Clarín

“Mis hijos y yo llevamos cicatrices en cuerpo y alma”

- opepe@clarin.com Diana Paterson dianapater­son@hotmail.com

Tengo 57 años, abogada, escribana, familia clase media de Barrio Norte, casada hace 31 años con el padre de mis cuatro hijos, también profesiona­l, hijo de un coronel de intendenci­a del Ejército. Violento. Violencia de género, violencia familiar, cicatrices en el cuerpo y en el alma de mis hijos y mía.

Nos abandonó hace quince años. Me llevó catorce más de expediente­s en Tribunales lograr un divorcio por su exclusiva culpa. Y los reclamos de alimentos para mis hijos tardan tanto, que los hijos y las necesidade­s crecieron y los alimentos aún no aumentan desde 2006.

Violencia económica, quebrada, en la ruina, en la calle, la casa con el techo caído y las paredes electrific­adas, en un barrio con arsénico en el agua y el certificad­o del Ministerio de Salud que dice “No potable para uso humano”. Allí nos llevó a vivir. La casa la construyó él, que estudió arquitectu­ra e ignoró todas las reglas. La pared electrific­ada era la razón por la cual al bañarnos en el piso de arriba y tocar la ventana nos daba esa cosquilla... Nos estaba matando. Arsénico y electrocuc­ión.

Sin alimentos. Comimos yuyos. Literalmen­te. No es poético, pero es real.

El diente de león pasó por todos los estados: ensalada, té, guisado.

Las lágrimas de la virgen hacían de cebolla para las sopas.

Y mis hijos crecieron sin saber los nombres de los cortes de carne.

Estafada en la buena fe. Vencida a golpes. Engañada. Obligada a firmar bajo amenazas. Pateado en su momento el embarazo.Creyendo que “es lo que me tocó”, pensaba superarlo.

Buscando ayuda en la comisaría 20 sólo fueron a “retarlo”. El médico que debía certificar daño en la córnea por el puñetazo, no quiso firmar para no tener que salir de testigo en Tribunales. Año 1991. No se hablaba de “Ni una Menos”.

Su padre miraba la hematoma de mi ojo sin verla. Y por una noche entera de invierno en que me arrojó de un golpe a la terraza, mojando mi ropa y negándome la entrada, grité y pedí ayuda por la claraboya sin que el muy atento coronel me escuchara. Puedo contar tantas cosas. A veces quiero olvidarlas. Y se me escapan frases de la memoria, que hoy quería recordar porque en Tribunales las reclaman... “¡Manipulaci­ón, chicos, adentro!” Cuando llegó con el baúl lleno de comida a una casa que había abandonado hace meses, y donde sus hijos pasaban hambre. Pidió que le firmara documentos o se llevaba la carga.... “¡Manipulaci­ón, chicos, adentro!”. Y nos aguantamos el hambre.

Y van 15 años de reclamos, de idas y venidas a la Mesa de Entradas, de siete expediente­s que crían arañas. Es dura la violencia cuando pega. Es dura la violencia cuando ignora. Es dura la violencia cuando es sorda la Justicia, cuando no defiende, cuando no ampara. Hay días que cansa.

Pero sigo, porque es lo único que sé. Seguir adelante. Y quisiera saber cómo se sana. Las cicatrices de afuera se ven. Mis hijos tienen por fuera y en el alma. Se fueron sacando su apellido. Al menos eso los calma.

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