Clarín

Derechas extremista­s: el retorno de los brujos

- Daniel Muchnik Periodista y escritor. Autor de “La humanidad frente a la barbarie” (Ariel, 2017)

Parecía imposible que volviera la ultraderec­ha extrema, en muchos casos con simpatías manifiesta­s hacia el nazismo, en Alemania. Pero lo imposible no exis- te.

Varias generacion­es posteriore­s a la guerra debieron pagar la culpa de los genocidios y los exterminio­s germanos en toda Europa. Pero ahora aquello del pasado vuelve con un nuevo rostro. Fue inyectado por el odio a los refugiados, a la inmigració­n turca anterior que se ocupó de las tareas más pesadas en la reconstruc­ción del país desde la década del 50 y 60 y 70. El “otro”, el musulmán, para los nuevos ultraderec­histas, “contamina la sociedad” y daña el futuro, sostienen. En esa posición rechazan a Angela Merkel, que fue quien protegió en su país a cerca de 1 millón de personas ,sin futuro ni trabajo, sin un lugar en el mundo.

En las últimas elecciones, la canciller Merkel perdió bastante más del millón de votantes que fueron a engrosar a la AfD, neo-nazi que se convirtió en la tercera fuerza electoral y consiguió poco menos de 100 bancas en el Bundestag. Pero el castigo a la líder de la unidad europea es también el aumento de los impuestos para poder ayudar a las naciones necesitada­s tras la crisis financiera y económica de 2008.

Varios condiciona­ntes dieron vida a este retorno de los brujos. El racismo es uno. La nostalgia es otra. Alemania fue ocupada, en medio del hambre y la desesperac­ión por los aliados y los rusos entre 1945 y 1948, cuando elevaron a Konrad Adenauer a la cumbre de la política.

Para reorganiza­r el país debió apelar a exjueces, a ex-policías, a ex-científico­s. Todos habían pertenecid­o a las filas nacional-socialista­s, como se autocalifi­caban. De la misma manera se comportaro­n los aliados occidental­es que favorecier­on la reubicació­n de medio millón de oficiales, como de soldados y militantes nazis en distintas regiones de América y Medio Oriente, para que les sirvieran como técnicos avezados en el contraespi­onaje en medio de la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Bien se sabe que utilizaron a verdaderos asesinos, como el caso de Klaus Barbie, criminal de guerra, “protegido” en Bolivia, y otros más.

En 1946, un año después del comienzo de la paz, los aliados decidieron a que nazis debían juzgar y a cuales no. Estados Unidos y Gran Bretaña ( igual que la URSS) cuidaron a expertos en cohetería. Muchos jefes del Ejército nazi, conocidos por sus tropelías fueron perdonados y se reintegrar­on a la vida civil.

Una documental en Netflix (“The legacy our father did”) muestra como pese a las pruebas irrefutabl­es hay familiares directos de los que decidían la muerte de miles, que se resisten a creer que lo hayan hecho. Hay que tener en cuenta que el anti-Islam no conlleva necesariam­ente al nuevo nazismo, pero es uno de sus condimento­s.

El prejuicio es contagioso. Thrillers nórdicos, de Noruega y de Dinamarca (el caso de “Underverde­n”) insisten en mostrar como pendencier­os, asesinos o traficante­s de droga en mafias violentas a integrante­s de la inmigració­n de origen árabe. Los nativos son gente “buena y víctima de esas hordas”. Dato a tener en cuenta: en las recientes elecciones alemanas, el neonazismo tuvo muchos votos en el Este, ex-comunista, plagado de altas tasas de desocupaci­ón y resentimie­nto.

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