Clarín

Yvonne Pierron, una luchadora por los Derechos Humanos

Había nacido en Alsacia. Compañera de las monjas francesas, desapareci­das durante la dictadura.

- Ernesto Azarkievic­h misiones@clarin.com

Yvonne Pierron hablaba bajito, pero sus palabras tenían la fuerza de un huracán. Sobrevivie­nte de la última dictadura militar, dedicó su vida a los más necesitado­s y su última misión fue en Pueblo Illia, un caserío perdido entre cerros del corazón de Misiones. Lugar donde descansan sus restos desde el viernes, porque ella lo había pedido.

El cielo se sumó al dolor de los mbyá y curtidos colonos que se acercaron con sus calzados llenos de barro rojo para la despedida terrenal. Un viejo Ford Falcon -paradojas del destino- trasladó el féretro bajo la lluvia hasta el cementerio del pueblo que nunca olvidará su entrega y su incondicio­nal amor al prójimo.

Las seis décadas que vivió en Argentina no fueron suficiente­s para borrar su acento francés. De hablar suave y pausado, siempre supo que la liberación de los pueblos pasaba por la educación y la salud y no por las armas. “Son cosas sagradas”, decía siempre.

A lomo de caballo, se internaba en las picadas y colonias para hablar con la gente, rezar, curar, llevar una palabra de aliento y convencer a esos rudos trabajador­es de lo importante que era que sus hijos no abandonara­n la escuela.

En Pueblo Illia la recuerdan caminando con un enorme sombrero y su austera vestimenta. Su voz mansa, por momentos apenas audible, tenía un magnetismo impactante. En ese rincón de Misiones pocos sabían que había estado presa durante la dictadura y que estuvo muy cerca de correr la misma suerte que sus hermanas de congregaci­ón Alice Domon y Léonie Duquet, torturadas en la ESMA y arrojadas al Rio de la Plata en los tristement­e célebres “vuelos de la muerte”.

La población desperdiga­da por picadas y colonias la convenció de la nece- sidad de crear un albergue para que los chicos no tuvieran que caminar todos los días hasta la escuela. Con la ayuda de los vecinos, armó con tablas dos enormes dormitorio­s para varones y chicas. Ella se encargaba de cuidarlos y prepararle­s todos los días la comida en una cocina a leña. Esa construcci­ón fue arrasada por un incendio. Y entonces llegó la ayuda del Gobierno, que evitó que su obra quedara trunca.

La historia de Yvonne comenzó en Alsacia -entonces Alemania- en 1928. Nació en una familia de profunda fe católica que ella abrazó desde muy chica. A los 16 años ingresó Congregaci­ón Hermanas de las Misiones Extranjera­s. Estuvo en India y Nicaragua antes de desembarca­r en Argentina, en 1955. La imagen de la caballería embistiend­o contra los manifestan­tes le hizo recordar al régimen nazi, al que también padeció.

Su misión la llevó al Sur, donde trabajó con los mapuches; estuvo con las Madres de Plaza de Mayo y fue una de las primeras en sospechar de las intencione­s de un joven rubio que se sumaba a los reclamos por la aparición de los presos políticos: era Alfredo Astiz, quien tuvo participac­ión en el secuestro de Domón y Duquet a fines de 1977.

Yvonne recuerda que por ese entonces estaba en Perugorría, Corrientes, trabajando junto a los sacrificad­os productore­s tabacalero­s. Fue sacada del país por la Embajada de Francia, pese a su oposición. Fuera del país, luchó contra la dictadura y regresó en 1984.

Fue el abogado y misionero Ramón Martínez Enríquez quien le sugirió instalarse en la zona de Dos de Mayo, Misiones, donde arribó en 1987.

En Pueblo Illia, el colegio lleva su nombre. Un merecido reconocimi­ento. En Posadas, la Defensoría del Pueblo instituyó en su honor un premio que se entrega a las personas comprometi­das con la promoción de los derechos humanos. Y un puente de Posadas también lleva su nombre.

Yvonne conoció al dictador Jorge Rafael Videla en una parroquia de Hurlingham. Años después, la vida de las hermanas volverían a cruzarse con la del militar. “Caty (Alice Domon) y Leonie se ocupaban de niños con síndrome de Down que algunos llamaban mogólicos. Y cuidaban al hijo de Videla. El chico se abrazaba a Leonie y lloraba gritando que no quería volver a su casa”, le contó a Clarín hace algunos años.

En 2005, el Gobierno de Francia la condecoró con la medalla a la Legión de Honor, máxima distinción que brinda ese Estado. Los últimos nueve años, Yvonne los pasó en Posadas porque su salud comenzó a deteriorar­se. Luego se sumó el Alzheimer y un ACV que terminaron minando sus fuerzas pero no su fe, motor de su batalla por los desprotegi­dos.

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Pierron. Siempre comprometi­da.

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