El comunismo resultó complicado
Original y caricaturesca, la obra de Mariano Pensotti le suma a la experiencia teatral, marionetas y... cine.
Más que una obra de teatro, Arde brillante en los bosques de la noche es un itinerario donde los ojos se ejercitan en un salto triple: marionetas, teatro convencional y... cine. Una megaficción a lo Mariano Pensotti, que atacó el reconocimiento con El pasado es un animal grotesco (2010) en este mismo escenario del Teatro Sarmiento. Cuando ya no podamos recordar el larguísimo título de la obra, diremos que era ésa que empezaba con los actores haciendo hablar a unos muñecos y terminaba en película.
Hora y media larga porque Pensotti es un nadador de aguas abiertas que somete a los intérpretes a faenas titánicas. En este caso, a Susana Pampín, Laura López Moyano (diva del off), Inés Efron, Esteban Bigliardi y Patricio Aramburu.
La obra tiene algo caricaturesco empezando por el tema: el comunismo. El personaje de Pampín y su marioneta, un doble a escala, le hablan a sus alumnos de la Revolución Rusa, a cien años de la misma. La profesora sufre porque uno de los acontecimientos trascendentales del Siglo XX se ha reducido a materia universitaria. En ese contexto aparece el nombre de Alexandra Kollontai, revolucionaria pionera, “deliberadamente olvidada” por los libros de Historia.
Claro está que además es una obra feminista (Kollantai está tomada como inspiración: tuvo que ver con el divorcio, la homosexualidad y el aborto legal). Trasladado al tiempo presente de la obra, el comunismo operaría como una suerte de idealismo en la cuestión de género de la mujer empoderada.
El programa de mano logra el milagro de resumir el intento de narrar una multitud de historias. Pensotti tiene un nivel de ostentación que hace que sus obras existan para ser recordadas. Las marionetas vestidas como los actores son como pibes de cuatro años que por momentos duplican o miniaturizan al actor. La me-
táfora no es del todo obvia. Sí llama la atención el manejo torpe de los muñecos; como si en la flagrante impericia, el director y dramaturgo tirara por la borda la tradición de Ariel Bufano. El recurso, sin embargo, es tierno, simpático. Inanimadas, al rato, las marionetas irán a parar a unas butaquitas hechas a medida.
Los actores correrán la misma suerte: desaparecerán del escenario que también desaparecerá para ser
desplazado por una pantalla. Es un camino de disoluciones que podría, dramáticamente, ser interpretado como la muerte del teatro. O como el teatro y la necesidad de treguas disfrazadas de transgresiones. Una pregunta cuelga de la puesta: ¿el teatro tendrá futuro pareciéndose a sí mismo? El eje está puesto en la particular entrega de las mujeres, en especial en Laura López Moyano; más que una actriz, una bestia en peligro de extinción que, por contraste, ilumina la distancia glacial de Inés Efron (¿nuestra Charlotte Rampling?).
Cuando empieza la película, los actores se suman a la platea, quedando obligados a la incomodidad-barratortícolis de una primera fila. Es como si Pensotti decidiera fastidiarlos en otra dimensión. Al final puede que Cecilia Roth, entre el público del sábado, preguntara en voz alta: ¿Te gustó más la obra o la peli? ■