La morocha argentina, más viva que nunca
En diciembre se cumplirán 15 años de la muerte de la actriz y cantante. El cine vuelve a rescatarla en “Yo soy así, Tita de Buenos Aires”, que se estrenó ayer.
No es difícil imaginarla en la era del “Ni una menos”, marchando como una más, despotricando contra esa costumbre de encontrar cadáveres al costado de una ruta. De avanzada, nacida 47 años antes del voto femenino argentino, la figura de Tita Merello no se apaga, sino que se resignifica. Camaleónica, sexualmente libre, brutalmente auténtica, Tita es hoy más que el nombre de un cine que cerró. Es el paradigma de la niñez en orfanatos, de la vida sin mandatos, del amor sin matrimonio, de las campañas domésticas del Papanicolau. La hembra que allanó el camino y cuya causa puede contarse en apenas una anécdota: alguna vez fue multada por mostrar las piernas.
Salvaje, agria, hosca, gruñona, cascarrabias, analfabeta hasta los 20. Detrás de la coraza, el secreto de su dulzura: “Escondo la ternura porque estoy llena de miedo”.
A casi 15 años de su muerte ( a cumplirse el 24 de diciembre) la directora Teresa Costantini revisita el mito. “Yo soy así, Tita de Buenos Ai
res, estrenada ayer, invita a repensar a “La Bardot de Puente Alsina”. ¿Qué otra después de ser boyera y sirvienta saltó a la cultura popular y escribió, desangrada, una letra del estilo Llamarada pasional?
No hay película que pudiera condensar 98 años de la “Garbo del Abasto”. La soledad, la pobreza, el feminismo, la resiliencia. Hay tantos ángulos por donde abordar al mito, que no sería justo quedarse con el video de YouTube de Se dice de mí, o con la simple historia de vida de “una bataclana” que terminó sus días en la Fundación Favaloro.
Incluso su devoción por Luis Sandrini, su relación de amor/odio escribió, sin querer, uno de los capítulos más intensos de las pasiones argentinas. Lo conoció en la filmación de la primera película sonora, Tan
go, pero la leyenda indica que ni lo
Soy una tremenda pecadora porque fui una buscadora del amor. No me daba cuenta de que el amor no se busca. Se encuentra”.
Al machismo no lo conozco. Porque a quien llegaba a mi vida y se ponía machista, yo le decía: ‘¡Raje!’”.
Todo ser humano tiene su casillero. Y mi casillero lo comprendí hace años. Lo mío no estaba cerca de Shakespeare. Siempre interpreté a mujeres de pueblo”.
miró. Una década después, con él ya separado, entonces sí, llegó el flechazo mortal.
Convivencia sin papeles, intensidad inmanejable, la pareja del momento iba rumbo a desmoronarse. Tanto amor no fue gratuito para ella. Jorge Lafauci, estudioso de la vida de Laura Ana Merello, aporta historia que plasmó en un libro: “Fueron, más o menos, diez años de relación. Él era el gran artista y ella no era aún la Tita tan amada. Él caía en tentaciones todo el tiempo, pero los caballeros de antes no hablaban de eso. Imagino que, a punto de separarse, las infidelidades eran ya mutuas. El fue su gran amor, del que tal vez no pudo recuperarse. El tango
Llamarada pasional se lo dedicó a él. Después, ella fue volcándose a una vida religiosa. Y cuando él murió, lo despidió como si fuera su viuda, algo que enojó a Malvina Pastorino, última pareja”.
Lafauci amplía los entretelones tangueros: “Ella llegó a seguirlo a México, donde ocurrió algo fuerte. Allá Enrique Santos Discépolo andaba con una suerte de vedette que quedó embarazada. Cuando Tania, mujer de Discépolo, se enteró, le exige a él volver a Buenos Aires. Al poco tiempo él muere, y Sandrini y Tita son padrinos del bebé, en México. De grande el muchacho viaja para exigir lo que le corresponde. Tania gana el juicio. Es Tita, justiciera, quien lo lleva a los programas y lo presenta como el hijo de Discépolo. Es por eso que Tania y Tita no se hablan nunca más”.
“El precipicio” de la relación con Sandrini llegó en 1948. Convocada para protagonizar uno de los grandes papeles de su carrera, Filomena
Marturano, las carreras de ambos se encaminaban por países distintos. El fue tentado para protagonizar una película en España y la invitó a cruzar el océano. “Yo me quedo”, se plantó ella, llorando. “Si te quedás, no me ves más”, dicen que dijo él. La elección agigantó a la ac- triz, pero le dejó una llaga eterna. Al revés del mundo
Tita se forjó a la inversa de la mayoría. Aprendió a ser cuidada a los ocho años, cuando su madre volvió a buscarla al asilo donde la había dejado. Aprendió a escribir pasada la adolescencia, gracias a un amante que se sentaba a explicarle, paciente, cómo uniendo vocales y consonantes, se podía conquistar el mundo.
Le pasó como a Gardel: su nacionalidad argentina quedó en duda. Supimos que nació en San Telmo, el 11 de octubre de 1904, hasta que un diputado uruguayo esbozó la teoría de que la cantante era oriunda de la localidad de San Ramón, y que él tenía documentación que lo probaba.
Artista sin preparación, para abrirse paso usó el mismo manual que en la vida, intuición y calle. De infancia breve, “triste, pobre y fea”, a los nueve le diagnosticaron tuberculosis y la llevaron a trabajar como mucama y “peona” de una estancia en Magdalena. Limpiaba chiqueros, ordeñaba. Trabajaba como un hombrecito, entre los hombres. Días y noches y nunca un gesto de amor. El diagnóstico de tuberculosis era un feliz error. Volvió al conventillo y empezó “la mala vida”.
A sus 15, la leyenda del debut desafortunado en el Teatro Avenida. El cuento indica que la silbaron al cantar y le pidieron que devolviera los 70 centavos que costaba la entrada. Bailarina, corista, vedette, actriz para calmar “el dolor de tripas”. Los roles fueron cambiando y la mirada social, también. “Todo ser humano tiene su casillero. Y mi casillero lo comprendí hace años. Lo mío no estaba cerca de Shakespeare. Siempre interpreté a mujeres de pueblo”.
“Resistida y resistente”, fiera, boca de buzón y aire compadrón (como luego cantaría), mientras gastaba suela, supo esquivar al machismo feroz. “En el Maipo me decían siempre: ‘¡Mirá esa mina. Qué piernas. Cómo la arrinconaría! ¿A quién vas a arrinconar vos, cachivache?”, toreaba.
Tan vulnerable como endurecida, ni Tita sabía de dónde había sacado la fuerza de sus comienzos. “¿Vos querés hacer teatro con esa cara de gancho? Mejor te recomiendo para laburar en una fábrica”. Laura respiraba, empujaba a los insolentes y seguía. Más de 30 películas, grabaciones emblemáticas para RCA Victor y Odeón y un legado que todavía “se viraliza”.
Simpatizante peronista, con el derrocamiento de Juan Domingo Perón, se exilió en México, después de presiones políticas y restricciones laborales. El detonante, “las habladurías”: había sido acusada hasta de traficar té.
Sobre el final, hizo de la reclusión un culto. A esa altura, la única familia era el público. La cabeza no hacía más que remover el pasado y pensar en lo que no fue. “Muchas veces llegué a tocar el suelo con la frente. Pero me levanté. Pienso mucho en los desencuentros. Estoy como atorada en esos pensamientos, en las cosas que no pudieron ser. Finalmente me conformo hablándole a las rosas, a mi tortuga. Creo que la soledad no me queda tan mal”.