse School of Public Communicat­ions de la Universida­d de Siracusa. Y también ayudó a museos de Nueva York como el Metropolit­ano de Arte, el Whitney de Arte Americano y el MoMA. ■

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Meticuloso. Newhouse llegaba a su oficina a las 4 de la madrugada para leer todos los diarios y revistas.
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