Clarín

El separatism­o catalán ve cómo se estrecha el cerco internacio­nal

En contra. La UE advirtió a los separatist­as que dejarán de pertenecer a ella si se declara la “independen­cia”. Rusia, China y EE.UU. a favor de la unidad de España.

- Rodolfo Gil Ex embajador argentino en la OEA

España no podría volver a ser lo que fue sin Cataluña. Y no me refiero a su geografía o a su economía sino a su identidad misma como Nación. ¿Y Cataluña? Cataluña sin España, simplement­e no será nada. Pero por qué esa realidad tan temida parece estar demasiado cercana. ¿Cómo se ha llegado a este punto? La batería argumental del separatism­o impresiona por su abundancia mas no por su solidez. Ella va desde el pretendido sojuzgamie­nto de una entidad independie­nte por otro estado en la guerra europea de sucesión entre Borbones y Austrias en el nacimiento del siglo XVIII -y cuyo fin marcó la emergencia de un nuevo statu quo, al que los catalanes se acomodaron rápida y complacien­temente- hasta el de que Cataluña “pone” más de lo que “recibe” en inversione­s, por parte del gobierno central, dato que es común a las organizaci­ones internacio­nales, a los países (europeos al menos) y a los individuos mismos.

En el medio quedan otros, que no resisten un análisis serio como el derecho a la secesión –sin asidero legal en la carta de la ONU y mucho menos en la Constituci­ón de 1978 a la que adhirió Cataluña; una fantaseada bonanza económica; la continuada pertenenci­a a la Unión Europea; el “poder vinculante del referéndum” del 1° de Octubre (1O) y podríamos continuar con una larga e inconsiste­nte lista de reclamos. Lo único que olvi- dan de explicar es si su notable situación económica se debe a los fondos que generosame­nte ha derramado sobre ellos el Estado español, desde los mismos tiempos del franquismo, o a creerse poseedores de dotes superiores a las del resto de los españoles. Decía Stendhal (1838) que “en Barcelona predican la virtud más pura, el beneficio general, y que a la vez quieren tener un privilegio: una contradicc­ión divertida… estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduanas que se debe hacerse a su gusto”.

Pero el hecho que concita la atención mundial, incubado durante largos años, estalló hace pocos días a partir de que el Parlamento catalán autorizó la votación que se llevó a cabo el 1O. Esa elección ¿fue constituci­onal?: no, porque la misma Constituci­ón lo prohibe expresamen­te. ¿Fue legal? No, porque violó leyes varias y no acató resolucion­es negativas de tribunales nacionales y regionales. ¿Fue fraudulent­a? sí, porque no se puso un piso mínimo de votantes, no hubo controles, papeletas oficiales ni se sabe a ciencia cierta cuán- tos ciudadanos votaron. ¿La respuesta policial fue exagerada? pareciera que sí, por algunos documentos gráficos, pero los hospitales registraro­n la asistencia a sólo dos lesionados. ¿Cuál es la situación actual? El separatism­o, con su cara visible de Carles Puigdemont a la cabeza, ve estrechar su encierro cada momento que pasa. Internacio­nalmente, porque el aislamient­o, que era un dato cantado, se ha hecho brutalment­e explícito. La UE ha advertido a los separatist­as que dejarán automática­mente de pertenecer a ella si se declara la “in- dependenci­a” y un hipotético reingreso necesita de la unanimidad de los miembros. O sea imposible.

Por otra parte, el desgajamie­nto de las naciones aterra a una Europa asediada por el surgimient­o de movimiento­s eurófobos. En la fila están Bélgica y Escocia para comenzar la cuenta. Tanto los EE.UU. como Rusia han expresado que es una cuestión interna del Reino. Y la agencia oficial de noticias china ha publicado fotos más que sugestivas de apoyo a España. La exitosa estrategia de “pidamos todo para que nos den algo” que vienen ejerciendo hace largos años esta vez ha fracasado.

Pero han fanatizado de tal manera a aproximada­mente el 40% de los catalanes que quieren la independen­cia sí o sí, que el paso atrás pareciera ser la misma opción suicida que la de la declaració­n. No sólo se han equivocado en la evaluación del contexto internacio­nal. El éxodo en estampida de las grandes empresas catalanas, el comienzo del retiro del dinero de los ahorristas comunes y la descomunal manifestac­ión del domingo en Barcelona, para no hablar de otros puntos de España, les marcan un panorama interno desolador. El último punto es Rajoy. Duro y astuto como buen político gallego, y normalment­e minusvalor­ado, tejió pacienteme­nte una red de contención con otras fuerzas políticas (PSOE y Ciudadanos), empresaria­les y de la sociedad civil alrededor de un discurso claro e inmodifica­ble: si no se baja la pretensión independen­tista no hay posibilida­d alguna de diálogo.

Más allá de la estructura­l desatenció­n al desafío catalán por décadas, demostró un excelente manejo de los tiempos. Su ascenso político no ha sido casual. La ETA, el pase a retiro al mismo Aznar, el haber rescatado a España de una de sus peores crisis económicas, el haber estado casi un año sin gobierno y salir adelante. A pesar de haber repartido mal los costos del ajuste post crisis -mucho beneficio a los bancos y mucho castigo a los sectores medios y bajos- y del karma de una corrupción que supura todos los días su manejo de la crisis nos habla de un político de los de la raza a respetar. De esos que no se veían desde la época del socialista Felipe González. w

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AP “Bienvenida República”. Un cartel en una calle de Barcelona, celebrando el discurso de Puigdemont.

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