Clarín

El asesino era solitario, silencioso y casi desconocid­o para sus vecinos

Bajo perfil. Muchos habitantes del barrio donde vivía Stephen Paddock, en Mesquite, nunca lo habían visto.

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Un hombre solitario que se movía discreto por su barrio, que no se acercaba a nunca a sus vecinos, casi no hablaba: Stephen Paddock encaja perfectame­nte en el patrón de los autores de tiroteos masivos en Estados Unidos.

Contador público de 64 años, retirado y sin antecedent­es penales, Paddock mató a 59 personas y causó heridas a más de 500 cuando abrió fuego contra una multitud en un concierto en Las Vegas.

Vecinos en Mesquite, un pueblo de 20.000 habitantes que crece con casinos a 130 kilómetros de la meca del juego, estaban impactados al descubrir que el hombre atrás del tiroteo más letal de la historia reciente del país vivía a la vuelta de la esquina.

“No me di cuenta hasta que empecé a ver los noticieros de que este lunático vivía aquí mismo”, dijo a la AFP un vecino, Rod Sweningson, cuya casa está a pocos metros de la de Paddock. “Cuando escuché que vivía en Mesquite y vi todo el tráfico me cayó la ficha”.

Sweiningso­n recordó cuando el FBI advirtió a los vecinos que escucharía­n un ruido cuando los agentes volaran la puerta para entrar en la casa del asesino.

Hallaron 19 armas de fuego, varios kilos de explosivos y miles de municiones, que se suman a las 23 armas - 16 rifles de asalto- encontrada­s en su habitación en el piso 32 del Mandalay Bay hotel, desde donde disparó a las miles de personas que asistían al concierto.

Sweningson describió esa parte de Mesquite como una “comunidad tranquila” donde viven en su mayoría jubilados y la seguridad no es una preocupaci­ón. “Ni pensamos en cerrar las puertas con seguro”, indicó, y aseguró que raramente vio a Paddock en la calle a pesar de vivir cerca. “Pudimos habernos cruzado yendo al buzón del correo, pero aún así, no puedo decir que lo conozco”, aseguró.

Los vecinos especularo­n que Paddock jugaba golf y que a veces se lo veía almorzando en un club para ancianos, aunque el personal dijo no tener su nombre en la lista de visitantes y ni reconocer su cara, que aparece retratada como nunca en las pantallas de televisión.

Cathy Brumandgin, una cajera en una tienda económica, lo recuerda en una cena en julio en el casino Eureka de la ciudad.

“Éramos seis en la mesa, cuatro de nuestra familia y él y su novia. Se estaba quejando acerca del vino”, dijo sobre el encuentro en el que intercambi­aron cumplidos sobre la comida y la música. ■

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Armas. El asesino, en su habitación del hotel en Las Vegas.

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