El separatismo catalán ve cómo se estrecha el cerco internacional
En contra. La UE advirtió a los separatistas que dejarán de pertenecer a ella si se declara la “independencia”. Rusia, China y EE.UU. a favor de la unidad de España.
España no podría volver a ser lo que fue sin Cataluña. Y no me refiero a su geografía o a su economía sino a su identidad misma como Nación. ¿Y Cataluña? Cataluña sin España, simplemente no será nada. Pero por qué esa realidad tan temida parece estar demasiado cercana. ¿Cómo se ha llegado a este punto? La batería argumental del separatismo impresiona por su abundancia mas no por su solidez. Ella va desde el pretendido sojuzgamiento de una entidad independiente por otro estado en la guerra europea de sucesión entre Borbones y Austrias en el nacimiento del siglo XVIII -y cuyo fin marcó la emergencia de un nuevo statu quo, al que los catalanes se acomodaron rápida y complacientemente- hasta el de que Cataluña “pone” más de lo que “recibe” en inversiones, por parte del gobierno central, dato que es común a las organizaciones internacionales, a los países (europeos al menos) y a los individuos mismos.
En el medio quedan otros, que no resisten un análisis serio como el derecho a la secesión –sin asidero legal en la carta de la ONU y mucho menos en la Constitución de 1978 a la que adhirió Cataluña; una fantaseada bonanza económica; la continuada pertenencia a la Unión Europea; el “poder vinculante del referéndum” del 1° de Octubre (1O) y podríamos continuar con una larga e inconsistente lista de reclamos. Lo único que olvi- dan de explicar es si su notable situación económica se debe a los fondos que generosamente ha derramado sobre ellos el Estado español, desde los mismos tiempos del franquismo, o a creerse poseedores de dotes superiores a las del resto de los españoles. Decía Stendhal (1838) que “en Barcelona predican la virtud más pura, el beneficio general, y que a la vez quieren tener un privilegio: una contradicción divertida… estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduanas que se debe hacerse a su gusto”.
Pero el hecho que concita la atención mundial, incubado durante largos años, estalló hace pocos días a partir de que el Parlamento catalán autorizó la votación que se llevó a cabo el 1O. Esa elección ¿fue constitucional?: no, porque la misma Constitución lo prohibe expresamente. ¿Fue legal? No, porque violó leyes varias y no acató resoluciones negativas de tribunales nacionales y regionales. ¿Fue fraudulenta? sí, porque no se puso un piso mínimo de votantes, no hubo controles, papeletas oficiales ni se sabe a ciencia cierta cuán- tos ciudadanos votaron. ¿La respuesta policial fue exagerada? pareciera que sí, por algunos documentos gráficos, pero los hospitales registraron la asistencia a sólo dos lesionados. ¿Cuál es la situación actual? El separatismo, con su cara visible de Carles Puigdemont a la cabeza, ve estrechar su encierro cada momento que pasa. Internacionalmente, porque el aislamiento, que era un dato cantado, se ha hecho brutalmente explícito. La UE ha advertido a los separatistas que dejarán automáticamente de pertenecer a ella si se declara la “in- dependencia” y un hipotético reingreso necesita de la unanimidad de los miembros. O sea imposible.
Por otra parte, el desgajamiento de las naciones aterra a una Europa asediada por el surgimiento de movimientos eurófobos. En la fila están Bélgica y Escocia para comenzar la cuenta. Tanto los EE.UU. como Rusia han expresado que es una cuestión interna del Reino. Y la agencia oficial de noticias china ha publicado fotos más que sugestivas de apoyo a España. La exitosa estrategia de “pidamos todo para que nos den algo” que vienen ejerciendo hace largos años esta vez ha fracasado.
Pero han fanatizado de tal manera a aproximadamente el 40% de los catalanes que quieren la independencia sí o sí, que el paso atrás pareciera ser la misma opción suicida que la de la declaración. No sólo se han equivocado en la evaluación del contexto internacional. El éxodo en estampida de las grandes empresas catalanas, el comienzo del retiro del dinero de los ahorristas comunes y la descomunal manifestación del domingo en Barcelona, para no hablar de otros puntos de España, les marcan un panorama interno desolador. El último punto es Rajoy. Duro y astuto como buen político gallego, y normalmente minusvalorado, tejió pacientemente una red de contención con otras fuerzas políticas (PSOE y Ciudadanos), empresariales y de la sociedad civil alrededor de un discurso claro e inmodificable: si no se baja la pretensión independentista no hay posibilidad alguna de diálogo.
Más allá de la estructural desatención al desafío catalán por décadas, demostró un excelente manejo de los tiempos. Su ascenso político no ha sido casual. La ETA, el pase a retiro al mismo Aznar, el haber rescatado a España de una de sus peores crisis económicas, el haber estado casi un año sin gobierno y salir adelante. A pesar de haber repartido mal los costos del ajuste post crisis -mucho beneficio a los bancos y mucho castigo a los sectores medios y bajos- y del karma de una corrupción que supura todos los días su manejo de la crisis nos habla de un político de los de la raza a respetar. De esos que no se veían desde la época del socialista Felipe González. w