Una ola amarilla que avanza sobre el peronismo
La ola amarilla de votos que el peronismo viene temiendo desde hace un par de semanas empieza a tener nombres y geografía. De los siete gobernadores de ese signo que ganaron en las PASO hay dos o tres que ya sufren sabiendo que la elección del domingo 22 puede terminar voto a voto con Cambiemos. De los cinco mandatarios peronistas que perdieron con el oficialismo nacional –en Córdoba, San Luis, La Pampa, Entre Ríos y Santa Cruz- ninguno tendría perspectiva firme de revertir el resultado en la votación general. Y de los cuatro distritos ganados por candidatos kirchneristas hay dos que tienen muy alta probabilidad de terminar en manos de Cambiemos: nada menos que Buenos Aires y Santa Fe.
Es una situación paradojal la del peronismo. La ola amarilla puede pegarle bajo la línea de flotación a gobernadores que hilvanaron una buena relación con la Casa Rosada y pretenden sostener esa línea de cooperación mutua. Pero, a la vez, el empuje de Cambiemos les haría menos difícil la construcción de una renovación partidaria en la medida que opacaría a Cristina, quitándole el invicto electoral en su carrera política.
A Juan Manuel Urtubey en Salta y a Domingo Peppo en el Chaco no les estaría sobrando nada. Mario Das Neves en Chubut y Rosana Bertone en Tierra del Fuego tratan de dar vuelta las derrotas en las PASO a manos de candidatos kirchneristas, en un escenario donde también les crece Cambiemos. Los que estarían más aliviados son Juan Manzur en Tucumán, Sergio Casas en La Rioja, Sergio Uñac en San Juan, Lucía Corpacci en Catamarca y Gildo Insfrán en Formosa. Aunque en todos los casos Cambiemos estaría achicando la diferencia, muy amplia en algunos casos, de la elección primaria de agosto.
La expansión amarilla viene a favor de la mejora en la economía, la renovación de expectativas, la mejora de imagen nacional del presidente Mauricio Macri, la sensación -riesgosa- de que el Gobierno ya ganó antes de votar y de los gestos de poder que hizo Macri después de las PASO; sin que estos factores estén ordenados por grado de influencia sobre el humor social.
También parecería estar pesando cierto derretimiento de Cristina Kirchner, que desplegó desde agosto una campaña errática. Pasó del fallido eje económico inicial a poner la desaparición de Santiago Maldonado en el centro de su discurso. Quizá por el escaso impacto de ese insumo volvió a agitar la amenaza del ajuste después de la elección. Y nunca consiguió escapar de la pegajosa red de casos judiciales que la atrapan a ella y a figuras emblemáticas de su ciclo de poder como Julio De Vido y Amado Boudou, sometidos a juicio oral por algunas de sus múltiples trapacerías.
A partir de la elección del domingo 22 subirá a escena en el peronismo lo que ya fue definido por su pieza de mayor poder insti- tucional, el senador Miguel Pichetto, como un decisivo debate de identidad. A la vez, al ser tan determinante la figura de Cristina como líder opositora, y tan decisivo el peso de Buenos Aires en la balanza nacional del poder, los rasgos más dramáticos de la recomposición peronista afloran en la Provincia.
Cristina, que demostró haber aumentado su tolerancia a las malas noticias, escuchó el fin de semana cómo varios de los intendentes fuertes de Unidad Ciudadana le anunciaban que después de la elección estaban decididos a tomar el camino de la reunificación peronista. Es un modo elegante de despedirse de su liderazgo. Agotado este proceso electoral, quizás con derrota, ése es el mejor modo que hallan para proteger su porción de poder.
Los dirigentes peronistas más fieles a Cristina admiten que jefes de grandes municipios como Martín Insaurralde (Lomas de Zamora), Gustavo Menéndez (Merlo) y Mariano Cascallares (Almirante Brown) encabezarían esa migración. En cambio, aseguran que Jorge Ferraresi (Avellaneda), Leonardo Nardini (Malvinas Argentinas) y Fernando Gray (Esteban Echeverría) permanecerían fieles junto a Cristina. Todo debe ser tomado con pinzas, porque en cada dato puede venir escondido el veneno de la interna perpetua.
La situación en La Matanza tiene otros matices. El distrito es estratégico para el balance de poder del peronismo. La intendenta Verónica Magario tiene un alto perfil acompañando a Cristina. En la foto siempre está Fernando Espinoza, jefe político de ese territorio. Trabajan para que las distintas visiones sobre el futuro peronista no quiebren al medio ese frente de intendentes que se sostienen mu- tuamente con Cristina. Pregona una unidad con todos, emotiva como argumento pero de concreción improbable cuando se apagan los micrófonos.
Los peronistas, que son minoría en el círculo más cercano a Cristina, insisten en que hay empate técnico con Cambiemos y aseguran que una porción apreciable de los votantes que faltaron a las PASO y votarán ahora, inclinaría su favor hacia la ex Presidenta.
Menos intrincado es el dilema para los pocos intendentes que permanecen junto a Sergio Massa o Florencio Randazzo. Para ellos, como Gabriel Katopodis (San Martín), el único destino posible es la renovación peronista, previa a construir una alternativa a Macri.
Massa, superada la depresión post-PASO, encuentra la gracia de lo que queda en sostener el freno a una caída inicial que lo dejó cosechando alrededor del 10%, poco más de un millón de votos. Combativo, lanzó una visible contraofensiva sobre los votantes blandos de Cristina. Supone que hay allí una franja que podría buscar otra opción ante la semiplena prueba de que la ex presidenta saldría derrotada de su duelo con Macri, María Eugenia Vidal y sus candidatos.
En el equipo de Massa invocan encuestas telefónicas muy recientes en las que Cristina estaría retrocediendo hasta un 30% de intención de voto. A pescar esa supuesta pérdida apunta la agresividad del discurso de Massa. Está diciendo que la nueva oposición necesita propuestas y no prontuarios. Y llama a los dirigentes peronistas de la Provincia a salir de debajo de la pollera de Cristina.
También intenta vender optimismo el sector de Randazzo, después de que su propio jefe advirtiera con pesadumbre que la polarización estaba comiéndose su módico caudal en las PASO. Con todo, dicen haber evitado la sangría de sus 525.000 votos (casi el 6%), aseguran estar creciendo y apuntan al lejano millón de votantes como objetivo de altísima ambición. Sus encuestas, por lo general confiables, dieron esta semana otros números de asombro: Cambiemos con casi 10 puntos de ventaja sobre Cristina, que bajaba respecto de las PASO. ¿Casualidad o tendencia?
A pesar de los pronósticos favorables, en el comando de Vidal mantienen la guardia alta. Nos subestimaron en las PASO, que no nos sobreestimen ahora, dice Federico Salvai, jefe de Gabinete a cargo de la campaña.
Admite que vienen con una luz de ventaja: entre 2 y 3 puntos arriba como proyección final de sus últimas encuestas. Asegura que pueden crecer hasta 5 puntos arrimándose al 40% que Vidal había logrado para ser gobernadora. Pero señala que Cristina puede todavía sacarle algún punto a la izquierda y otro a Randazzo. Y que según sus mediciones ella se llevaría hasta un 20% de los que vayan a votar esta vez sin haber concurrido a las PASO.
El oficialismo necesita, en la Provincia y en todo el país, que durante el final de la campaña siga la buena onda. En eso, dice Salvai, los goles de Messi ayudan un montón.
Parece preocuparle más el inmediato domingo electoral que lo que vendrá en términos políticos y de gestión. Quizá porque ya pasaron por su despacho muchos, si no todos, los intendentes peronistas que piensan alejarse al galope de Cristina. La traición y el acuerdo, servidos en el mismo plato. w
Un par de gobernadores peronistas, ganadores en las PASO, sufren viendo venir una elección voto a voto con Cambiemos para el domingo 22.
Varios intendentes fuertes de la Provincia ya le anunciaron a Cristina que seguirán el camino de la unidad del peronismo después de la elección.