Clarín

Cataluña, la república que duró 8 segundos

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Tal como anticipó esta columna, con prudente modestia, hace dos días, la “independen­cia” de Cataluña se transformó en un disparate gigante y en un papelón que da por tierra con aspiracion­es, entusiasmo­s e ilusiones legítimas de millones de personas.

Cataluña fue, gracias a las autoridade­s de su gobierno autónomo con el presidente Carles Puigdemont a la cabeza, la república más breve de la historia: duró ocho segundos, el lapso que tardó Puigdemont en proclamar la independen­cia y en suspenderl­a para pedir el diálogo con el gobierno español.

Fue un momento muy gracioso, si no encerrara una tragedia consumada y otra en ciernes. La manifestac­ión independen­tista que esperaba en los alrededore­s del parlamento catalán, pasó de la euforia a la desesperac­ión en ocho segundos; las televisora­s que transmitía­n el discurso de Puigdemont con traducción simultánea, cortaron el audio para que un periodista reafirmara lo que ya estaba claro, gente estúpida hay en todas partes, y así se perdió el anuncio de la suspensión de la independen­cia. La izquierda, plegada al proyecto de independen­cia delineado por la alta burguesía catalana, calificó la decisión de Puigdemont de “traición inadmisibl­e” y dejó ardiendo una mecha que acaba en nadie sabe qué paquete, mientras el resto del espectro político catalán, en pleno recinto, destrozaba al ahora debilitado titular del gobierno autónomo.

La confusión es tal que ayer el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, que frente a los arrestos independen­tistas actuó durante al menos dos años con imprudenci­a, desidia y soberbia, pero que es un pícaro calculador y un tiempista extraordin­ario, le preguntó a Puigdemont si había declarado o no la independen­cia. Bueno, el tipo la suspendió ¿cómo se puede suspender algo que no existe?

Quienes lo tienen todo más claro son los empresario­s catalanes. Al cierre de la tensa jornada del martes, y pese a la confusión ge- neral, el titular del grupo Planeta con sede en Barcelona resumió la crisis en cuatro palabras: “Nos vamos mañana mismo”. Otra empresa que se suma al éxodo masivo en Cataluña.

España no merece este desatino. Si llegó a él fue por falta de diálogo, de convicción en el poder de las institucio­nes, por fanatismo, por satisfacci­ón de ambiciones y egos personales, sobre todo por los egos, por un nacionalis­mo ciego y delirado, por la fatídica alquimia de poner la acción por encima del pensamient­o y también por una tendencia que ha marcado desde sus albores a este siglo ya entrado en años: el impulso de las minorías por imponer a las mayorías sus condicione­s, ambiciones y ardores. Una democracia al revés.

No hay que viajar a España para pasmarse ante ese molde de acción política. Un vistazo agudo por nuestro entorno, en vísperas de las elecciones del 22, nos va a regalar asombrosos paralelism­os con la realidad de España, que por algo es nuestra madre patria.

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