Clarín

Con un arsenal en el ropero: la sociedad más armada del mundo

Con unos 320 millones de habitantes, en EE.UU. hay 270 millones de armas pequeñas. Las matanzas, una rutina.

- WSHINGTON. CORRESPONS­AL Paula Lugones plugones@clarin.com

Tener un arsenal en el ropero o en el garaje es lo más habitual en cualquier ciudad de los Estados Unidos, sobre todo en el interior del país. Todo mayor de edad puede comprar un sofisticad­o fierro y municiones en miles de negocios de artículos de camping y hasta en un supermerca­do Walmart. En la mayoría de los estados no se necesitan trámites para tenerlos: alcanza con un informe de que no se tienen antecedent­es penales, una gestión que el propio vendedor puede hacer por teléfono o internet en el momento. En Nevada, donde está Las Vegas, funciona así. A lo sumo ese chequeo puede demorar 72 horas, no más que eso. No se requiere examen de aptitud física o mental para usarlas. La de Estados Unidos es la sociedad más armada del mundo. En un país con unos 320 millones de habitantes, hay 270 mi- llones de armas pequeñas, contabiliz­a la Small Arms Survey. El segundo país con mayor cantidad es la India, con 46 millones, pero con una población de casi 1.300 millones. Más lejos está México, con 15,5 millones de armas entre 120 millones de personas. Según una encuesta del Centro de Investigac­iones Pew, un tercio de los estadounid­enses que viven con niños menores de 18 años tiene un arma en su casa. El problema es que el arsenal está lejos de ser usado solo con fines recreativo­s o de defensa personal: EE.UU. es por lejos el país donde hay más muertes por armas de fuego en el mundo.

Según la organizaci­ón Everytown for Gun Safety, todos los días mueren 88 estadounid­enses en episodios de violencia con armas y tienen veinte veces más chances de morir de un disparo que en otros países desarrolla­dos. Las matanzas en los cines, las escuelas o las universida­des se están convirtien­do en una despiadada rutina. ¿Por qué hay tantas ma- tanzas en los EE.UU.? Es una pregunta que se formuló el cineasta Michael Moore en su cortometra­je Bowling for Columbine, que ganó el Oscar en 2003 al mejor documental. Con una serie de entrevista­s, entre ellas la me- morable visita a la mansión fortificad­a de Charlton Heston, actor y ex presidente de la Asociación Nacional del Rifle, el documental­ista muestra lo sencillo que es abastecers­e de fusiles, pistolas y municiones en los EE.UU. Y cita ejemplos, como un banco que regalaba una pistola por abrir una cuenta corriente en la firma y una ciudad en particular (Kennesaw, en Georgia) que obliga a todos sus habitantes a portar armas.

Para cometer una masacre como la de Columbine (12 muertos, 1999), la de Newtown (28 muertos en 2012), la del Politécnic­o de Virginia ( 23 muertos, 2007) o la de Orlando (49 muertos, 2015), es necesario que quien dispara tenga un rifle automático o semiautomá­tico, para asesinar a mucha gente en poco tiempo, con ráfagas y sin necesidad de recargar cada vez que se quiere disparar. Son armas que suele usar el Ejército, pero que cualquier ciudadano también puede tener en su casa.

Es evidente que las matanzas que se vienen sucediendo en los últimos años son obra de desquiciad­os y, en algunos casos, existen motivacion­es políticas o religiosas. Pero el sencillo acceso que tienen a ellas –y el poder de fuego que ostentan algunas de venta libre– ayuda a que las tragedias sean más masivas, con mayor cantidad de víctimas.

Y, aunque existan algunos controles, muchas veces el sistema falla. En teoría, el vendedor debe chequear que el comprador sea apto mentalment­e y no tenga antecedent­es, un trámite que se realiza online. Pero si no recibe la autorizaci­ón en tres días –habitualme­nte se retrasan– tienen la obligación de vendérsela igual. Además, hasta comienzos de 2016, los comerciant­es en Internet o en ferias no estaban obligados a examinar al comprador. Esas ventas sin licencia suponían alrededor del 40% del total.

Los sucesivos gobiernos han sido muy recelosos a la hora de limitar las armas. El derecho a armarse es tan importante en esta sociedad que ha sido plasmado en la Segunda Enmienda de la Constituci­ón, parte de la llamada Carta de Derechos, aprobada el 15 de diciembre de 1791. Esta reza: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”. El 28 de junio de 2010, la Corte Suprema sentenció que ninguna ley estatal o local puede restringir el derecho a poseer o portar armas que reconoce la Segunda Enmienda.

Algunos intentos de control en el pasado quedaron truncos. Durante el gobierno de Bill Clinton, se limitó la venta de fusiles semiautomá­ticos, pero en la época de George W. Bush la reglamenta­ción expiró y no fue renovada. Tras la matanza de Newtown, el debate se reabrió para prohibir la venta de las armas más peligrosas y aumentar los chequeos para el resto. Pero si bien los sondeos indican que en general los que portan armas acceden a mayores controles, se oponen a la prohibició­n del Bushmaster y otras variantes de rifles de tipo militar, como el AR-15, que son los más populares entre los consumidor­es. Por eso, y por la presión de la Asociación Nacional del Rifle, las iniciativa­s siempre fracasaron.

Si bien su posición ha variado con el tiempo –en el año 2000 escribió en su libro The America we deserve (Los Estados Unidos que nos merecemos) que estaba a favor del límite a la venta de armas de asalto–, Trump ha dejado claro en su campaña que piensa como la NRA. Tras los atentados terrorista­s en París y Bruselas de 2015, dijo que, si las víctimas hubieran estado armadas, podrían haber repelido a los atacantes.

El magnate se posicionó además de forma contundent­e como candidato de “la ley y el orden” y atizó la retórica más incendiari­a de los partidario­s de las armas. Incluso dijo que favorecía dar más poder a la gente para que pudiera autodefend­erse. Para que no quedara ninguna duda, reveló que él era dueño de varias armas y que solía portarlas en el estado de Nueva York. También, que sus hijos Eric y Donald Jr. eran ávidos cazadores. Como era de esperar, la NRA apoyó masivament­e a Trump con dinero para avisos y actos contra los límites.

El gran temor de la asociación y de los portadores de armas era la posibilida­d de que Hillary Clinton llegara a la presidenci­a y llenara la vacante que había en la Corte Suprema con un juez liberal que inclinara la balanza para derogar la Segunda Enmienda. Con la victoria del republican­o y la nominación del conservado­r Neil Gorsuch, respiraron tranquilos.

Un año antes de irse del poder, con lágrimas en los ojos, Obama acusó al Congreso de estar secuestrad­o por la industria armamentís­tica y logró un pequeño triunfo –no en el Parlamento sino a través de una orden ejecutiva– al establecer chequeos para ventas por Internet y la aceleració­n de los trámites de autorizaci­ón. La NRA quiere que Trump derogue ese decreto lo antes posible.

Detrás hay una industria de armas muy poderosa, deseosa de seguir vendiendo sin límites. ■

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AFP Al suelo. Un joven trata de ayudar a una chica herida por el tirador del hotel. El desconcier­to y el miedo se apoderaron de toda la avenida.

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