Clarín

El discurso circular

- Ricardo Kirschbaum

Sendra hizo un chiste el martes en Clarín: “Cristina reiteró que no es kirchneris­ta, sino peronista. Como vemos -dijo el talentoso dibujantes­e quiere despegar del gobierno anterior”. Su ironía sobre los esfuerzos de la ex presidenta para captar el voto peronista que ella misma desechó en las PASO, entregándo­le el PJ a Randazzo, ilustra la extrema necesidad electoral kirchneris­ta, temerosa de que se cumpla el vaticinio de su ex ministro del Interior: “Vas a terminar perdiendo con Gladys González”.

Uno de los creadores de Carta Abierta y ex director de la Biblioteca Nacional descubrió que Macri se ha peronizado y no sigue los pasos clásicos de un neoliberal. Quizá por eso, no le va mal políticame­nte, agregó. Horacio González también admitió, ¡por fin!, que los casos de corrupción están afectando al espacio que él integra. Al fin de cuentas, es más honesto intelectua­lmente que su jefa, quien sigue dando clases cada jueves, especialme­nte sobre periodismo. De autocrític­a, nada.

Ahora dijo que no cree que el periodismo tenga hoy libertad para trabajar en la Argentina. Es una declaració­n sorprenden­te por provenir de ella. No hay duda de que Cristina y muchos de sus seguidores han decidido recortar la realidad de tal manera que coincida exactament­e con sus deseos y creencias.

Es ya ocioso repetir lo que ocurrió durante su gobierno y su política de hostigamie­nto directo con los periodista­s que querían cumplir con su profesión. Cristina usó la cadena nacional para atacar con nombre y apellido a algunos periodista­s que la habían criticado. Para no aburrir a los lectores recordando las innumerabl­es agresiones e intimidaci­ón a los periodista­s basta con solo recordar la virtual lapidación pública a colegas ( fotos de ellos fueron expuestas para que el público las escu- piera, como hicieron los participan­tes de esa manifestac­ión) en la Plaza de Mayo, sin que el Estado- no ya el gobierno que Cristina ejercía - hiciera nada para identifica­r ese acto del más puro fascismo. O stalinismo, que es lo mismo pero con otro nombre.

Los periodista­s tienen enfrente muchos problemas. El ejercicio de la profesión está fuertement­e amenazado por la crisis de la industria y el cambio de paradigma, en un contexto en el que la política adquiere cada vez más peso. Preguntémo­nos sobre el destino de los medios que generosame­nte recibieron soporte oficial durante el kirchneris­mo y su fi- nal. Sus presuntos dueños no están en problemas como los periodista­s que allí trabajaban. Entre esa aventura, que el inefable Kicillof reivindica como la única garantía de verdad, y la crisis del sector que no es local sino mundial, el panorama es de dificultad creciente.

El ex ministro de Economía recomienda que el Estado monopolice a los medios. Después, trató de matizarlo diciendo que lo que había descripto era el modelo de la BBC. Solo es una cortina de humo.

La BBC recibe un impuesto directo y tiene un sistema de dirección en el que el poder no puede manipular libremente sus contenidos.

Kicillof ha sido y es uno de los principale­s y más influyente­s asesores de Cristina. Y eso se nota. Hubiera podido comenzar a aplicar su idea cuando estaba en el Gobierno pero prefirió, como Cristina, utilizar a los medios del Estado como una herramient­a política de propaganda y arma para descalific­ar a cualquiera que critique o se oponga a su gestión.

Esta experienci­a debiera servir a todos para que no se repita. Ni el modelo ni esas conductas desde el poder que afectan al periodismo.

La política de medios de Cristina debe recordarse para que esos errores graves no se repitan.

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